Con la llegada del verano, lagos, ríos, playas y piscinas se convierten en nuestras mejores alternativas de ocio. Los niños, en su mayoría, contemplan el agua como un método para la diversión y nuevas experiencias. No obstante, para aquellos que sufren hidrofobia, acercarse al agua puede suponer una gran fuente de ansiedad y malestar.
Esta condición puede manifestarse en los primeros acercamientos del niño a las grandes superficies de agua. Pero también puede ocurrir que un infante que antes gozaba jugando con el líquido elemento desarrolle este temor irracional, ante el desconcierto y desesperación de sus progenitores. Entonces, ¿cómo podemos ayudarlo?
¿Qué es la hidrofobia?
La hidrofobia es un temor irracional y desproporcionado al agua o a entrar en contacto con ella. Los síntomas que presentan los niños que la padecen son los propios de cualquier otra fobia específica:
- Temor intenso, excesivo y persistente que se produce al entrar en contacto con el agua o ante la idea de que esto ocurra
- Experimentación de síntomas fisiológicos, como taquicardia, falta de aire, inquietud, tensión muscular o dolores psicosomáticos.
- Pensamientos negativos y disfuncionales sobre el peligro que supone acercarse al agua.
- El niño evita por todos los medios el contacto con el agua, resistiéndose, llorando y corriendo en la dirección opuesta.
- Si no se ha logrado evitar el contacto con el agua, experimenta un tremendo malestar y trata de escapar de la situación lo antes posible.
- Esta situación se mantiene de forma prolongada en el tiempo.
¿De dónde surge este temor?
En primer lugar, hemos de tener en cuenta que, cuando el niño es pequeño y realiza sus primeros acercamientos al agua, es común que sienta temor. Se trata de un medio desconocido y evolutivamente peligroso, en especial cuando aún no se sabe nadar. Por ello, para considerar una fobia, el temor debe ser prolongado y excesivo.
Por otro lado, el origen de la fobia puede no estar claro y es posible que confluyan distintos factores. Aun así, es probable que alguna de las siguientes situaciones hayan podido desencadenar este temor irracional:
- Experiencias traumáticas vividas en primera persona con el agua. Cualquier evento pasado en el que el niño haya sentido en peligro su integridad en un entorno acuático puede desencadenar la fobia. Por ello, es posible que un pequeño que se desenvolvía naturalmente en el agua desarrolle el temor tras un accidente en el que sintió que se ahogaba o si se le introdujo en el agua de forma brusca.
- Condicionamiento vicario. Es decir, haber sido testigo de una experiencia desagradable vivida por otra persona en el agua.
- Educación de miedo. En muchas ocasiones, es común que el miedo del niño venga inducido por el temor de los propios padres y lo que estos le han transmitido al respecto. Si se le habla al pequeño del agua como algo peligroso, este integrará dicha información aun sin haber tenido ninguna mala experiencia.
¿Cómo abordar la hidrofobia en los niños?
Para los padres, puede resultar complicado comprender y abordar la hidrofobia de los niños. Por lo mismo, en muchas ocasiones, nuestras buenas intenciones se traducen en acciones poco adecuadas.
Así, es importante no menospreciar el temor de los niños, no tratar de restarle importancia ni ridiculizarlos por ello. Es necesario validar lo que sienten y acompañarlos con comprensión y paciencia en el proceso de superación del temor.
Como en el tratamiento de cualquier fobia, la técnica más eficaz es la exposición gradual al estímulo temido, en este caso, el agua. Hemos de alentar a los pequeños a acercarse al agua de forma progresiva y, preferiblemente, en un entorno lúdico, divertido y despreocupado.
En el caso de los adultos, es común emplear técnicas de relajación para inducir un estado incompatible con la ansiedad que permita afrontar de mejor manera esa exposición. En el caso de los niños, el juego sustituye a la relajación; de este modo, mientras se divierten y disfrutan, no es posible la aparición del temor.
Por otro lado, también resulta muy positivo contar con modelos que permitan a los niños ver cómo otros se relacionan con el agua con agrado y sin temor. Esto resulta especialmente útil cuando los modelos son otros niños. En definitiva, cambiar la percepción que tienen del agua y ayudarlos a afrontar el temor de forma gradual será la mejor alternativa.
Bibliografía
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