Educar no es imponer un camino, es enseñar a caminar

Buena parte del papel de los padres es la crianza. Esto permitirá hacer que los niños crezcan y puedan vivir por si mismos. ¡Aprende en este artículo cómo educar de la mejor manera!
Educar no es imponer un camino, es enseñar a caminar
María Alejandra Castro Arbeláez

Revisado y aprobado por la psicóloga María Alejandra Castro Arbeláez.

Escrito por Equipo Editorial

Última actualización: 18 abril, 2021

Educar a un niño es proveerlo de conocimientos y emociones consolidadas que le sirvan para labrarse su propio destino. No es asignarle un sendero y decirle que por ahí es por donde debe ir.
Enseñarlo a caminar es darle piernas, alas, mente y energía para que examine todas las rutas y se decida por la que más desee.

Edúcalo para que viva en un mar de posibilidades

Apenas tu hijo vino al mundo le dijiste:

“Eres sangre de mi sangre. El tesoro más preciado que tengo. Como joya al fin voy a cuidarte, protegerte de todos los peligros. Jamás permitiré que sufras ni que te hagas daño. Alejaré a todo el que quiera hacerte algún mal. Voy a concebir para ti un mundo de amor, aceptación, felicidad y paz”.

Luego, al pasar los meses, y al comprobar los efectos de la educación que le dabas, alteraste un tanto el discurso:

“Cada día que pasa mi corazón se hace más grande. No sabes cuán bien me hace verte caminar, reír, jugar y hacer las travesuras más increíbles. Cuando me miras como lo haces y me llamas ¡Mamá! quisiera llorar de la emoción.

Pero hay algo en lo que me he venido fijando. Últimamente, he notado que solo quieres estar donde yo estoy y que lejos de mí te sientes inseguro. Esperas a que te dé la mano en todos los obstáculos y si ves un bicho corres a esconderte detrás de mi falda.

A partir de hoy te voy a educar un poco mejor, te enseñaré a tener confianza en ti mismo. Para eso, te daré cierta autonomía y la libertad para que cometas algún que otro error. Por más que me duela ya no voy a levantarte cuando te caigas, te alentaré para que lo hagas sin mi ayuda. A partir de hoy estaré siempre a un paso detrás de ti, pero a escondidas, para que no me veas. Debes hacerte fuerte y confiar en tus posibilidades”.

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Cuando tu pequeño cumplió dos años tuviste esta reflexión:

“Qué bello eres. Cuan grandecito te me has puesto. Te tuve ayer mismo y ya hoy te convertiste en el hijo que siempre soñé. Amoroso, intrépido, inteligente, perspicaz y ¡hasta amable y educado! ¿Quién diría que un niño tan pequeño iba a tener siempre presente el ir delante de las mujeres para abrirles la puerta, o alcanzarles las horquillas para que tendieran la ropa?

Eres bondadoso. Compartes tu comida y juguetes con cualquier miembro de la familia.

No obstante, hoy noté que prefieres relacionarte con las personas adultas. En el jardín de niños vi que te gusta la compañía de las educadoras antes que el estar solo con los demás pequeños. Creo que les temes un poco, quizás porque ellos han aprendido a comunicarse mediante el lenguaje de las mordidas, los tirones de pelo y el dame y coge de los juguetes.

Hay que educar tu miedo, enseñarte a convivir con ellos. Desde hoy mismo te abriré el diapasón y te iré mostrando, aunque de a poco, el mundo que te rodea.

Tengo que contener mis temores y romper la burbuja protectora dentro de la que te he mantenido.

Necesitas aprender a relacionarte, defenderte, tener anhelos y poner en práctica tus destrezas para alcanzar tus metas. Debes aprender a esforzarte por tus objetivos.

A partir de este minuto comenzarás a formarte como un hombre fuerte en materia emocional. Haré todo por eso”.

Mujer, hoy tu hijo cumplió 15 años. A través de la ventana, mientras lo ves jugar baloncesto con sus amigos, rememoras las palabras que dijiste en su nacimiento.

Repasándolas, vas notando que a medida que él crecía variabas el discurso. Si al principio pretendiste evitarle las decepciones, los disgustos y hasta el llanto, te diste cuenta de que él los necesitaba también para aprender.

El entorno de amor, aceptación, felicidad y paz que ibas a concebirle no haría de él el jovencito que deseabas.

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¡Qué bien que le mostrarte a amar, a ser feliz, a quererse, confiar en sí mismo, ser altruista y poner en práctica sus mejores valores!

Pero qué bueno también que le enseñaste a aprender de sus fracasos, a sacar experiencia de sus descalabros, a relacionarse con todos, a vivir.

No le impusiste un camino, lo invitaste a estudiar las artes: música, literatura, pintura…; a practicar deportes: beisbol, ajedrez, ciclismo, gimnasia…

Tu hijo sabe bailar ballet, cosechar las verduras del huerto, hacer cualquier quehacer dentro del hogar, arreglarte el auto…

Es un niño multifacético porque así quiso serlo.

Le mostraste el mar de posibilidades que tenía delante, lo dejaste navegar y hoy aguardas a que arribe a cualquier puerto.

Él sabe que sea cual sea el que escoja, tú, su Penélope, siempre estarás esperándolo.


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