Compararnos con los otros es una práctica milenaria que existe desde que los humanos vivimos en sociedad. Observamos, imitamos, evaluamos, afirmamos o rechazamos el comportamiento de los que nos rodean todo el tiempo.
Esta comparación puede ser buena cuando sirve como un puntapié y nos motiva a mejorar. Sin embargo, también puede lograr el efecto contrario y dejarnos inmersos en la frustración, sin importar la edad que tengamos. ¿Por qué los niños se comparan con otros? ¿Qué debemos hacer ante esa situación? ¿Qué rol tenemos los padres? Veámoslo a continuación.
¿Por qué los niños se comparan con otros?
Tal como mencionamos, la comparación es casi una tendencia natural: observamos a quienes nos rodean para nutrirnos de aspectos positivos y para encontrar modelos a seguir. Así mismo, descubrimos los aspectos y las conductas que no deseamos imitar.
Vivimos en sociedad y resulta muy difícil no asimilar ciertos atributos de quienes nos rodean.
Muchas veces, cuando nos reunimos con otras personas que tienen hijos, solemos caer en conversaciones que llevan a la comparación. Por ejemplo, cuando alguien nos cuenta que su hijo está aprendiendo a leer, contestamos en modo automático “¡Qué bueno! (Fulanito) aprendió hace algunos meses”. Así, los chicos también registran que los adultos comparan y así, naturalizan la acción.
Ahora bien, debemos estar atentos a que las comparaciones no resulten de una autoestima baja o de algún complejo de inferioridad. Ya sea en general o referido a algún aspecto concreto de sus vidas.
Qué hacer cuando los niños se comparan
A priori, no hay que alarmarse si notas que los niños de tu casa se comparan con otros: es esperable y hasta puede servir como fuente de motivación y de aprendizaje.
Sin embargo, a lo que sí debes prestar atención es al modo en el que se comparan, sobre todo si lo hacen de una manera negativa, perjudicial y dañina para su autoestima. Por ejemplo, cuando un niño ve que no puede tirarse a la piscina de la forma que lo hace su vecino, puede desanimarse, sentirse inútil o menos capaz que él.
En este caso, es importante reforzar sus propias cualidades, enfatizar sobre lo que sí puede hacer y también, respetar el tiempo que implica dicho aprendizaje. Si seguimos el ejemplo anterior, puedes explicarle a tu hijo que hoy no puede tirarse a la piscina de esa manera, pero que con la práctica podrá lograrlo más adelante.
Es importante enseñarles a los pequeños que deben valorar sus logros y que deben medirse con sus propias varas, no con las de los demás.
No basta con alentarlos a que no se comparen, sino que también hay que prestar atención a aquél aspecto en el que hacen foco y de qué modo hablan de él. De esta manera, también tendrás una herramienta más para conocerlos y para entender qué les sucede. En ocasiones, se comparan porque en los ámbitos escolares surgen situaciones que los llevan a eso, como el bullying o el apoyo a los “líderes” del grupo. Esto también puede darte una pista sobre cómo intervenir.
A continuación, también es importante que ayudes a tus hijos a reflexionar sobre lo que sienten cuando se comparan, para que puedan identificar sus emociones. Aquello que pensamos impacta en lo que sentimos y en lo que hacemos. Por lo tanto, puedes acompañarlos en esta reflexión y orientarlos sobre cómo hacer un uso útil de ese interés que tienen en los demás.
También, puedes enseñarles que todos tenemos aspectos propios que nos gustan más o menos y que es posible trabajar por mejorarlos.
Porqué, como adulto, debes evitar comparar a unos niños con otros
Muchas veces, la comparación que proviene del mundo adulto tiene un efecto contraproducente sobre los infantes. En lugar de lograr que los niños tengan el comportamiento deseado (como una mejor conducta o hacer los deberes sin ayuda), se erosiona su autoestima y se los deja “a la sombra de un modelo perfecto”.
En el ámbito del hogar, la comparación se vuelve muy frecuente entre los hermanos. Incluso, en ciertas ocasiones, se instalan dinámicas tóxicas que colocan etiquetas difíciles de superar: uno es la oveja negra de la familia y el otro es el hijo ejemplar.
Por eso, es preciso respetar y alentar la individualidad de cada infante, enseñarles las conductas que queremos promover y evitar a toda costa las rivalidades.
Por último, la comparación también puede dejarles un mensaje implícito e indeseado: “es necesario cambiar para ser querido”. De esta manera, los pequeños pueden interpretar que deben ser un poco más como los otros y menos como ellos para se aceptados. Esto limita el desarrollo genuino de su personalidad y la conexión con sus propios deseos e intereses. Y a la larga, pasan a ser una réplica de alguien más.
Valorar la diversidad, respetar la individualidad
La enseñanza de los niños debe contemplar su diversidad en todo sentido. Justamente a partir de sus diferencias, cada uno podrá aportar algo especial al grupo de pares y esto es lo que lo hará valioso.
Por eso, es importante que como adultos validemos distintos mensajes alentadores acerca de las diferencias, abramos el abanico de modelos y de conductas a seguir y los motivemos a ser únicos y valorarse por ello.
Por último, al pensar en la educación de los hijos, siempre se abre una oportunidad para revisar las propias prácticas de crianza. Preguntarse qué valores les transmitimos a los niños que los llevan a compararse de modo constante.
Bibliografía
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- Alonso García, Julia, & Román Sánchez, José Ma. (2005). Prácticas educativas familiares y autoestima. Psicothema, 17(1),76-82.[fecha de Consulta 2 de Febrero de 2022]. ISSN: 0214-9915. Disponible en: https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=72717112