Mi nombre es mamá y, si se meten con mis hijos, mi apellido es leona

Desde que un hijo nace, la prioridad para una madre es su bienestar y su felicidad. Por ello su dolor es el peor tormento para quien lo trajo al mundo.

Madres e hijas

Mi nombre es mamá y, si se meten con mis hijos, mi apellido es leona. Con esta frase lo digo tan claro que parece cristalino. Por mis hijos vivo, por ellos peleo cada día y me enfrento a lo que haga falta.

Me da igual lo que llueva o nieve, no importan las adversidades que tenga que enfrentar. No concibo la posibilidad de que nadie, absolutamente nadie, haga daño a mis niños.
Sé que deben bandear la vida. Sé que deberán enfrentarse a miles de dificultades y que no puedo (ni debo) impedir que se caigan, pues es la única manera de que vuelvan a levantarse.

Manifiesto mi cero tolerancia a que mis hijos sufran sin razón a través de las etiquetas que la sociedad coloca sin pudor, de las injusticias, de la mala educación ajena. No aguanto que revuelvan sus entrañas ni que rompan su inocencia. Por eso, me declaro leona.

 

Nunca sabes lo fuerte que eres hasta que tienes hijos

Los hijos vienen con superpoderes bajo el brazo que otorgan a sus madres. Unos superpoderes que hacen de las mamás mujeres llenas de habilidades, de fortaleza, de sabiduría. “Por mis hijos, lo que sea” comienza a ser nuestro lema desde que nos sentimos mamás.

Realmente, una vez que eres madre, te das cuenta de que gracias al amor a tus criaturas no hay nada que pueda impedirte protegerles y quererles con toda tu alma. Echas la vista atrás y de verdad sientes que has vivido toda tu vida sin conocer la verdadera inmensidad del amor.

Nuestro cuerpo y nuestra mente se sintonizan para crear nuevas conexiones que promueven ese amor infinito y la aparición de la leona que todas llevamos dentro. Porque el amor de madre es eso, conocer lo que es la emoción, la valentía y la capacidad de amurallar la inocencia de nuestros hijos.
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El padecimiento de una mamá ante el dolor de sus hijos

Solo una madre sabe lo que es dormirse tarde, despertarse pronto y levantarse decenas de veces durante la noche para vigilar el sueño de un hijo enfermo. Porque los hijos son la razón de nuestra fortaleza pero también nuestra más grande debilidad.
El dolor de una madre ante el sufrimiento de sus hijos es desgarrador. Entre otras cosas porque tiene unas cuantas pizcas de sentimiento de fracaso en la protección, de necesidad de infalibilidad, de exigencia, de responsabilidad.

Desde su primera caída sentimos que debimos haberlo evitado. Y esa emoción nos acompaña a cada nueva herida que nuestro pequeño recibe de la vida. Ante las burlas de compañeros, la traición de un buen amigo o el gran dolor del primer desamor.

Cada uno de sus tropiezos nos duele igual que el anterior, más que si fueran propios. Y es que nunca nos acostumbramos a verlos sufrir, a verlos batallar y cuestionarse el por qué de su desdicha. Daríamos nuestra propia alma por aliviar su llanto desconsolado, su corazón roto.

Madre e hijo mirándose a la cara

Siempre serás su refugio

Si de nosotras dependiera preferiríamos transmitir por telepatía todos los aprendizajes necesarios para criarse fuertes. Ocurre que, tal y como sabemos, sin cicatrices es muy difícil sobrevivir. Y nuestros niños tendrán que seguir su propio camino, experimentar sus propios tropiezos y aprender a seguir adelante. 
Porque esos rasguños son sus heridas de guerra, heridas que los formarán como grandes soldados de batalla. Así, preparados para la vida, seguirán caminando con sus miedos, tal y como lo hicimos nosotras.

Fieles a esa cabezonería inherente a su condición de humanos, tropezarán con la misma piedra todas las veces que les haga falta para aprender la lección. En ese mismo caminar estaremos nosotras, mamá por mamá, para ayudarles a sanarse, a recomponer sus partes rotas y a reparar sus daños.

Nuestra misión será otorgarles el amor incondicional que les acompañará en su trayectoria. Las herramientas personales que podrán poner en práctica cuando hayan de hacer frente a la adversidad en solitario, sin nuestra presencia.

Nuestro amor siempre será su red de seguridad para saltar al vacío, porque crecer sabiéndose amado le otorgará la confianza que necesita para vivir sin miedo. Y, cuando caiga (porque caerá, tarde o temprano, y no solo una vez), nuestros brazos serán su refugio y nuestro cuerpo siempre su hogar. No importa la edad que tenga.

Bibliografía

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  • Sánchez, E. (2018, abril 19). Tropezar de nuevo con la misma piedra. Recuperado abril de 2020, de https://lamenteesmaravillosa.com/tropezar-nuevo-la-misma-piedra/
  • Perona, U. (2019, septiembre 4). ¿Por qué es tan importante el amor incondicional para nuestros hijos? Recuperado abril de 2020, de https://lamenteesmaravillosa.com/por-que-es-tan-importante-el-amor-incondicional-para-nuestros-hijos/
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