La crianza es un desafío cotidiano: comidas, horarios, deberes, actividades. Para que todo funcione, las normas son necesarias. Sin embargo, en ocasiones, nos encontramos con niños que se resisten a ellas. Oponerse no es algo malo, incluso es saludable, ya que fomenta la autonomía y el desarrollo de una personalidad propia. Ahora bien, cuando la confrontación es permanente, puede tratarse de problemas del comportamiento.
¿Cuáles son los problemas de comportamiento en edad preescolar más frecuentes?
Las actitudes «rebeldes» son esperables en los niños. Sin embargo, los problemas del comportamiento se refieren a las conductas persistentes e inadecuadas para la edad del menor. Las mismas suponen desobediencia y desafío a las normas y a la autoridad. Como consecuencia, se presentan dificultades en al ámbito familiar, social y académico.
Cuando estas conductas se prolongan, pueden dar lugar a un trastorno oposicionista desafiante. Esto puede inicio antes de los 8 años y debe tener una duración de, al menos, 6 meses para ser diagnosticado como tal. Además, suele presentarse con mayor frecuencia en niños que en niñas. Entre los problemas del comportamiento más habituales en edad preescolar, encontramos los siguientes:
- Desobediencia y desafío a la autoridad. Se niega a cumplir con lo que sus padres o adultos le indican.
- Incumplimiento de reglas y normas de manera deliberada. No hay negociación, entendimiento o respeto de límites.
- Comportamientos de grosería.
- Falta de colaboración.
- Irritabilidad. Pierde la calma y discute con los adultos.
- Culpabilización a los otros de su propio comportamiento.
Por otra parte, hay que tener en cuenta una excepción que puede ser consultada y validada por un profesional: estas conductas pueden aparecer como una forma de manifestar el impacto emocional que provoca la separación de sus padres o un duelo, entre otros.
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Cómo actuar ante los problemas de comportamiento en edad preescolar
Algunas recomendaciones para ayudar a tu hijo con los problemas de comportamiento son las siguientes:
- Explicar la importancia de respetar ciertas normas. Señalarle por qué es necesario que las personas colaboren.
- Empatizar con el desacuerdo pero poner límites. Muchos chicos dicen que prefieren jugar, ya que les resulta aburrido ordenar la habitación. Valida lo que siente, dile que entiendes que no desea hacerlo, pero a continuación dile también que, a veces, para disfrutar de algo hay que hacer un esfuerzo.
- Destacar sus logros. De este modo, lo alientas a que continúe con aquellas conductas deseadas.
- Hacer caso omiso de aquellos comportamientos «provocadores». Por ejemplo, cuando los chicos gritan para conseguir algo, no hay que dárselo. En este sentido, es conveniente establecer un límite y orientar la conducta. Por ejemplo, «si quieres conseguir este juego, puedes hablarme bien. No es necesario que me grites».
- Negociar algunas normas de convivencia. Hacer acuerdos. También hay que dejar en claro que hay otras reglas que son innegociables, ya sea porque se relacionan con valores o para evitar que corran peligro.
- Dejar en claro cuáles son las consecuencias de tener determinados comportamientos. Estas consecuencias deben ser acordes con la edad y la gravedad del asunto. Los límites deben ser inmediatos a la conducta del niño y deben ser consistentes. Las consecuencias a una falta no deben tenerse en cuenta según el malestar o la impaciencia que te provoca, sino de acuerdo con lo que sucedió. Es decir, no debes usar el «termómetro emocional» como parámetro.
- Procurar momentos para el descanso y el ocio. Así como el estrés tiene efectos en nuestra salud, lo mismo sucede con los chicos. Hoy en día, tienen una agenda completa de actividades que deja poco espacio y tiempo para la espontaneidad y el descanso.
- Enseñar técnicas de relajación. Por ejemplo, puedes intentar con la respiración pausada. En preescolar, funciona pedirles que se inflen y desinflen como un globo.
- Trabajar las habilidades sociales y de comunicación. Especialmente, se requiere abordar con énfasis en el control de impulsos. Ayúdalo a pensar, qué lo hace sentir de esa manera o cómo es que la situación llegó hasta ese punto.
- Pedir ayuda profesional. Muchos problemas de conducta requieren de intervención profesional, ya que exceden nuestras actuaciones «puertas adentro». A veces, los chicos necesitan un espacio para poder pensarse y entender qué les sucede. También, alguien que los oriente en cómo construir los mejores recursos de afrontamiento para resolver conflictos.
El trabajo con los adultos es fundamental
En primer lugar, es importante que, como padre o adulto, revises tus comportamientos. Por ejemplo, las pautas de crianza que empleas con los chicos, cómo resuelves los berrinches y el propio umbral de tolerancia al conflicto. Debes tener en cuenta que la crianza muy autoritaria y rígida no funciona para los problemas de conducta, sino que, por el contrario, los potencia.
Es cierto que a veces puedes perder la paciencia, pero cuando notes que lo haces, será mejor que te tomes un momento, te disculpes y reconozcas frente a ellos tu conducta. Luego, cuando estés mejor, debes volver a iniciar la conversación. Ser un ejemplo de buen comportamiento resulta útil.
En este sentido, mejorar el ambiente en el que vives con los chicos también reporta ventajas en relación con su propio comportamiento. Acércate, háblale de manera amable e indícale con afecto qué es lo que debe mejorar.
Bibliografía
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