“Es que siempre le dices que sí a todo”. “En mi casa, resolvemos las cosas de otra manera y tan mal no me va”. “Deberías tomar otras medidas y ya verás”.
Padres, madres y adultos tienen un catálogo completo sobre recomendaciones acerca de la crianza de niños y niñas. Por supuesto, detrás de cada decisión que se toma, hay una creencia (y una valoración) respecto a su utilidad.
El hecho de consentir o no a los niños suele ser un tópico frecuente, ya que hay posturas encontradas al respecto. Veamos entonces cuáles son sus beneficios y sus consecuencias.
Consecuencias y beneficios de consentir a los niños
Como principal punto de partida, es necesario preguntarse qué entiende por “consentir” cada familia. No debemos dar por supuesto que todos hablamos de lo mismo, mucho menos si desconocemos cómo es la dinámica y el estilo de crianza en ese hogar.
Para algunas personas, consentir significa dar regalos y premios de manera constante, mientras que para otras, implica dar afecto y cariño en demasía. Mientras que en la primera situación los niños aprenden a crecer sin conocer lo que es un “no”, en la segunda no se perjudica su desarrollo. Por el contrario, se refuerza su autoestima por sentirse valiosos e importantes para sus mayores.
Ahora bien, cuando consentir implica escuchar a los niños, entender por qué desean hacer natación y no fútbol, lejos se está de provocarles un daño. Por el contrario, se validan y respetan sus emociones y sus deseos. En este caso, la palabra adecuada no es la de consentir, aunque muchos se confundan.
Si consentir es aceptar que no les gusta comer carne, luego de haberla probado en diferentes ocasiones, pues no se trata de consentir. De nuevo, se trata de respetar la personalidad de cada infante y su identidad. También, de aceptarlos tal como son.
Entonces, ¿es bueno o es malo consentir a los hijos?
Si entendemos que consentir no es sinónimo de ceder ante todo ni criar hijos déspotas, podremos reconocer algunos de sus beneficios:
- Le ayuda a los niños a desarrollar una buena autoestima.
- Les permite sentirse valiosos y reconocidos.
- Fomenta el descubrimiento de sus gustos, el desarrollo de su autonomía y la defensa de sus ideales.
- Les enseña a ser flexibles, a entender que hay cosas que se pueden hacer y otras que no.
Ahora bien, cuando consentir implica ceder ante todas las demandas de los hijos, aún aquellas potencialmente perjudiciales, sin aplicar un criterio propio o acorde a nuestros valores, la cosa cambia. En este caso, estaremos apelando a una medida cortoplacista para aplacar las rabietas, sin brindarles ninguna enseñanza productiva. Por ende, algunas de las consecuencias negativas de consentirlos podrían ser las siguientes:
- Desarrollan una baja tolerancia a la frustración.
- No descubren los recursos o las estrategias personales para afrontar los obstáculos y las dificultades.
- Se crían en la sobreprotección, lo que les impide desarrollar su propia autonomía y seguridad en ellos mismos.
- Tienen dificultades para gestionar sus emociones.
- No son capaces de comprender el valor de las cosas y el esfuerzo que implica obtenerlas.
Algunos mitos en torno a consentir a los niños
Como hemos dicho, consentir a los niños no describe una idea universal en todos los padres. Por ende, vamos a desterrar algunos mitos y darte algunas recomendaciones útiles para implementar hoy mismo en la crianza.
- Consentir no es educar sin límites. Es necesario aprender a decir que no, ya que no siempre se puede dar respuesta a todas sus demandas. Y además, en la vida no siempre se puede alcanzar lo que se desea.
- Un “subidón” ocasional no le hace mal a nadie. Es decir, si te encuentras de paseo con tu hijo por una juguetería y te pide un regalo, puedes pensar en un sí como parte del plan. Se trata de un “capricho” que genera cierta ilusión y que, incluso, también los adultos nos concedemos de tanto en tanto. No obstante, es crucial dejar en claro que este tipo de actos no van a ocurrir siempre.
- Hacer un auto-análisis para conocer desde dónde educamos o criamos a nuestros hijos. Muchas veces, nos manejamos desde la culpa y encontramos dificultades para poner límites porque sentimos que compartimos poco tiempo con ellos. Movernos desde dicha emoción (o desde otras, como evitar la vergüenza de un berrinche público) no nos permite tomar buenas decisiones y acabamos por perjudicar a los pequeños a largo plazo. Por eso, también es imprescindible reconocer nuestras propias fortalezas y debilidades personales para no trasladarlas a la crianza.
Por una educación guiada por los valores
Cada vez que tomamos una decisión respecto a la crianza de los niños, la misma debe tener un propósito y un sentido. Además, debemos poder explicarles a ellos el por qué y el para qué de cada pauta, para que no se lo asocie como un mero capricho parental.
Por último, también es importante ser consecuente con las propias acciones. Los padres somos los principales referentes de los hijos y ellos se guían por nuestra conducta. Debemos cuidar de no enviar mensajes contradictorios, como “hoy sí y mañana no”. Hay reglas que deben respetarse siempre y en este sentido, el acuerdo de los progenitores para no contradecirse es crucial.
Bibliografía
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- Jorge, E., & González, M. C. (2017). Estilos de crianza parental: una revisión teórica. Informes psicológicos, 17(2), 39-66.
- Ramírez, María Aurelia (2005). PADRES Y DESARROLLO DE LOS HIJOS: PRACTICAS DE CRIANZA. Estudios Pedagógicos, XXXI(2),167-177.[fecha de Consulta 30 de Mayo de 2022]. ISSN: 0716-050X. Disponible en: https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=173519073011