Ser madre: La felicidad también vive en el sacrificio

Ser madre: La felicidad también vive en el sacrificio
María Alejandra Castro Arbeláez

Revisado y aprobado por la psicóloga María Alejandra Castro Arbeláez.

Escrito por Equipo Editorial

Última actualización: 17 marzo, 2020

Quien se sacrifica sabe amar y entregarse por completo sin importar todo cuanto esto pueda costarle. Se sacrifica solo aquel que entiende lo que significa sentir, pensar, obrar y vivir por otra persona teniendo como premisa el bienestar de la misma. Pero el sacrificio, a diferencia de lo que algunos piensan, no causa disgustos ni desazones, cuando es verdadero, trae consigo paz espiritual, bienestar y éxtasis. La felicidad también vive en el sacrificio. Las madres lo saben.

¿Qué es el sacrificio de las madres?

El sacrificio es una cualidad humana que solo cabe en el corazón de muy pocas personas. No todos entienden lo magnánimo que puede ser inmolarse por otro ser humano con una sonrisa en los labios como si se fuera a recibir un gran premio; y es que eso son los hijos para las buenas madres: un premio. Pero como no todos son buenos padres y madres, son inmunes a sentir tal sentimiento, les es imposible entenderlo.

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Se dice que la abnegación: el sacrificio voluntario, solo puede ser concebido por personas que entiendan de altruismo, desinterés, nobleza, amor…, y que por eso las madres, las buenas de verdad, son abnegadas. Cuando una mujer se embaraza y trae un bebé al mundo inmediatamente se convierte en una nueva mujer llena de fuerzas, vida, júbilo, esperanzas; y aun cuando antes de ser madre el sacrificio le pudiera haber sido desconocido, toda vez que pare, le florece.

El sacrificio de las madres no tiene límites. Si deben renunciar a intereses, deseos, creencias, necesidades, no hay peros. Las madres son seres especiales que superan los obstáculos más infranqueables. No hay circunstancias extremas cuando se trata de criar, amar, proteger, educar… Si el destino se vislumbra malo, regular o peor no existen diferencias; venga como venga, si su hijo está de por medio, ellas saben cómo hacerse grandes y salir a flote, incluso cuando a su lado los demás no puedan hacerlo.

La felicidad de las madres

La felicidad es prácticamente una cualidad innata de las madres. No hay quien sepa más de ello.

Si muchos de los seres humanos que habitan este planeta van por la vida siendo infelices y solo alcanzan la felicidad en algún que otro momento, a las madres les resulta fácil. Ellas alcanzan este estado emocional con solo mirar al pequeño que se mueve en la cuna, con solos verlo levantar la cabecita, virarse, sonreír, llorar, chupar el tete, gorjear, parpadear, sostener sus juguetes, mamar, jugar, sentarse, gatear, caminar, coger la cuchara, aprender a beber en un vaso, poder hablar, decir mamá, correr… Todo lo que hace un hijo para las madres es felicidad en su estado más puro. El acunarlo, cargarlo, acariciarlo, cantarle, sonreírle, hablarle, lactarlo, cambiarle el pañal, vestirlo… todo lo que tenga que ver con el bebé es miel para el alma y el corazón de las madres.

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La felicidad también vive en el sacrificio

Inmediatamente después del alumbramiento, o incluso mucho antes, apenas se embaraza, la actividad neuronal en el cerebro femenino comienza a funcionar en pos de la nueva criatura. Lo que fuera importante antes de su gestación pasa a ocupar un segundo plano.

Entonces llega el parto y junto al nacimiento de la niña o el niño, el desvelo, el agotamiento físico, el dolor en los pechos, la molestia en la herida de la cesárea y la preocupación que nunca cesa, llega un bienestar y una placidez tan inmensa que alcanzan a opacar los muchos malestares y sinsabores que durante el puerperio ella pueda pasar.

Los anhelos profesionales y personales son postergados como si se tratara de apenas una insignificante tarea que se puede dejar para mañana, porque el hoy es el que importa, y el hoy, para la madre, solo tiene un nombre: bebé. Nadie como ella para saber poner un suspenso en su vida y dedicarse, por completo, al bienestar de su hijo sin que nadie se lo pida o se lo exija.

Hay que tener un corazón bien grande y sentir un amor profundo para dormir poco, descansar apenas y estar siempre alerta a los “pedidos” de otra persona.

La felicidad también vive en el sacrificio porque, para una madre, incluso los momentos de sacrificio son momentos felices.


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