Tu hijo pasa la mayor parte del tiempo jugando solo, perdido en su mundo de fantasía. Tiene dificultades para relacionarse con otros y con frecuencia, llora o se muestra irritable. Muchas personas piensan que es un niño raro e incluso, puede que tú también hayas llegado a etiquetarlo de este modo. Sin embargo, es posible que su actitud sea el resultado de profundas carencias afectivas y que muestre lo que se conoce como síndrome del niño invisible.
No podemos olvidar el hecho de que los niños dependen totalmente de los adultos durante sus primeros años de vida. Por eso, la atención constante y el afecto incondicional no son caprichos, sino derechos que todos los niños deberían tener garantizados.
Cuando los progenitores no están presentes física o emocionalmente en la vida del pequeño, este puede sentirse invisible, abandonado y en peligro. Te contamos más al respecto.
¿Qué es el síndrome del niño invisible?
Se conoce como síndrome del niño invisible a una condición psicológica que se genera en aquellos menores que no reciben lo que necesitan de sus adultos de referencia.
Ya sea porque los padres son negligentes, descuidados o poco implicados en sus labores de crianza, el niño percibe que es invisible para ellos, que no lo priorizan o que no lo tienen en cuenta.
En algunos casos, la falta de atención paterna queda patente en el plano físico; por ejemplo, si el niño está descuidado, malnutrido o falto de higiene. Sin embargo, en muchos casos, la desatención ocurre a nivel emocional. El pequeño no se siente visto, escuchado, validado ni acompañado por sus padres. Incluso, puede percibirse a sí mismo como una carga, como un elemento que no debería estar presente en la familia.
Paradójicamente, muchos de los progenitores de estos niños no son conscientes de la carencia que tienen y sienten que realmente les dan todo lo que necesitan. Sin embargo, al observar el comportamiento de dichos infantes, queda claro que algo sucede.
Características propias del síndrome del niño invisible
Si quieres saber si tu hijo presenta esta condición, puedes fijarte en sus actitudes presentes y pasadas:
- Se trata de bebés irritables y tendentes al llanto desconsolado. Pueden presentar un desarrollo psicomotor más lento y experimentan una importante angustia de separación cuando se les aleja de sus progenitores.
- De niños todavía se muestran irritables, testarudos y rebeldes. Desarrollan una preferencia por estar solos, se muestran aislados y retraídos y parecen vivir en su propio mundo interior. Poseen una rica y desbordante imaginación, ya que, de algún modo, se refugian en su mundo de fantasía porque perciben un entorno hostil.
- Desde temprano pueden tener problemas para relacionarse socialmente. Son niños inseguros, con baja autoestima y con un fuerte miedo al rechazo. Esto les hace ser más apegados a las mascotas, a los peluches o a sus juguetes, pues saben que no serán juzgados por ellos.
- Estos pequeños pueden presentar cierta torpeza y brusquedad en sus movimientos, lo cual, unido a sus dificultades sociales, puede llevarles a sufrir acoso por parte de los compañeros. Esto, únicamente exacerba sus miedos y reafirma su visión de que el mundo y que los demás son peligrosos.
Cuando el niño invisible crece
Desafortunadamente, el sufrimiento que conlleva el síndrome del niño invisible no se limita a la infancia.
Cuando estos pequeños alcanzan la adolescencia, arrastran sus antiguos problemas para relacionarse y su miedo al rechazo se acrecienta. Es posible que desarrollen una fobia social o que estén dispuestos a cualquier cosa con tal de encajar en el grupo. De algún modo, necesitan sentirse vistos y acogidos por sus iguales, algo que no lograron sentir con su familia de origen y que aún anhelan.
Todavía mantienen esa sensación de vacío interior, de culpa y de no merecimiento. En esta situación, pueden encontrar en el consumo de sustancias una vía de escape o adentrarse en malos hábitos y decisiones movidos por su desesperación interior.
Si esto no se aborda oportunamente, el menor se convertirá en un adulto con carencias emocionales, con miedo, con falta de autoestima y con una pobre imagen de sí mismo. La vida social le causará ansiedad o será poco satisfactoria y, en general, habrá un sentimiento de fracaso respecto a sí mismo.
¿Cómo evitar esta condición psicológica?
Aunque siempre es posible trabajar con las heridas emocionales de la infancia, lo idóneo es evitar que nuestros niños lleguen a desarrollar este síndrome. Para ello, tan solo debemos verlos (en el más amplio sentido de la palabra), darles su lugar y cubrir sus necesidades físicas y afectivas. A este respecto, resulta imprescindible cubrir las siguientes áreas:
- Mientras el niño es bebé, bríndale una atención estable y consistente. Es decir, asegúrate de atenderle siempre que lo necesite y no dejarle llorar. De esta forma, comprenderá que el mundo es un sitio seguro para él.
- Ofrécele presencia y tiempo, tanto como puedas. Es evidente que existen obligaciones laborales y personales, pero más allá de esto, escoge a tu hijo para compartir tu tiempo libre, que sepa cuánto disfrutas de su compañía. Además, procura que cuente con otro tipo de recursos y fuentes de apoyo, como la familia extensa y otras instituciones y grupos.
- Escúchalo siempre, tanto si te cuenta una anécdota del colegio o si comparte sus miedos contigo. Préstale atención a sus palabras, valida lo que siente, muéstrate disponible para contenerlo y para apoyarlo.
- Fortalece su sentido de pertenencia. Ayúdale a comprender que forma parte de una familia y que su lugar en ella es insustituible. Para reforzar esta idea, asígnale responsabilidades en el hogar, involúcrale en la toma de decisiones familiares y cread rutinas y tradiciones para compartir.
¡Tu hijo necesita ser visto!
El síndrome del niño invisible no siempre se genera a causa de unos padres negligentes. En ocasiones, los padres no pueden estar del todo presentes por el trabajo, por una enfermedad o por cualquier otro motivo. Quizá haya un hermano enfermo o más problemático que se lleve toda la atención paterna.
Incluso, puede que simplemente los padres no dispongan de la suficiente madurez emocional como para darle a su hijo lo que necesita, por mucho que lo amen.
En estos casos, si detectamos que el pequeño presenta carencias y que la situación se escapa de las manos, es necesario buscar ayuda profesional. No tenemos por qué saberlo todo, pues a ser padre también se aprende, pero es de una gran valentía y generosidad reconocer que necesitamos una mano. El bienestar presente y futuro de nuestro hijo está en juego.
Bibliografía
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- Montoya, D. M., Castaño, N., & Moreno, N. D. (2016). Enfrentando la ausencia de los padres: recursos psicosociales y construcción de bienestar. Revista Colombiana de Ciencias Sociales, 7(1), 181-200.
- Naylor, A., & Prescott, P. (2004). Invisible children? The need for support groups for siblings of disabled children. British Journal of Special Education, 31(4), 199-206.