Los padres son los encargados de velar por el bienestar de sus pequeños. Ellos han de inculcarles hábitos y valores, y han de asegurarse de que los niños lleven una vida ordenada y saludable. Pero, para esto, necesitan que los pequeños escuchen, atiendan y sigan sus indicaciones. Por lo mismo, cuando un hijo no acepta órdenes, desobedece o desafía la autoridad, los conflictos son diarios en el hogar.
Para un progenitor puede resultar muy frustrante que el niño no acate las directrices. Sin embargo, es importante que nos alejemos de nuestra percepción de adultos y entendamos la perspectiva del niño. ¿A ti te gusta que ten órdenes, que dirijan tu vida o te impongan un modo de proceder? Seguro que no, y a tus niños tampoco. Por esto, la clave para lograr que cooperen no es buscar obediencia ciega, sino conectar realmente con ellos. Te contamos por qué.
¿Debes preocuparte si tu hijo no acepta órdenes?
El hecho de que un niño no acepte órdenes puede considerarse un signo positivo del desarrollo. Esto significa que está en plena construcción de su propia identidad, que se permite cuestionar las situaciones y que no es un infante sumiso y temeroso. Esa pequeña rebeldía no debe ser vista como un problema.
No obstante, tampoco es positivo que un niño se oponga por sistema y se muestre desafiante todo el tiempo. Esto entorpece la interacción entre padres e hijos, daña el vínculo e impide el aprendizaje de lecciones importantes.
Así, si te preguntas en qué momento debes preocuparte, estos son algunos de los signos a los que atender:
- El niño se muestra hostil, irritable o agresivo.
- Desafía la autoridad constantemente y se niega a obedecer.
- Molesta a otras personas, las trata mal o tiene problemas con sus compañeros, profesores o familiares.
- Es rencoroso, vengativo y respondón.
- Miente, comete pequeños robos o, en ocasiones, se escapa de casa.
- No acepta sus errores, culpa generalmente a otros y no tolera la frustración.
¿Por qué tu hijo no acepta órdenes?
Tanto si las anteriores conductas se presentan en un grado leve como de forma persistente e intensa, existen diversas causas que pueden dar cuenta del por qué. Entre las principales están las siguientes:
Temperamento
El temperamento es una tendencia innata a percibir, pensar, sentir y actuar de una forma determinada. Nacemos con él y está determinado por la biología. Así, algunos niños presentan un temperamento difícil que les lleva a experimentar más emociones negativas y a ser más rebeldes e irritables.
Etapa evolutiva
También, es importante considerar el momento vital del niño. Y es que, hacia los dos años, es común que surja una etapa de desafío a los adultos. En este momento, el niño se descubre a sí mismo como ser independiente y quiere afirmar su individualidad. Además, puede sentirse mayor y no querer ayuda u órdenes por parte de nadie.
Además, es importante considerar la inmadurez cognitiva y emocional propia de la infancia. El control de impulsos aún no se ha desarrollado y los pequeños tampoco han adquirido herramientas para tolerar la frustración. Por esto, pueden mostrarse irracionales, tener estallidos emocionales o irritarse ante ciertas situaciones.
Trastornos psicológicos
Aunque la desobediencia y la rebeldía pueden ser normales, también es posible que respondan a algún trastorno externalizante. Estos son aquellos que implican una exteriorización llamativa y desadaptativa de emociones y estados internos que no saben gestionar. El TDAH, el trastorno negativista desafiante o el trastorno explosivo intermitente son algunos de ellos.
Estilo educativo inadecuado
Cuando los progenitores son excesivamente autoritarios o demasiado permisivos, cuando no son coherentes y, sobre todo, cuando no saben conectar emocionalmente con sus hijos, pueden aparecer este tipo de problemas de conducta.
¿Cómo actuar si tu hijo no acepta órdenes?
La buena noticia es que ninguna de las causas anteriores implica una sentencia. En todos los casos se puede intervenir para lograr que el comportamiento del niño mejore y se muestre más proclive a seguir directrices. Algunas de las pautas al respecto son las siguientes:
- Mantén la calma y no culpes a tu hijo. Recuerda que el comportamiento de los niños siempre comunica una necesidad y es lo que debemos descubrir. No te lo tomes personal, no lo etiquetes como “malo” o “desobediente y procura no perder los nervios. Si tú te mantienes en calma y controlas tus emociones, serás un gran ejemplo para el chico.
- Dale cierta libertad, control y poder de decisión. Escoger entre varias opciones aceptadas por ti puede lograr este cometido y hará que tu niño se sienta escuchado, capaz y tenido en cuenta.
- Enséñale sobre sus emociones. Ayúdale a identificar cómo se siente en cada situación, a ponerle nombre a ese sentir y a gestionarlo adecuadamente. En lugar de regañarlo por expresar su ira, su enfado o su disgusto, valida su emoción y enséñale cómo relajarse o canalizarla de una mejor forma.
- Establece unos límites sanos y coherentes. Las normas son necesarias, pero es importante que el niño participe al establecerlas, que las conozca y que entienda el por qué existen. También, ha de saber cuáles son las consecuencias. Igualmente, es fundamental que los padres formen un frente unido al respecto y que no se desautoricen ni cedan constantemente, pues entonces los límites no son firmes ni útiles.
- Enfócate en crear un vínculo sólido y sano con tu hijo. Este es, quizá, el punto más importante. Demuéstrale amor, afecto, respeto y confianza. Conversa con él, ponte en su piel, explícale las situaciones y ayúdale también a pensar por sí mismo. De este modo, no sentirá que únicamente quieres imponerte sobre él, sino que se sentirá guiado y acompañado a tomar las mejores decisiones por voluntad propia.
La ayuda profesional puede ser necesaria
En ocasiones, puede existir algún trastorno del comportamiento que sea necesario tratar. La psicoterapia cognitivo-conductual es muy eficaz al respecto, por lo que consultar con un profesional puede ser de gran ayuda. Incluso, si no hay ninguna patología de por medio, un psicólogo infantil puede ayudar al niño a desarrollar herramientas emocionales y ofrecer a los padres la orientación y las pautas que necesitan para lograr un cambio.
Bibliografía
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- Battagliese, G., Caccetta, M., Luppino, O. I., Baglioni, C., Cardi, V., Mancini, F., & Buonanno, C. (2015). Cognitive-behavioral therapy for externalizing disorders: A meta-analysis of treatment effectiveness. Behaviour Research and Therapy, 75, 60–71
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