En generaciones anteriores utilizar el castigo físico para corregir a los niños era algo habitual y normalizado. Incluso hoy en día hay quienes opinan que “un cachete a tiempo es necesario”. Sin embargo, múltiples estudios han confirmado que este tipo de conductas paternas afectan seriamente al desarrollo psicológico y emocional de los menores. Por eso, queremos mostrarte las consecuencias de pegar a los niños, con el fin de que puedas escoger otro estilo educativo más adecuado.
Incluso dentro de la comunidad científica ha existido cierto debate en torno a este asunto. Algunos autores afirmaban que el castigo físico moderado podía ser apropiado en ciertos momentos; mientras, otros proponían eliminarlo definitivamente en pro de otras prácticas parentales más respetuosas.
La realidad es que se ha demostrado que pegar a los niños (aunque sea de forma puntual y leve) puede conducir a un incremento progresivo de la violencia contra ellos. Y, además, en la mayoría de ocasiones se genera un daño emocional que, aunque pase desapercibido, resulta difícil de reparar. Hablamos de ello a continuación.
¿Cuáles son las consecuencias de pegar a los niños?
Mala relación con los padres
Establecer un vínculo de apego seguro con los hijos ha de ser una de las prioridades de todo padre y madre. Esta relación ha de proporcionarles a los menores afecto y seguridad y estar basada en la confianza, el respeto y la comunicación. Si se utiliza el castigo físico para corregir la conducta de los niños, la relación que se generará será tensa, hostil y cargada de miedo y resentimiento.
Aunque parezca algo inofensivo, al pegar a los niños no estamos colaborando en absoluto al objetivo de que nos perciban como figuras de referencia seguras y amorosas. Por ende, la distancia emocional será mayor y esto afectará también a la confianza y a la comunicación.
Agresividad y violencia
Al pegar a los niños, aunque la intención sea educarlos o guiar su comportamiento, en realidad les estamos transmitiendo la idea de que la violencia es aceptable como estrategia de resolución de problemas.
Normalizar la agresión hacia otra personas, incluso de la propia familia, lleva a que los menores puedan emplearla en sus propias relaciones. Así, no solo aumenta el riesgo de que se muestren violentos con sus padres, sino que pueden llegar a convertirse en agresores, ejerciendo esta violencia con sus iguales o con sus parejas en el futuro.
Afecta al desarrollo de su autonomía
Es cierto que el castigo físico suele ser efectivo a corto plazo para corregir la conducta de los niños y lograr obediencia. Sin embargo, es importante plantearse si esto es lo que se desea con la crianza. El objetivo no debería consistir en desarrollar en el niño una actitud sumisa, temerosa o resignada, sino en guiarle y ayudarle a convertirse en un ser humano autónomo y emocionalmente saludable.
En este último caso, pegar a los niños resulta totalmente contraproducente. Al hacerlo, les enseñamos a acatar órdenes para evitar las consecuencias, pero no logramos que comprendan los motivos, que desarrollen su propio razonamiento, que adquieran valores y responsabilidad.
Dificulta la adquisición del control de impulsos
El control de impulsos es uno de los aprendizajes fundamentales que deben hacer los niños, y este se logra a través del ejemplo y la guía de los adultos que le rodean. Al pegar a los pequeños estamos evidenciando nuestra propia incapacidad para manejar la ira, el disgusto o la frustración. Además, estamos siendo un modelo inadecuado para nuestros hijos.
Asimismo, reaccionar de esta forma hace que no los acompañemos en su propio proceso de regulación emocional. No nos detenemos a comprender sus emociones y a ayudarles a ellos a comprenderlas, no les mostramos cómo pueden regularlas y qué comportamientos adecuados pueden poner en práctica. Por lo mismo, es probable que al crecer tengan dificultades para tolerar la frustración y para relacionarse de forma asertiva y empática con otras personas.
Pegar a los niños es perjudicial e innecesario
A pesar de ser conscientes de las consecuencias de pegar a los niños, algunas personas argumentan que este es el único modo de corregir su comportamiento, que son demasiado pequeños para razonar o que no responden ante otros tipos de disciplina.
Sin embargo, se ha demostrado que los niños responden mucho mejor al afecto, al respeto y la paciencia. Un chico que se siente amado y acogido por sus padres está mucho más dispuesto a escuchar y colaborar que aquel que se siente agredido.
Esta estrategia requiere más tiempo, sí; implica ser pacientes con los procesos del menor, explicar, guiar y saber gestionar las propias emociones. Sin embargo, la recompensa es un hijo feliz, saludable y autónomo con el que disfrutarás de un vínculo afectuoso y cercano.
Bibliografía
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