Si yo pudiera, hijo mío, pasar la mano por tu frente para que la fiebre desapareciera en un segundo… Me gustaría tener poderes para aliviar al momento todos tus dolores, cerrarte toda herida, hacer desaparecer tus miedos, curar todos tus resfriados, tus cólicos… Sin embargo, las mamás y los papás solo tenemos el poder del amor, y con ello nos conformamos para poder salvaguardarte, protegerte y aliviar todos tus miedos y posibles sufrimientos.
Estamos seguros de que como madre, como padre, habrás pensado esto mismo en más de una ocasión. A todos nosotros nos agradaría poder tener a nuestro alcance esa capacidad para apartar de nuestros niños todo dolor e incluso por qué no decirlo, todo problema o pequeña molestia que puedan sufrir en algún momento.
A pesar de que en el día a día se diga aquello de que los más pequeños deben sufrir una caída de vez en cuando para aprender a levantarse de nuevo, no todos los padres piensan lo mismo. Si es posible, allanaremos el camino para que no tropiecen, para que no resbalen. Ya llegarán esos días en que aprendan de sus propios errores, en que la vida les dé esas valiosas oportunidades de aprendizaje.
Por otro lado, pocas cosas son más invalidantes y duras que ver a nuestros hijos atravesar alguna enfermedad. En ocasiones, basta ver los malos instantes que pasan durante la dentición o con un simple catarro para desear cargar sobre nosotros sus molestias, sus dolores o sus décimas de fiebre.
Sin embargo, lo queramos o no, la crianza también es eso: saber afrontar esos instantes difíciles y entender que no está en nuestras manos el poder poner a su alrededor una burbuja de protección donde no llegue el dolor, la caída, los virus o las infecciones. No obstante, y aquí se alza la auténtica magia, mamá y papá también pueden “curar” de muchos otros modos…
Si yo tuviera poderes, mi niño, para hacer que nada te duela…
Los vemos tan pequeños y tan frágiles que quedamos sobrecogidos. Nada más llegar al mundo y ver sus rostros se enciende en nosotros una necesidad de protección absoluta, escucharlos llorar nos rompe el corazón, atendemos cada uno de sus movimientos, nos encanta escucharlos respirar y nos preguntamos en todo momento si estarán bien, si sentirán frío, si tendrán hambre, miedo…
Esa sensación es completamente natural y hasta necesaria. Es así como garantizamos la supervivencia de nuestros hijos, es así como se despiertan en nosotros esos “superpoderes” que nos mantendrán alerta a pesar de tantas y tantas noches de desvelo, es así como anticipamos cualquier peligro y así como nace en nosotros ese “instinto” maternal o parternal que aunque nos sorprenda, tiene más de una capacidad extraordinaria que puede sorprenderte.
Mamá tiene poderes con sus besos
Este dato sin duda es tan curioso como especial. Según un estudio llevado a cabo en la Universidad de Pittsburg en 248 casos de niños y a lo largo de casi 5 años, cada vez que un pequeño sufría alguna pequeña lesión, como una caída, por ejemplo, el beso de la mamá era mucho más efectivo que un medicamento.
¿Cómo se explica esto? Es muy sencillo, tanto los besos, como las caricias o los abrazos confieren en los niños un efecto tranquilizante. Esa cercanía afectuosa hace a su vez que segregemos oxitocina, y con la oxitocina, endorfinas, esas hormonas que median con el bienestar y que a su vez, fortalecen el sistema inmunitario.
Queda claro que el beso de mamá no curará ninguna enfermedad. Sin embargo, lo que sí hará es conseguir que la recuperación sea más rápida. Es por ello que en muchos hospitales facilitan ya que los papás y las mamás puedan estar con sus hijos cada vez que estos deban ser ingresados en una clínica. Los pequeños sufren menos estrés, menos miedo y por tanto pueden afrontar mejor las intervenciones y los postoperatorios.
Papá ofrece seguridad, papá nos protege de todo
Ya lo dijo Sigmund Freud en una ocasión, pocas cosas son tan valiosas para un niño como sentirse protegido por su padre. Queda claro que una mamá también tiene esta capacidad, pero cuando un pequeño cuenta con sus dos progenitores siempre disfruta de ese refugio cercano, amable y reconfortante como son los brazos de papá, ahí donde crecer y ver el mundo, ahí donde sentir que nada malo puede pasarles.
Por ello, si eres padre no lo dudes, cada vez que tu niño tenga fiebre, sienta miedo o le duela esa rodilla por la caída que ha sufrido en el patio del colegio, hazlo, levántalo bien alto en brazos y ten a tu niño junto a ti un buen rato. Se sentirá mucho mejor al instante, porque papá como mamá, también curan. También tienen poderes.