El amor es vida, es felicidad y alegría. El amor es calor y pureza. Y, justamente, mi hijo es todo ello y mucho más. Por todo eso, conservo desde el día que me enteré de su existencia -y para siempre-, todos los momentos que compartí con él.
El amor verdadero no se sonroja al mostrar su sensibilidad. Es profundo, sincero, sentido y puro. Es incondicional, eterno e infinito. Carece de límites, no conoce de condiciones ni de barreras. Por eso, mi hijo es amor, el más bonito que jamás haya podido sentir por alguien.
El amor de mi hijo es felizmente correspondido. Nadie jamás me dio tanta luz. Para nadie me he convertido en una figura tan importante. Nunca otra persona fue capaz de marcar los tiempos como él. Ese pequeño tiene el don de haber además tatuado mi alma.
Su vida marcó a fuego mi vida, y colmó de las más bonitas sensaciones y sentimientos mi corazón. Llenó mi memoria de las más gratificantes y satisfactorias anécdotas infantiles. Me brindó un título, el más importante de mi vida: ser mamá.
Ese pequeño y brillante sol llegó a mis días para enseñarme mucho. Fue la mejor aventura que pude haber vivido, a su lado. El protagonista de mi cuento infinito. Mi motor para avanzar día a día, el bastón que supo sostenerme ante cada posible trastabillada.
Por eso, y por mucho más, agradezco a la vida el haberlo puesto en mi camino. Y qué más da si se trata de un nene buscado, si al final de cuentas terminó siendo el más esperado. Resultó así ser el cielo más amado y venerado, el príncipe de todos mis palacios.
Mi hijo, mi mundo y puro amor
Mi hijo es mi mundo, mi sonrisa y hasta mi cable a tierra. Invade con su alegría mis tristezas, conquista mi corazón. Nutre mi alma con su frescura e inocencia. Purifica mi ser con cada una de sus monerías y ocurrencias tan suyas que pueden volverme loca.
Mi hijo es esa loca razón de vivir. Mi estrella, el Dios de mi propia religión. Junto a él he aprendido el verdadero sentido de la vida. El modo en que debemos transitar nuestro camino por este mundo. El inmenso valor que poseen aquellas cosas más sencillas de cada jornada.
Me demostró la fuerza del amor, el calor de los abrazos, el poder de las sonrisas. El valor de los besos sentidos y esperados. Lo estruendoso que se esconde detrás de toda silenciosa mirada. El tsunami emocional que moviliza cada “te amo” para siempre correspondido. El afecto infinito que puede vehiculizar un beso.
Es así como no puedo sentirme más que bendecida por tenerlo como hijo, orgullosa de cuidarlo y protegerlo. Porque es él quien pone color a mis días grises, quien musicaliza con su dulce voz cada mañana y colma las noches de paz con su sola existencia.
Mi hijo es todo
Mi hijo lo es todo. Jamás hubiese pensado que esto llegaría a darse. Nunca pensé querer así, con esta fuerza e intensidad. Mi hijo se convirtió sin más en la esencia de mis días, en el combustible que me empuja para seguir.
No importan aquí los obstáculos, las cachetadas del destino. Lo único que verdaderamente importa es el hecho de avanzar y crecer juntos. Vencer a la par. Aprender del error y la caída. Sonreír al sentirnos vencedores, al vernos salir adelante con la entereza e integridad siempre intactos.
El secreto de todo es llevar esa sonrisa y su mirada como bandera. Es todo lo que está bien, esa pequeña luz que ilumina cada uno de mis pasos. Por eso, siempre le pido un favor a ese ángel que Dios envió a la tierra, a mi cotidianidad.
Le pido a esa pequeña vida hermosa, que guíe mi camino como solo él supo hacerlo desde el momento en que comenzó a existir. Gracias hijo por ser mi mundo, mi todo. Prometo por siempre dar todo de mí para garantizar que seas sumamente feliz.
Bibliografía
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