Te observo atentamente y no puedo medir mi admiración. El amor que siento cuando te veo sonreír me desborda. Así como mi corazón explota entre latidos estruendosos cada vez que me miras con esos dulces ojos color cielo. Mamá, gracias por enseñarme lo que es el amor verdadero.
En realidad, hay tanto que te debo, que siempre estaré agradecido. Me siento afortunado y bendecido. Madre mía, eres mi ejemplo, mi modelo y mi pilar. Mi sostén y mi fuerza motriz. Gracias por enseñarme todo lo que realmente importa en esta vida.
Mamita querida, gracias por enseñarme que el amor no solo se recibe, sino que también se da. Y por hacerme comprender que no solo vale nuestra felicidad, sino también la de las personas que adoramos. Esto es lo que aprendí cuando te vi dedicando tu vida a los seres que dices imprescindibles en tu día a día.
Gracias por enseñarme en qué consiste el amor
Con tu amor tan puro, sentido, sincero y verdadero entendí muchas cosas. En primer lugar que no existen límites ni condiciones. Pues no importa lo que haga, siempre habrá paciencia y tolerancia para resolver problemas. Y ese cariño que tanto te caracteriza y será eterno en mi alma permanecerá inmutable.
Contigo entendí que la felicidad de uno quizás resida simplemente en la felicidad o bienestar de otra persona. Es lo que siento cada vez que te enorgulleces y alegras de cada uno de mis logros y triunfos. Lo mismo siento cuando caigo, te arrastro conmigo a tocar fondo, y me apeno tanto por ello.
Definitivamente cuando te miro entiendo que el amor nos hace generosos y solidarios. Dejar siempre lo mejor para ese ser especial. No importa comer menos o frío, ni dejar la tajada más sabrosa para un tercero. Eso es genuino, nace de tu corazón y es el natural reflejo de tu alma noble que tanto me obnubila.
Dedicación y sacrificio son las palabras que te pintan de pies a cabeza. Ver reír al otro, facilitar su vida. Alivianar cargas y disipar el dolor es tu talento natural. Todos estos gestos que noto a diario me hablan del verdadero sentido del amor, de la vida y de la maternidad.
En las buenas, en las malas y en las peores siempre estuviste a mi lado. Sin importar las circunstancias, el sueño, el hambre, la tristeza, los enojos. Desde ya, velando para que salgamos adelante, nunca rindiéndose. Sacando de cada traspié algo bueno: materializando el error en una enseñanza inolvidable e imborrable.
En casa, en el trabajo o con tus estudios. No importaba, siempre había tiempo para nosotros en el hogar. Y no importó nunca el cansancio que te generaban todos tus quehaceres. Lo cierto es que a fuerza de besos, carcajadas, abrazos, caricias y mil “te amo” llenamos el más tierno anecdotario, grabado a fuego en mi corazón.
Mami, gracias por enseñarme tanto
Sin ser una diosa del Olimpo, me obsequiaste vida, así como me brindaste la mejor educación posible. Te regalo mi confianza ciega y me ofrezco para regalarte todos mis secretos y sueños. Te agradezco y me enorgullezco de tenerte como esa fiel amiga imposible de perder.
Gracias por enseñarme que el verdadero amor escucha más y habla menos, pero con una contundencia surgida del fondo de tu ser. Mi contención cuando el mundo se me viene encima. La persona que solo confía ciegamente en mí, que cree en mi potencial y sabe explotarlo al máximo.
También inculcaste en mí un sinfín de valores, con tu sola acción. Mientras creías que no te observaba, aprendí tanto mami, sin necesidad de sermones ni retos. Solo con ver cómo te manejabas, empática, comprensiva, solidaria, generosa y simpática por la vida. Puro carisma y sencillez.
Me demostraste que también el amor no ata, sino que te deja volar tan alto como puedas. Te convertiste en mi guía, pero sin forzar mi camino. Dejas que cada día explore nuevas rutas y escoja mi rumbo. Gracias, mi infinito cielo, por demostrarme que el amor verdadero también es libertad.
Imagen de portada cortesía de Megan Hagel
Bibliografía
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