A simple vista, la rabieta impresiona una conducta caprichosa. Sin embargo, las neurociencias han realizado sus aportes para entender cómo funciona el cerebro de un niño durante estos episodios.
En realidad, los niños recurren a este estallido emocional porque no cuentan con los recursos necesarios para expresar lo que les sucede de otra manera. Esto es porque el cerebro de los pequeños aún está en desarrollo y por ende, debemos ser sus guías en este y en todos los aprendizajes de la vida.
El cerebro de un niño durante una rabieta
Tomando la metáfora del neuropsicólogo Álvaro Bilbao, el cerebro es un “tres en uno” y el él conviven diferentes estructuras en distintos grados de evolución:
- El cerebro reptiliano: se encarga de nuestra supervivencia y por ende, se guía a través de los instintos para llevar a cabo funciones vitales, como respirar.
- El cerebro emocional: como su nombre lo indica, se ocupa de facilitarnos las emociones para distinguir aquello que nos agrada de aquello que no.
- El cerebro racional: este nos permite acceder a la organización, la planificación y la toma de decisiones.
Durante los primeros tres años de la vida predominan el cerebro reptiliano y el emocional. A partir de entonces, el cerebro racional empieza a ocupar un rol más importante.
De esta manera, cuando un niño está enojado, es difícil pedirle que razone como un adulto y es necesario pensar estrategias que nos permitan tomar contacto con el cerebro emocional y reptiliano del pequeño.
Además, en dichos momentos se hace presente el cortisol en la sangre, que es la hormona responsable del estado de alerta y del estrés. Por este motivo, es necesario comprender que detrás de la conducta del infante hay mucho más que voluntad.
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Qué se puede hacer cuando un niño tiene una rabieta
Ahora que sabemos que la rabieta es una forma de expresión emocional posible y esperable de los niños pequeños, debemos distinguir aquellas medidas adecuadas de las inadecuadas para manejarlos.
1. Dar tiempo para descargarse y calmarse
Si la rabieta está en curso, es importante dejar al niño que se desahogue. Este desborde llega a su fin en algún momento y no sirve de nada intentar acelerar los tiempos por nuestra propia incomodidad.
Cuando los adultos nos exaltamos a causa de una pataleta nos enojamos más que el niño y en lugar de calmarlo, le agregamos más tensión a la escena.
Es difícil, pero mantener la paciencia, la calma y la comprensión son las únicas herramientas válidas para estos momentos.
2. Mostrarse siempre disponible
Los pequeños aún no cuentan con la habilidad de regularse y los adultos somos el andamio para que puedan lograrlo. Si nos adecuamos a ellos cuando lo necesitan y les brindamos respeto y empatía, los niños podrán entender poco a poco sus emociones y controlar sus conductas.
Es clave conocer las preferencias de nuestros hijos, ya que algunos niños requieren contacto físico en estas circunstancias, mientras que otros lo rechazan por completo.
3. Anticiparse a los hechos
Conocer a los niños nos ayuda a evitar aquellas situaciones que los frustran o enojan. Por ejemplo, si sabemos que a tal hora duermen la siesta, es conveniente no organizarles actividades en ese momento del día.
Muchas de las rabietas suelen estar relacionadas con las necesidades básicas insatisfechas, como la alimentación, el descanso, la seguridad y el afecto.
4. Ofrecer una enseñanza a partir de lo ocurrido
Una vez que se recobra la calma es momento de ofrecer un aprendizaje. Tomar conciencia de lo ocurrido los ayuda a entender sus emociones y a adoptar habilidades para gestionarlas.
5. Evitar las amenazas, la manipulación y la violencia
Es frecuente escuchar a un padre decirle a su hijo: “o dejas de llorar o te dejo solo”. Pero en el momento en el que los niños tienen un estallido emocional es cuando más necesitan a sus padres. De modo que esta estrategia solo marca una distancia con el pequeño y una incomprensión por parte de los mayores.
Hay niños que necesitan descargar sus frustraciones de manera física y a veces, patean o golpean. Por su propia seguridad y la de las otras personas, no se deben aceptar este tipo de conductas y se las debe redireccionar a otras más adecuadas. Por ejemplo, dejarlos golpear o tirar un almohadón al piso bajo ciertas condiciones.
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Entender el por qué, más allá del cómo
Si nos detenemos a pensar un momento descubriremos todo un catálogo de calificativos para estos desbordes infantiles: rabieta, pataleta, berrinche, capricho, entre otras. La mayoría de ellas, peyorativas y adultocéntricas.
Para contener a un niño en medio de un estallido emocional se requiere de una infinita paciencia, lo cual es dificilísimo en ciertas ocasiones. Sin embargo, es la única forma saludable de ayudarlos a recobrar la calma y de enseñarles que puedan expresar lo que les pasa de otra forma.
La inteligencia emocional es un aspecto del desarrollo que debemos empezar a trabajar junto a nuestros hijos desde la infancia.
Finalmente, es importante comprender que todos los niños son distintos y que no tienen las mismas capacidades que los adultos para pedir lo que necesitan.
De este modo, comprender el funcionamiento de su cerebro en desarrollo nos permite adecuar nuestras expectativas adultas a su edad y a sus recursos emocionales.
Bibliografía
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- Taipe Moreno, M. A. (2019). Propuesta didáctica para el manejo de la ira en niños de 5 a 6 años dirigida a padres de familia (Bachelor's thesis, PUCE-Quito).
- Bilbao, Alvaro (2015) El cerebro del niño explicado a los padres. Plataforma Actual.
- Seitun, Maritchu (2013), Capacitación emocional para la familia. Grijalbo.
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