Niñas princesas y las consecuencias de la vida real

Niñas princesas y las consecuencias de la vida real
María Alejandra Castro Arbeláez

Revisado y aprobado por la psicóloga María Alejandra Castro Arbeláez.

Escrito por Equipo Editorial

Última actualización: 12 abril, 2021

Hace pocos días apareció en Facebook un anuncio con un vídeo de cómo es una boda celebrada en Disney; por su puesto es un cuento de hadas que hechiza a muchas mujeres. Los precios de la boda no son inalcanzables, pero tampoco son baratos… Y sí, es posible que muchas novias, después de pagar y acordar ciertos asuntos, se sientan por algunos minutos como princesas, pero serán las princesas que creó la industria.

Adriana tiene 32 años de edad y de niña vio bastantes películas de Disney. Su cumpleaños número 9 estuvo inspirado en la princesa Ariel, la protagonista de la película La Sirenita.

En la mesa había una torta de pastillas con la figura de Ariel, además recibió un bolso y prendas de ropa del mismo personaje para ir al colegio, y por supuesto, tenía la película que veía bastante seguido.

De niña Adriana también jugó con muchas muñecas Barbies – quienes eran unas damas muy independientes, con carro, negocios propios, apartamentos, etc-. Esa mujer ahora no es para nada una “princesa”. Y tampoco fue, en su época, una niña princesa.

Sin embargo, la comparación entre el bombardeo publicitario del año 1992 al de ahora es ridícula, pues justo en el año 2.000, cuando surgió la franquicia “Princesas Disney”, las princesas han estado más presentes en nuestras vidas; solo esa franquicia cuenta con alrededor de 25.000 productos derivados de las películas sobre Cenicienta, la Bella Durmiente, la Sirenita, Bella, Jasmine, Mulan, Pocahontas, Tiana y, más recientemente, Rapunzel.

El problema no es que la industria te bombardee, siempre lo hará, la cuestión está en si le abres la puerta de tu casa y dejas que tu hija deje de querer ser ella para convertirse en una niña princesa.

En este aspecto, el de dejar entrar a las princesas en tu casa o no, es necesario que una vez más busques un punto medio, pues la solución no es prohibirle a tu hija que juegue a las princesas. “El problema no sería que las niñas jueguen a princesas, sino los miles de productos que se les ofertan para  que lo hagan”, argumenta un grupo de expertas en un artículo publicado por el diario La Vanguardia.

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En ese reportaje, le preguntan a las especialistas si debes dejar que tu hija juegue a las princesas: La respuesta es sí. Para la psicóloga Mireia Trias Folch, el juego ayuda a madurar. “Cuando una niña juega a princesas, inventa una especie de cuento, habla de ella, de sus deseos y temores, organizándolos en un relato, dándole sentido a su existencia”.

A la antopóloga Apen Ruiz, restringir el juego le parece contraproducente. “Algunos estudios muestran que si las madres son contrarias al deseo de las niñas a ser princesas, estas pueden interpretar este rechazo como ‘mi mamá no quiere que sea una niña’, porque para ellas ser niña está asociado al papel de princesa”.

La antropóloga añade que otros estudios detectan que las niñas reinventan papeles al jugar a princesas, consumiendo el producto pero no de forma pasiva. Marta Selva Masoliver, ex presidenta del’ Institut Català de la Dona, también opina que “hay que frenar la capacidad invasiva de las princesas, pero no de manera coercitiva”.

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Cuál es el peligro de la invasión de las princesas

El principal problema, apunta el artículo de La Vanguardia, es que la sociedad de consumo ha abrazado a las princesas con ganas, transformándolas en un inmenso producto que puede materializarse tanto en muñecas como en cepillos de dientes, vasos, sábanas, gafas de sol y ropa interior.

La profesora Marta Selva Masoliver, asevera que las princesas ha sido en los últimos años un tema recurrente en la preocupación de madres y padres. “Creo que se debe a que es una de las primeras manifestaciones en las que se explicita la autonomía de las niñas frente a los deseos de sus progenitores”, argumenta.

Además añade que la cantidad de inputs que las niñas reciben a través de los medios de comunicación son asimismo clave sin olvidar la influencia “de aspectos psicológicos, de  maduración y de entorno social, que facilitan la adhesión de amplios grupos de niñas a los modelos propuestos”.

Siempre han existido detractores del modelo princesas. Estos critican, sobre todo, su papel, más bien pasivo porque en general han de ser rescatadas por el hombre, y la importancia de su aspecto físico siempre agraciado, por supuesto, con lo cual no transmiten mensajes muy edificantes.

“Quizás la de las princesas sea la primera salva que reciben las niñas en lo que va a ser una lucha de por vida sobre su imagen”, escribe Peggy Orenstein, autora del libro Cinderella ate my daughter (Cenicienta se comió a mi hija), quien se ha convertido en una experta en la princesización infantil.

Sin satanizar a las princesas

En ese mismo artículo de La Vanguardia la antropóloga Apen Ruiz  explica que las princesas podrían considerarse como “el mito romántico más poderoso y duradero que nunca ha existido”.

Las princesas: bellas e inocentes doncellas cuyas historias han oído generaciones y generaciones de pequeñas, fascinadas por sus infortunios de todo tipo pero que, como describe la antropóloga, “tienen en común el ser rescatadas y salvadas por un maravilloso príncipe por el cual dejan atrás su vida para vivir feliz para siempre a su lado”.

“Sí, las princesas son muy muy antiguas pero, a la vez, muy actuales  –afirma Mireia Trias Folch–, y en muchas de las culturas, los cuentos que protagonizan nos remiten al rito de pasaje de la niña de púber a mujer”. Para esta psicóloga, las narraciones de este tipo también han servido para transmitir lo que ella llama fantasías optimistas.

“Los mecanismos psicológicos que ponen en marcha son los de la identificación. El niño se identifica con uno de los personajes, sufre todo tipo de tribulaciones con el héroe o con la princesa y, finalmente, triunfa con ellos. Estos procesos suponen una esperanza de solución para los miles de anhelos e inquietudes cotidianas de los niños quienes, a menudo, no saben ni cómo llamarlos ni de donde provienen”.

En opinión de Trias, estos cuentos son un buen recurso. “El problema es que el mito hoy se ha convertido en producto: creo que su sentido original y positivo se ha distorsionado, cambiándolo por un objetivo al servicio de otros intereses”.

“Hoy la industria cultural no proporciona a las niñas libertad de decisión sobre sus sueños, y la cultura de princesas se vuelve homogénea y dominante”, observa Apen Ruiz.

La antropóloga Apen Ruiz cree que hay que hacerles entender a las niñas que un hombre perfecto no va solucionarles la vida. “Es importante, por ejemplo, mostrar que no es necesario dejar de lado un proyecto personal profesional para tener una familia”.

Los modelos reales de princesas, sin embargo, sirven poco para respaldar argumentos de este tipo. La fascinación del público adulto y los medios de comunicación con estas mujeres es enorme y, como sucede en los cuentos, la cualidad que de ellas se destaca más es la de la belleza. La preparación es secundaria. Vale más un buen porte que un título universitario; una sonrisa perfecta que hablar cinco idiomas…

Sin embargo no debes olvidar que ese modelo tan poderoso es el de la sociedad consumista, pero este no tiene porqué ser el de tu casa, en tu casa tú eliges el modelo y lo creas, no dejes que te lo impongan así venga vestido de princesa inocente.


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