Pensamiento convergente y divergente: ¿en qué se diferencian y cómo estimularlos?

Pensamiento convergente y divergente son dos grandes estrategias para resolver problemas y tomar decisiones. Pero, ¿sabe tu hijo usar ambas? Descubre cómo ayudarle a lograrlo.

A las personas nos gusta clasificarnos en diferentes categorías. Por ejemplo, definirnos como sociables o reservados o enérgicos o tranquilos. Esto nos proporciona una sensación de orden y control sobre nuestro entorno. Sin embargo, estas etiquetas pueden limitar las posibilidades, especialmente si las recibimos desde la infancia. En este artículo, te contamos qué son el pensamiento convergente y divergente y por qué es importante estimular ambos en los niños.

Piensa por un momento en tu hijo: ¿crees que es una persona lógica y muy capaz de utilizar la razón? O, por el contrario, ¿lo consideras creativo y poco convencional? Posiblemente, la respuesta a esta dicotomía haya venido rápidamente a tu mente. Pero, en realidad, un niño no tiene por qué encarnar ninguna de estas categorías y puede aprender a utilizar ambas a su favor en diferentes contextos.

Pensamiento convergente y divergente

Cuando hablamos de pensamiento nos referimos a ese conjunto de funciones cognitivas que nos permiten comprender, analizar, resolver problemas o tomar decisiones. Aunque no lo parezca, a pensar también se aprende, y los niños se fijan en las personas de su entorno y en las instrucciones que estas les dan para hacerlo. Ahora bien, ¿eres consciente de qué tipo de pensamiento promueves con tu ejemplo y con tus directrices?

Pensamiento convergente

En líneas generales, podemos diferenciar entre dos grandes procesos cognitivos. El pensamiento convergente es un pensamiento lineal, lógico y estructurado. Es parte de lo que ya se sabe, los datos que ya se conocen y las formas de hacer que se han aprendido anteriormente. Es, por ejemplo, el que enseñamos a los niños para realizar sumas o restas o para completar un crucigrama.

Pensamiento divergente

El pensamiento divergente busca la originalidad y la capacidad de ver más allá de lo establecido. Además, valora la cantidad de ideas y respuestas sin importar la calidad de las mismas.

Por otro lado, el pensamiento divergente es creativo, caótico e innovador. Insta a imaginar y a pensar por uno mismo, a realizar diferentes asociaciones de datos y llegar a múltiples y diversas conclusiones. Por ejemplo, es muy útil para resolver acertijos, crear una coreografía o construir un juguete con piezas o elementos que tienen otro uso.

Ambos son útiles en diferentes contextos

Como ves, pensamiento convergente y divergente son diferentes pero complementarios. Cada uno de ellos resulta de utilidad en diferentes contextos y para objetivos diversos. Uno se basa eminentemente en la razón y en la lógica, mientras que el otro aboga por la creatividad y la originalidad.

El papel de la escuela y los hogares

Son los padres, los educadores y otros adultos a cargo son quienes tienen la responsabilidad de enseñar a los niños a pensar. Pero, ¿qué tipo de pensamiento promovemos? Para dar respuesta a esta cuestión podemos fijarnos en los hallazgos de un interesante estudio. En 1968, George Land y Beth Jarman comenzaron un trabajo longitudinal que evaluó la creatividad de un grupo de niños a lo largo de su crecimiento.

Cuando estos menores tenían 5 años se les hizo una sencilla pregunta «¿cuántos usos posibles se te ocurren para un clip o imperdible?». En función de las respuestas, se calificaba a los participantes como más o menos hábiles en el pensamiento divergente. Lo sorprendente fue que, a sus 5 años, el 98 % de los niños fueron clasificados como genios al respecto. Sin embargo, a los 10 años, solo un 30 % mantenía la habilidad y, a los 15 años, únicamente el 12 %.

¿Qué ocurrió con la creatividad, el ingenio y la originalidad de estos niños? Simplemente, que fueron educados. Y lo fueron en un sistema que, aun a día de hoy, prepondera el pensamiento convergente y da de lado al divergente. En otras palabras, con frecuencia, padres y escuelas anulan la innovación de los niños y tratan de adaptarlos al pensamiento lógico y secuencial.

El pensamiento convergente utiliza procedimientos y secuencias organizados y llega a una conclusión única.

La exigencia en el mundo actual

Esta tendencia no se debe a una mala intención de los adultos, sino al pasado histórico que nos precede. En la época industrial, donde los trabajos eran rutinarios y estructurados, el pensamiento convergente era el más útil. Sin embargo, hoy en día nuestros niños forman parte de un mundo cambiante e incierto, por lo que el mundo laboral exigirá de ellos pensamiento crítico, ingenio, innovación y visión más allá de lo convencional.

Cómo estimular el pensamiento convergente y divergente

Desde el hogar y las escuelas podemos contribuir a enseñar a los niños cómo desarrollar y utilizar ambos tipos de pensamiento. Para ello, podemos valernos de nuestro ejemplo, pero también de juegos, actividades y propuestas diversas. Por ejemplo, el pensamiento convergente se estimula con actividades como resolver problemas matemáticos, jugar al ajedrez, juegos de mesa o al construir de maquetas.

Por otro lado, el pensamiento divergente se potencia al crear pinturas y dibujos, coreografías y canciones, cuentos e historias imaginarias. Todo lo que implique dejar volar la mente, sin ceñirse a una estructura y al abrirse a todas las posibilidades. Las adivinanzas y los juegos de palabras, las tormentas de ideas, los debates o las manualidades que impliquen dar un nuevo uso a un objeto ya conocido también pueden ser interesantes.

En cualquier caso, lo ideal es generar un equilibrio entre ambos tipos de pensamiento. De esta manera, se muestra a los niños que los dos son útiles y que pueden emplearse siempre que sean necesarios. No obstante, dado que las escuelas suelen centrarse más en potenciar el pensamiento lógico, tal vez desde el hogar se pueda apoyar al aportar ese plus a la imaginación y la innovación.

Bibliografía

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