3 líneas rojas que nunca debes traspasar con tus hijos

Ser madre no es fácil y tampoco necesitas ser perfecta, pues es válido cometer errores. Sin embargo, hay ciertos límites que nunca deberías traspasar para no perder la base de amor y respeto en la relación con tu hijo.
3 líneas rojas que nunca debes traspasar con tus hijos
Elena Sanz Martín

Escrito y verificado por la psicóloga Elena Sanz Martín.

Última actualización: 14 julio, 2020

Todo padre ha sentido alguna vez que ha perdido el control con sus hijos. Y es que, en la ardua tarea de educar, podemos encontrarnos ante situaciones límite que nos desbordan y ponen a prueba nuestras capacidades. No es posible, ni tampoco necesario, ser perfectos, pues es lícito cometer errores; sin embargo, existen ciertas líneas rojas que nunca podemos traspasar con nuestros hijos.

Cuando crezca, tu hijo no recordará aquel día puntual que estabas cansada y rehusaste jugar con él. Los recuerdos de su infancia no se resumirán en aquella mañana que llegabais tarde y elevaste el tono de voz para instarle a darse más prisa. No obstante, existen ciertas actuaciones que sí pueden marcar de forma importante su desarrollo emocional, por lo que es necesario evitarlas.

Las líneas rojas de la educación

Una línea roja es un punto de no retorno. Un lugar metafórico e imaginario a partir del cual las consecuencias pueden ser devastadoras e irreparables para los implicados. Cuando nos referimos a la educación de los niños, las líneas rojas son aquellos comportamientos que afectan negativamente al vínculo emocional entre padres e hijos y marcan significativamente el crecimiento de los menores.

Son, en definitiva, aquellos puntos en los que se pierde el respeto, se pone en duda el amor y se dejan de lado los valores básicos que deben regir cualquier sistema familiar. Así, tener claro cuáles son puede ayudarnos a evitar traspasarlos.

3 líneas rojas que no debes traspasar con tus hijos

Padre tirando de la oreja a su hijo como parte del castigo físico, una de las tres líneas rojas que no hay que cruzar.

Castigo físico

Aunque todavía algunos afirman que “un cachete a tiempo evita muchos problemas”, la realidad es que la violencia física contra un hijo es siempre un fracaso. El golpe, por pequeño que sea, no educa, no enseña ni transmite ningún aprendizaje valioso. Se trata únicamente de la descarga de frustración de un adulto que se siente sobrepasado y sin recursos.

Se han demostrado sobradamente las graves consecuencias emocionales que supone pegar a los hijos. El vínculo paterno-filial se daña, se enturbia y se llena de rencor, rabia y desconfianza. La autoestima del niño se debilita y este aprende a temer el golpe en lugar de asimilar un valor importante.

Así, igual que no nos planteamos agredir a nuestra pareja o a nuestro jefe cuando hacen algo que nos molesta, no debemos hacerlo con nuestros hijos. Recuerda esto: si el niño es capaz de razonar, razona con él; si no es capaz de razonar, no va a comprender por qué le pegas. Un golpe nunca está justificado.

Insultos

Sin duda, puede resultar agotador ir tras los hijos para que cumplan con sus obligaciones, repetir las mismas peticiones una y otra vez y afrontar sus conductas desafiantes. No obstante, y por muchas veces que hayas intentado hacerte escuchar con tus mejores palabras, no es aceptable proferir ningún insulto hacia un niño.

Cuando lo insultas, rompes la base de respeto imprescindible que debe existir entre ambos; pierdes la autoridad para exigir respeto por su parte y, por supuesto, hieres sus sentimientos. De nuevo, como en el caso anterior, insultarlo no es didáctico ni positivo de ningún modo. No enseña ni motiva a mejorar. Así, si te sientes desbordada, abandona el lugar y trata de calmarte, pues, una vez hayas cruzado la línea, nada será igual.

Madre levantándole la mano a su hija y cruzando una de las tres líneas rojas.

Culpa

Por último, existe un gran error que muchos padres y madres cometen, y es culpar a sus hijos de su propia infelicidad. Con frecuencia, les reprochan todo lo que han hecho por ellos, todo a cuanto han renunciado, lo que han perdido por ser padres. Esta es una actitud que denota inmadurez y victimismo y que resulta injusta para los menores.

Como adulto, has de hacerte responsable de tus decisiones pasadas, presentes y futuras, y has de hacerte cargo de tu felicidad. Cada una de tus elecciones, incluso la de ser madre, fue tuya; por lo mismo, no existe otro responsable más que tú.

Crecer escuchando ese tipo de afirmaciones puede llevar al niño a sentir culpa, a verse como una carga, a no sentirse amado y a sentirse obligado a colmar las expectativas y deseos de sus padres, ya que les debe la felicidad.

Libera a tu hijo de esa carga. No le hagas sentir que tu felicidad depende de sus actos. Aprende a hacerte feliz a ti misma para que tu hijo pueda crecer libre.


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