El amor de una madre es el sentimiento más intenso, puro y sincero que una mujer puede experimentar. Se convierte en la mejor medicina para los dolores del alma, el consuelo de toda lágrima y el mentor de los más justos milagros de la vida. Sin lugar a dudas, este arraigado afecto maternal es capaz de mover montañas.
Pues desde el momento en que una madre siente vida agitándose en su interior, se crea un lazo sanguíneo tan estrecho forjado por la ilusión, la esperanza y los más profundos sueños que datan desde su infancia, capaz de darle vigor y alimentar ese cariño tan peculiar y de magnitudes impensadas.
Hay mujeres encinta capaces de dar todo por ese retoño que acuna en su vientre. Muchas madres pelean a diario para sacar a flote embarazos que, según la ciencia, no llegarán a buen puerto. Sin embargo, el poder del amor maternal logra dar los más dulces frutos.
Muchas veces, la vida nos despierta tras alguna bofetada del destino cuando las cosas no salen como uno desearía. Cuando un hijo llega al mundo de manera prematura o con afecciones de salud, el amor maternal se encargará de demostrar que nada es imposible cuando un corazón está preparado para dar batalla.
El amor de una madre lucha por lo imposible
Las vemos pasar meses enteros en internación, creyendo fervientemente en la fortaleza y valentía de sus hijos para sortear cualquier pronóstico médico. Las vemos en fonoaudiología, psicología, en clubes de fútbol, clases de ballet. Todas, en situaciones muy diversas. Sin embargo, cada una de ellas apostando por su hijo.
Cuando se acaba lo posible, ellas salen a pelear por lo imposible. Algunas harán malabares con la comida para poder alimentar a los niños, sea por falta de alimentos o por desacuerdos en materia de gustos y preferencias con los niños.
Otras tantas, se las rebuscarán para que aquellos niños con un ritmo de aprendizaje más pausado puedan dar sus primeros pasos o en pronuncien sus primeras palabras. Pues de esto se trata el amor maternal, de creer y confiar, apostándole todo al niño para que se desarrolle con normalidad en un marco de felicidad.
Ciertas mamás se encontrarán librando peleas diarias que implican los quehaceres domésticos al lado de un pequeño, mientras que en la vereda de enfrente se posicionan esas progenitoras que saldrán a buscar el pan o a buscar más ingresos para seguir construyendo un futuro juntos.
Pues definitivamente, el amor maternal existe, y realmente mueve montañas. Te da el aliento para seguir viviendo cada día a pesar de los obstáculos que se presentan en la vida. Te hace encontrar los caminos que debes recorrer necesariamente para llegar a eso que todos deseamos: unión y plenitud.
El amor maternal es eterno
No importa cuántos años pasen, el amor de una madre siempre estará allí, intacto, para hacer lo que sea por un hijo. Un pañuelo de lágrimas en las primeras desventuras amorosas y la calma a las preocupaciones e inseguridades que suscitan los cambios corporales de la adolescencia.
Conforme pasan los años, la pelea se encara con más conciencia y de manera más encarnizada en pos del futuro. Formar buenas personas, inculcando valores y también conocimientos útiles para el día de mañana. Despertar su interés en algún objeto de estudio o forjar un oficio.
Incluso el amor maternal tiene la notable capacidad de ir más allá aún. Velará por el bienestar de la familia que haya formado su hijo o hija. Estará presente en cada detalle, en cada paso que ellos den. Incluso, en esta dolorosa y emocionante nueva etapa lucirá una sonrisa.
Aún tras la embestida del hiriente paso del tiempo, el amor de una madre recobrará todas sus fuerzas cuando cambie su título, doctorándose en el amor más maravilloso, comprensivo, complaciente y compinche: ha nacido una abuela.
Y si esta mamá, hoy devenida en abuela, fue capaz de cargar un amor que podía mover montañas, ahora, con sus cabellos canos y surcos en sus manos, ese amor capaz de dar vida y sembrar futuro, hoy tendrá la capacidad de dar alas, convirtiéndose en un ángel que marcará la vida de sus nietos, como lo hizo con sus hijos.
Bibliografía
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