La ambivalencia en la maternidad

No existe ningún vínculo humano basado puramente en el amor. Incluso la maternidad tiene sus luces y sus sombras, y es necesario aceptarlas y normalizar la ambivalencia.

Mamá cansada sintiendo la ambivalencia en la maternidad.

Convertirse en madre es una experiencia extraordinaria. El amor que sientes por tu pequeño es inconmensurable, tanto, que harías cualquier cosa por garantizar su bienestar. Sin embargo, en este vínculo (al igual que en todos los demás), también tienen lugar otras emociones menos agradables. La ambivalencia en la maternidad es algo completamente normal y sano.

La idealización que la sociedad hace de la relación madre-hijo es, en muchas ocasiones, perjudicial. Debido a los mandatos sociales, las mujeres se encuentran frente a sentimientos de agotamiento, frustración y necesidad de libertad que no saben cómo gestionar. ¿Cómo puedo sentir esto por mi hijo?”. Y, entonces, aparece la culpa. 

Madres perfectas

Desde que una niña nace, escucha incesantemente que la maternidad será el culmen de su vida como mujer. Que su felicidad solo estará completa cuando se convierta en madre. Que en ese momento conocerá el verdadero amor. La idea que se tiene socialmente de este vínculo está idealizada y distorsionada. Nos venden la imagen de una madre abnegada, entregada y cuya única fuente de realización es estar siempre disponible para sus hijos.Mamá sintiendo la ambivalencia en la maternidad.

Así, cuando una mujer se convierte en madre, espera, consciente o inconscientemente, cumplir con estos inalcanzables estándares. Es cierto que el amor es inmenso y las renuncias incontables pero, además, se exige que todo este sacrificio se lleve a cabo con una sonrisa y sin un ápice de duda.

Con el paso de los días, la mamá de un recién nacido comienza a sentirse agotada, abrumada y sola. La carga de responsabilidad sobre sus hombros, la falta de sueño y de apoyo, y la incertidumbre de saber si está actuando bien comienzan a hacer mella. Sin embargo, esos sentimientos negativos no se contemplan en el manual de la buena madre.

Nadie habla de la angustia y la desesperación tras horas seguidas de llanto de tu bebé. No se da lugar a expresar el miedo, la rabia o la frustración que se experimentan. Nadie te avisa de que, en ocasiones, desearás salir corriendo y recuperar tu libertad. Y, sobre todo, no te explican que esto es completamente normal.

La ambivalencia en la maternidad

Todos los vínculos que establecemos con otras personas contienen emociones contradictorias en diferentes grados. No existen relaciones de amor puro. Incluso con nuestros familiares, amigos o pareja experimentamos sentimientos de amor y de odio: algunas de sus cualidades nos encantan y otras nos resultan molestas. Nadie nos exige sentir una adoración impecable por ninguna de estas personas. No obstante, con la maternidad no ocurre lo mismo.

Cuanto más estrecho, íntimo e importante es el vínculo con alguien, más intensas son las emociones ambivalentes. Y no hay duda de que la relación madre-hijo es uno de los lazos más fuertes que existen. Por ello, lo común y esperable es que estas contradicciones emocionales hagan acto de presencia con frecuencia.

En ninguna otra relación nos entregaremos con la misma vehemencia, ninguna requerirá tanto esfuerzo de nuestra parte. Y, sin embargo, las emociones negativas están vetadas y demonizadas en la maternidad. Esto conduce a que muchas mujeres se encuentren sumidas en la culpa y la confusión, y se sientan madres inadecuadas e, incluso, malas.Mamá abrazando a su bebé.

Normalizar los sentimientos

Ha llegado la hora de normalizar la ambivalencia en la maternidad y permitirnos descubrir, sentir y gestionar las emociones en libertad. Estar agotada, agobiada, sentirte perdida o triste a veces es normal. Desear que alguien se quede con tu hijo un tiempo para poder recuperar algo de tu anterior y estupenda independencia es lógico.

No estás obligada a ejercer tu maternidad con una entrega absoluta y una sonrisa inquebrantable. No es un estándar sano ni realista. Eres un ser humano enfrentando un reto especialmente duro y exigente a nivel físico y emocional. Permítete sentir la dualidad, escucha tus emociones ambivalentes sin culpa. Sentirte harta o desbordada no significa, en absoluto, que vayas a maltratar o descuidar a tu pequeño. Y, por supuesto, estas emociones no borran ni un ápice del amor que sientes.

Lo mejor que puedes hacer por ti misma, por tu hijo y por el vínculo entre ambos es aceptarte con tus luces y tus sombras. Reconocer que aquellos rincones de la maternidad que más te desagradan también son parte del proceso. Darle su lugar a esas emociones negativas te liberará de una culpa que no te corresponde.

Bibliografía

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