Mi vida antes de ser mamá era completamente diferente. Ni mejor ni peor, sencillamente distinta. Es que sin lugar a dudas, la maternidad cambia nuestras vidas de una manera radical. Modifica nuestros días, nos enseña del amor y nos modela como seres humanos.
Antes de ser mamá: Placeres sacrificados
Antes de ser mamá tenía todo el tiempo del mundo para extender mis baños, realizar interminables paseos y viajes que suponían aventura extrema. Tenía disponibilidad horaria full time a la hora de reunirme con amigas y la suerte de comer mis almuerzos o cenas calientes.
Previo a convertirme en madre tenía el inmenso placer de dormir noches enteras y de lucir mis largas uñas cuidadas en toda ocasión. Mi casa siempre se encontraba en orden y los horarios o rutinas no eran tan importantes en mi vida.
Mi vida de soltera se caracterizó precisamente por la falta de preocupación ante eventuales peligros de determinados objetos. No solía visitar el hospital y la palabra vacuna, simplemente formaba parte de un recuerdo que remitía a un pasado muy lejano.
No me entristecía ni angustiaba el llanto infantil en espacios públicos, ni me veía obligada a limpiar lamparones de diversa procedencia puertas adentro. No sabía de sacrificios y esfuerzos, menos aún que sean realizados en nombre del amor.
Antes de ser mamá: Aquello que me perdía
Antes de ser mamá jamás había alcanzado la felicidad con una sola presencia. Menos aún había colmado mi ser con alegría gracias una simple mirada. Jamás había visto de cerca la inocencia y la ternura de aquella añorada infancia perdida años atrás.
Jamás imaginé que un ser tan pequeño e indefenso tuviera la capacidad de poner mi mundo de cabeza, y de afectarlo. Nunca había concebido siquiera que un corazón pudiera romperse en un millón de pedazos por no poder detener el dolor infantil, por pequeño que este sea.
De hecho, no se me hubiese pasado por la cabeza poder llegar a amar a alguien con tanta intensidad e incondicionalidad. Nunca creí poder querer con la fuerza de una madre: sin medidas, límites ni condiciones. Irrompible, indestructible, más allá de todo.
Antes de ser mamá no sabía cómo se sentía tener mi propio corazón fuera del cuerpo. Mucho menos que el latir se origine al sentir el olor a vida en otra suave piel. Ni siquiera se me habría pasado por la cabeza convertirme en un ser tan especial, necesario e indispensable para otra personita.
Lo que aprendí al convertirme en madre
Es mucho lo que aprendí una vez que llegaste a este loco mundo. Nunca había pensado en el poder y la fortaleza del vínculo madre-hijo del que tanto hablaban. Descubrí así la magia de esa relación tejida por los hilos sanguíneos más estrechos e inigualables.
Fue así como por primera vez me sentí vital, importante e imprescindible como nunca antes. El mundo de un pequeño pedazo de mi ser. Y qué especial podía llegar a ser con solo alimentar a mi pequeño bebé. Conectar con su mirada, sentir el milagro de la vida, descubrir la verdad del mundo en tus ojos.
Jamás imaginé que un hijo pudiera traer a mi vida tanta calidez y dulzura. Nunca pensé que me enfrentaría a una experiencia tan maravillosa como gratificante. Aun a expensas de sacrificios y esfuerzo inconmensurables, entendí que educarte desde el corazón valió cada segundo.
Me enseñaste tanto como yo a ti y sobre todo me diste la inmensa satisfacción de haber pasado por este mundo dejando una huella imborrable. Criando a ese dulce bálsamo de mi ser no hice más que honrar la vida. Dejé mi legado inscrito en su corazón.
Por todo esto y por mucho más entiendo que antes de ser mamá vivía cómoda y felizmente pero no intensamente. Sostengo que no me arrepiento de lo que dejé por todo aquello que gané trayendo vida a este mundo. No puedo imaginar mis días sin esa sonrisa que pone color a las jornadas más oscuras. ¡Amo ser mamá!