Cómo saber hasta dónde exigir a los niños

Al momento de saber hasta dónde exigir a los niños, es importante tener en claro cuáles son las expectativas con las que nos manejamos. La exigencia desmedida puede causarles ansiedad, estrés y frustración.
Cómo saber hasta dónde exigir a los niños
Maria Fátima Seppi Vinuales

Revisado y aprobado por la psicóloga Maria Fátima Seppi Vinuales.

Última actualización: 17 agosto, 2022

¿Cómo encontrar ese equilibrio entre la exigencia y el estilo laissez faire, que se refiere a “dejar hacer libremente”? “Si no le exijo que haga los deberes, no puedo esperar que mi hijo los haga por sí mismo”. Esta es una preocupación y una consulta frecuente por parte de los adultos en relación con hasta dónde se debe exigir a los niños. Veamos qué es la exigencia y cuál es su contracara cuando se vuelve extrema.



Claves para saber hasta dónde exigir a los menores

La exigencia, entendida como un desafío y como un puntapié que estimule el desarrollo y el crecimiento de los niños, debe formar parte de su educación. A través de ella, salen de su zona de confort y pueden explorar un poco más allá. De ese modo, pueden demostrarse a sí mismos de lo que son capaces. A continuación, desarrollamos algunas cuestiones a tener en cuenta.

Reforzar la autoestima

La exigencia tiene un mensaje positivo vinculado con la idea de que creemos y confiamos en ellos, de que son valiosos y que son capaces de lograrlo. Por eso, es importante reforzar la autoestima del pequeño para que pueda confiar en sus posibilidades.

No exigir en forma desmedida

Con la hiperexigencia solemos dejar de lado los deseos y los intereses del niño. Esto le puede causar frustración y estrés, entre otras consecuencias graves.

Cuando la exigencia se torna en hiperexigencia, nos lleva a olvidarnos sobre quiénes la estamos aplicando y de las respuestas que son capaces de dar. La exigencia desmedida pasa por alto los intereses, los deseos y las necesidades del niño. Por su parte, los adultos adoptan posturas rígidas con pedidos a los cuales los pequeños intentan responder, pero a consecuencia de un costo altísimo de estrés y de malestar.

Evitar crear un clima de tensión

Cuando pensamos en dónde debemos poner el límite de exigencia a los niños, podemos traer a la mente una frase muy conocida: “es como pedirle a un pez que vuele, no podrá hacerlo”. Es decir, hay que tener en cuenta el factor evolutivo y vincularlo con la edad del chico. Cuando intentamos forzarlo a hacer algo para lo que no se siente preparado, lo frustramos e incluso podemos generarle cierta aversión por esa actividad o temor a intentarlo a de nuevo.

Además, cuando en la experiencia de aprendizaje prima un clima de tensión, es poco probable que los menores puedan disfrutarla, lo cual sin dudas influye en su rendimiento.

Advertir las posibles consecuencias

A su vez, no olvidemos todas las emociones y reacciones que surgen a partir de la exigencia, tales como el enojo, la ira, la irritación o el miedo, entre otras. El estrés, la ansiedad, la inseguridad y la búsqueda por el perfeccionismo también se encuentran entre las consecuencias. También, podemos llevarlos a interiorizar la auto-exigencia en niveles desmedidos, por lo que después encuentran muy difícil el hecho de poder regularse, de decir que no y de establecer límites.

Algunas claves para aplicar una exigencia positiva

Reconocer los logros de tu hijo es una buena manera de reforzar su autoestima y de animarlo a mejorar. Los adultos deben tener paciencia, apoyar a los chicos y mostrar afecto en lugar de exigir resultados.

Algunas recomendaciones que podemos tener en cuenta para llevar a cabo una exigencia positiva en los niños son las siguientes:

  • Establecer una rutina y objetivos por cumplir. De esta manera, los pequeños podrán desarrollar, de manera gradual, el hábito y el compromiso. El orden y la organización ayudan en esta dirección.
  • Reconocer sus méritos y sus logros. Esta es una buena manera de reforzarlos y de animarlos.
  • Tolerar tanto los errores y las equivocaciones como el propio estilo de hacer de los niños. Nosotros mismos debemos aprender que hay múltiples caminos para llegar al mismo resultado. En ese sentido, debemos dejarlos hacer, probar y descubrir a su modo.
  • Enseñar a valorar el proceso y no únicamente los resultados. De esta manera, se trata de que pueda tener experiencias de aprendizaje y que no se vuelva “resultado-dependiente”.
  • La exigencia no es enemiga del afecto y de la paciencia. Muchas personas creen que si te muestras “blando”, los chicos no aprenderán nada. Por el contrario, darle confianza y respetar sus tiempos lo ayuda a dar lo mejor de sí mismo, ya que no tiene que concentrarse en defenderse de lo que perciben como una amenaza: la mirada crítica e hiperexigente de los demás.
  • Evitar la agenda completa de los niños. Es importante adquirir ciertas habilidades y exigir, pero es igualmente clave que los menores tengan tiempo para jugar, para descansar, para divertirse y para aburrirse. Hoy en día, nos encontramos con indicadores de estrés a edades cada vez más tempranas y esto se debe, en gran parte, a la hiperexigencia.


La exigencia también requiere del manejo de las expectativas

Por último, es importante mencionar el estilo de educación y de crianza que aplicamos con los niños. En particular, las expectativas de los progenitores no son un tema menor en cuanto a la exigencia. Sucede que muchas veces creemos que los ayudamos al llevarlos al límite, cuando en realidad incurrimos en un error.

A su vez, al momento de exigir, también podemos preguntarnos por qué lo hacemos. ¿Cuál es nuestra creencia detrás de todo ello? Seguramente, la mayoría de los progenitores dirá que es “por su bien”, “para que disfruten del éxito” o “para que aprendan cosas”. Nadie duda de las buenas intenciones, pero a veces los niños se convierten en los portavoces y protagonistas de nuestros propios anhelos no cumplidos. Sin embargo, esto va en detrimento de su bienestar emocional, que es justo lo que queremos evitar.


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