La importancia de ser flexible si eres madre

Si quieres evitar las discusiones con tus hijos, atender mejor sus necesidades y crear un vínculo sano con ellos, ser flexible es imprescindible. Te contamos por qué.

Tener un hijo es una gran responsabilidad. Es por esto que, a fin de ofrecerles a sus pequeños las mejores condiciones con las que crecer, las madres procuran estar informadas sobre las diferentes pautas y estilos de crianza. Así, leen, consultan con expertos y procuran mejorar cada día. Sin embargo, ser demasiado exigentes puede llevarles a no disfrutar de su maternidad. Por esto, queremos recordarte la importancia de ser flexible si eres madre.

No hay duda de que la infancia es una etapa crucial en el desarrollo de la personalidad. Lo que un niño viva y aprenda durante sus primeros años determinará en gran medida cómo va a pensar, a sentirse y a actuar en el futuro. Por esto, entendemos que quieras hacerlo bien. Sin embargo, es importante recordar que criar no es como programar un robot: somos personas que cuidan de otras personas, por lo que no podemos olvidar este componente humano.

Así, si sientes que vives constantemente presionada en tu labor como madre, si crees que nunca es suficiente o si la rigidez interfiere en la relación con tus hijos, te invitamos a seguir leyendo.

¿Por qué necesitas ser flexible si eres madre?

Es fantástico que las madres estén informadas y comprometidas con su labor de educación. Es maravilloso que quieran ofrecerles a sus hijos orden y estructura y que pongan empeño en aplicar las pautas de crianza más adecuadas. Sin embargo, ser flexible es imprescindible. Por eso, a continuación, te mostramos por qué.

Lograr el orden deseado en el hogar con niños es prácticamente imposible. Tener esto en mente y flexibilizar tus exigencias te ayudará a que tu casa no se convierta en un continuo campo de batalla.

La vida con niños cambia

Si eres una persona con tendencia al perfeccionismo y el orden, tener hijos puede suponer un reto extra para ti. Y es que, desde su llegada a este mundo, comprobarás que inevitablemente las rutinas cambian, los horarios se modifican y la organización perfecta no es posible.

Un bebé es muy demandante y esto implica que los adultos han de ajustarse a sus horarios variables de sueño, de hambre y la necesidad de contacto. Tampoco será posible tener siempre la casa organizada e impoluta. Esto también ocurrirá a medida que el infante crezca, pues los niños son espontáneos, enérgicos y algo caóticos.

Las emociones necesitan espacio

Es fundamental recordar que a la hora de educar, las emociones de los niños ocupan un lugar preponderante. Estas han de ser escuchadas, atendidas y gestionadas por parte de los adultos, lo cual requiere de espacio y de tiempo. Una rabieta, un disgusto o un enfado no entienden de planes estrictos, sino que simplemente aparecen. Y, en ese momento, es prioritario guardar la calma, validar al niño y ayudarle a regularse de nuevo, aunque esto implique alterar o atrasar lo que teníamos planeado.

Igualmente, los niños no se sienten igual todos los días. Habrá momentos en que estén cansados, somnolientos, hambrientos, perezosos o desmotivados. Así, su disposición a obedecer o cooperar no será siempre la misma. Por eso, es importante ser sensibles a sus sensaciones y necesidades y saber adaptarnos en cada momento. Y es que un hogar no puede funcionar como un cuartel militar.

Cada edad requiere de ajustes

Además, cabe mencionar que las prácticas de crianza deben adaptarse a cada etapa vital del menor. Quizá, con niños pequeños, ofrecer normas claras y ser muy directivos funcione, pero los adolescentes demandan más independencia y autonomía, por lo que pueden rebelarse contra las imposiciones directas.

Igualmente, hay etapas en las que para los niños es especialmente necesario sentirse escuchados y percibir que tienen cierta capacidad de decisión. Por ejemplo, entre los 2 y los 4 años suelen aparecer las rabietas en el grado en que no se les permite ejercer un cierto control sobre su propia vida. Algo tan sencillo como darles a elegir entre dos camisetas o dos frutas puede evitar que se desencadene el berrinche.

Recuerda que el mejor regalo que puedes darles a tus hijos es una madre feliz y relajada, que se ocupa de sí misma para poder encargarse de ellos.

Tú también mereces disfrutar

Por último, la flexibilidad no solo has de aplicarla con tus hijos, sino también contigo misma. Muchas madres son excesivamente autoexigentes. Así, se culpan por cada mínimo error que cometen o no se permiten atender sus propias necesidades y emociones a fin de sacrificarse por sus hijos.

Entonces, practica la autocompasión, dedícate tiempo y entiende que tú también aprendes a ser madre y no necesitas ser perfecta. Hablarte con amor e indulgencia mejorará tu estado de ánimo y te permitirá afrontar la crianza con mejor disposición y motivación.

Ser flexible si eres madre puede ser un reto, pero trae grandes recompensas

Sabemos que no es sencillo bajar la guardia, permitirnos errar o salirnos de esos moldes y pautas que, muchas veces, más que sugerencias, parecen imposiciones. Sin embargo, recuerda seguir tu instinto, tomar cada día con calma y permitirte disfrutar de tu maternidad.

Ser flexible hará que las dinámicas en tu hogar sean más ligeras y armoniosas, por lo que restarán peso a esa mochila emocional con la que muchas madres cargan. Esto no implica desvanecer los límites, carecer de normas o ser una madre permisiva, sino hallar un equilibrio entre el orden, los imprevistos, la disciplina y el disfrute diario. Sin dudas, será un cambio muy beneficioso para toda la familia.

Bibliografía

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  • Butcher, P. R., Kalverboer, A. F., Minderaa, R. B., Doormaal, E. F., et al. (1993). Rigidity, sensitivity and quality of attachment: The role of maternal rigidity in the early socio-emotional development of premature infants. Acta Psychiatrica Scandinavica, 88(375, Suppl), 38.
  • Lichtwarck-Aschoff, A., Kunnen, S. E., & van Geert, P. L. C. (2009). Here we go again: A dynamic systems perspective on emotional rigidity across parent–adolescent conflicts. Developmental Psychology, 45(5), 1364–1375
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