Hijo, eres el motor de mi vida

Los hijos no solo acarrean responsabilidades, sino mucha satisfacción y motivación para hacer las cosas de la mejor manera posible. Si te sientes identificada con esto, sigue leyendo.

Hijo, desde que llegaste a este mundo no dejo de pensar lo que considero una gran verdad universal. No existe más potente fuerza motriz que un niño. Pero no cualquier pequeño, sino uno muy especial, único para todo padre. Pues créeme, desde que te conocí tras el parto te has convertido en el motor de mi vida.

Eres aquella extraña sustancia hecha carne capaz de empujarme a seguir cada día. Quien sin siquiera pronunciar media palabra, logra dar el aliento necesario para seguir día a día. Mi vida, eres luz y eres sobre todas las cosas movimiento, el empuje necesario para salir adelante.

Pequeño y profundo amor, gracias por guiar cada uno de mis pasos. Por demarcar el camino a seguir, y alertarme cada vez que creo perder el rumbo. Agradezco a la vida la posibilidad de haberme transformado en tu madre. Pues eres tú quien me ha enseñado mucho de la vida.

Me explicaste que es mejor honrar la vida que simplemente transcurrir. Incluso ayudaste a levantarme tras toda caída y a erguirme cuando creía que estaba vencida. Hiciste que el dolor curtiera mi piel y que  materialice cada error en un conocimiento y experiencia de vida.

El motor de mi vida, cada día

Hijo mío, no puedo dejar de admirarte en cada uno de nuestros días transitados juntos y a la par. Llegaste definitivamente para cambiar mi vida, para dejarme tantas lecciones. De este modo, considero que nos nutrimos ambos, mutuamente.

Desde ese día en que cada complicación se convirtió en una nimiedad, comprendí todo. Vi ante mis ojos una verdad universal. Tenía frente a mis ojos la más potente fuerza motriz. Ante mi obnubilada mirada, ese pequeñito ser tenía en sus manos mi corazón, mi vida y mi energía.

Te tornaste entonces en el más natural, poderoso, efectivo y rendidor combustible. Capaz de movilizar mis más profundas fibras íntimas. Dueño de la contraseña para hacerme creer. Confianza insospechada plena en mí, y por supuesto, por ti.

Fue entonces cuando entendí que no existen imposibles teniendo en mi equipo a ese luminoso chiquillo. Que no hay mal que dure cien años y que todo tiene solución. Más aún si miro a mi lado y encuentro esa razón para superar cualquier obstáculo.

Fuerza para salir de cualquier pozo. Ganas de llegar donde sea, por ti, y por mí. Por esta familia que, sin aún tener conciencia plena de ello, con osadía y mucho amor conformé. Y eres tú, mi hijo, esa diminuta chispa que me hace creer día a día que merecemos lo que soñamos, y podemos lograr que eso ocurra.

¡Gracias por tanto, mi eterno bebé!

Tengo tanto que agradecer a ese pequeño y dulce ser. Tu ternura e inocencia son lo que me impulsan a seguir día a día. En esa bonita e inolvidable sonrisa encuentro refugio a los problemas. Esa mirada sincera, penetrante y desinteresada es mi bandera para poder luchar a diario.

Cada “mami, te amo”, es el mejor bálsamo para mi ser. Un beso, un abrazo o esas frases que hacen mecha en el alma son lo que ponen en marcha mi corazón. Los que consiguen que avence, a pasos lentos pero siempre firmes. Porque la base está más firme que nunca: el amor.

Después de eso, nada más importa. Ese amor tan puro, profundo, incondicional e incomparable es la clave. No cabe duda de ello. Ese es el alimento que nutre mi alma. Es así como te conformas sin más en el motor de mi vida. En el sostén sin el que no podría seguir ni un segundo.

Que no se pierda esa hermosa costumbre de despertar a tu lado. Que no se pierdan esos momentos tan mágicos como memorables. Que el juego domine cada jornada, que la frescura de tu infancia llene mi alma. Solo deseo que nunca jamás me faltes, hijito querido.

Imágenes cortesía de kmberggren

Bibliografía

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