Hay días en los que la “súper mamá” llega al límite y se derrumba para llorar a escondidas. Porque ya no puede más, porque el cansancio la aprisiona hasta dejar a un lado su reluciente armadura para evidenciar a esa mujer que solo necesita un instante a solas.
Si te ha ocurrido esto mismo en alguna ocasión, no te preocupes ni pienses que estás rozando el abismo de una depresión. El estrés que supone la crianza de uno o más hijos se combina a veces con otros factores para llevarnos a situaciones límite donde es necesario detenernos, desahogar y reciclar algunos pensamientos, algunas emociones.
Aunque hablemos de “mamás” tenemos claro que también los padres viven esta misma situación. De hecho, aunque no lo creas, estos instantes vitales tienen su parte de utilidad e incluso de beneficio. Todos aspiramos en ocasiones a ser la mejor madre, a ser el mejor padre controlando cada aspecto y dando siempre lo mejor de nosotros mismos.
No es fácil mantener este nivel de autoexigencia todos los días. Llegar al límite es darse cuenta de que aunque nuestra prioridad son los niños, debemos atendernos. Porque no serás una mala madre si te das media hora de descanso, y nadie, absolutamente nadie, tiene derecho a criticar el que te atiendas, te cuides y te mimes a ti mismo/a.
Porque solo así darás lo mejor de ti a tus hijos. Te proponemos reflexionar sobre ello.
El cansancio físico y el cansancio emocional
Sentir cansancio no es sinónimo de estar cansados de nuestros hijos. Decir “no puedo más” no es motivo de censura ni de debilidad. En ocasiones, el propio remordimiento por sentirnos así en un momento dado es mucho peor que ese agotamiento físico y mental. Por ello, es necesario que entendamos y racionalicemos algunos aspectos básicos.
La mamá o el papá “multitarea”
Los niños no se crían solos. Necesitan el 150% de nosotros casi a cada instante. Por si esta exigencia no fuera bastante, a la crianza, atención y educación se le añade la responsabilidad de un hogar y de un trabajo.
La multitarea es uno de nuestros enemigos cotidianos más voraces. Podemos ser eficaces un mes, dos meses o cinco meses, pero llegará un instante en que nuestra mente y nuestro cuerpo no podrán mantener este nivel.
Cuando esa voz interna nos dice “tengo que llegar a todo” pero nuestro cerebro y nuestra mente responden con un “ya no puedo más”, el estrés empieza a hacer estragos ante esta descompensación tan sutil:
- El cansancio se traduce en dolor. Nos duelen las extremidades, los huesos, y sentimos una presión en el pecho.
- El ritmo cardíaco se acelera, sufrimos malas digestiones, episodios de diarrea, estreñimiento…
- Cuando llegamos al límite, y casi sin querer, nos sale una mala contestación, una palabra fuera de lugar, un “cállate”, un “ahora déjame”… Palabras que decimos a veces sin pensar a nuestros hijos y que luego tanto nos duelen.
La presión de la exigencia
La presión de la exigencia nos la pone la propia sociedad, la familia e incluso nosotros mismos. Queremos ser esas “súper mamás” que están a la última en materia de crianza, que dan lo mejor de sí a los niños, que aspiran a tener hijos felices, brillantes y responsables…
No hace falta llegar a estas cumbres. De hecho, basta con criar hijos felices y sanos en compañía de madres y padres felices, con buena autoestima y que saben disfrutar de los pequeños instantes cotidianos. Algo que el estrés nunca nos va a permitir.
Debemos cambiar algunos pequeños esquemas. Te los explicamos a continuación.
Llorar es necesario, cuidarnos también
Es necesario entender en primer lugar que no es necesario ni recomendable ser “la madre o el padre perfecto”, lo esencial es saber ESTAR en cada momento en que nuestros niños nos necesiten. De ahí, que valga la pena reflexionar unos instantes en estas dimensiones.
- A la hora de educar y atender un niño cada día va a ser diferente y va a requerir de ti nuevos aspectos. Asúmelos con calma y no anticipes peligros ni preocupaciones. Vive el presente, el aquí y ahora con tus hijos.
- No pasa nada si lloras o incluso si tus hijos te ven a hacerlo. Coméntales que “mamá necesita un instante”, que todos necesitamos llorar de vez en cuando para luego “ser más fuertes”. El desahogo emocional es bueno.
- No cargues sobre tus espaldas todas las responsabilidades, miedos, presiones y dudas. Comparte con tu pareja, con tu familia, consulta dudas con tu pediatra cualquier duda o preocupación sobre los más pequeños.
- Tienes derecho a disfrutar de tus instantes de ocio, de relax y de intimidad. No serás “mala madre” por permitirte una hora o dos al día para ti sola.
- Busca apoyo en tu grupo de amistades y con otras mamás. Compartiréis experiencias y descubrirás que, efectivamente, no eres la única que llora a escondidas, que se siente agotada y que tiene dudas.
Es un proceso normal que nos invita también a tomar conciencia de nosotras mismas para mejorar. Disfruta de esta aventura que es ser madre pero nunca te descuides a ti misma: eres lo más importante para tus hijos.