Un padre tiene un papel esencial como apoyo emocional, de escucha, de solidaridad y de compañía hacia la mujer que acaba de ser madre. Es sobre todo en este momento en el que la mujer debe tener un punto de anclaje que le permita prevenir un derrumbe emocional en momentos de dificultad y desconcierto.
No obstante, debemos destacar que la función del padre dentro de la maternidad tiene dos tempos. En primer lugar hacíamos referencia a la primera etapa de la vida de un niño, la cual va de los cero a los dos años. Este momento se caracteriza por la gran demanda del bebé y la premura de los papás por convertirse en adivinos de las experiencias que están por llegar.
En segundo lugar, en la etapa que comienza alrededor de los dos años, el padre puede favorecer la separación emocional de la mamá como un modo natural de fomentar la construcción el Yo del niño. Es esencial, por lo tanto, que en este momento se favorezca la autonomía y se ayude a desvincular la identidad del niño de la de los progenitores.
El padre como sostenedor emocional
Es inevitable que en la primera etapa de cada niño la madre sea más responsable de la crianza, pues al fin y al cabo la lactancia y el instinto completan su función de manera natural, acercando a la madre y al niño y haciendo de ellos un mismo pack, un dúo de unidad inquebrantable.
Por eso, durante los dos primeros años un padre desempeña principalmente una actitud de apoyo hacia la madre, ofreciéndole cuidado y contención a ella para que pueda sobrellevar una carga que a veces puede resultar abrumadora.
Así, un padre en estos momentos sostiene a la madre facilitando su fusión con el bebé, garantizando su unión y fomentando que la madre y el niño puedan disfrutar de la lactancia, la higienización o tantos otros momentos en los que madre y bebé se conocen.
En el puerperio es esencial que una madre se sienta protegida y se despoje de la obligación de todo lo banal, de toda racionalidad y obligación lógica. Este momento “posparto” se concibe como una nube que emborrona al resto del mundo.
Por eso digamos que la madre necesita que el padre la supla en ciertos aspectos hasta que su cuerpo y su mente se recompongan del puerperio. Esto ayuda a preservar la seguridad “del nido”, un lugar al que los demás apabullan de consejos y sermones y que pueden llegar a ser muy incómodos para una madre que se cuestiona absolutamente todo de su nuevo rol.
Digamos que en este momento debe haber un equilibrio que garantice la seguridad y el trabajo de introspección que necesita hacer una madre para comprender las luces y las sombras de su nueva identidad.
Este es el momento de aceptar y amar, de conservar un espacio psíquico para la organización familiar, alimentar las intuiciones y las sensaciones sutiles maternas, así como mantener la calma ante torbellinos emocionales que despliegan con fuerza en la mente de la madre ante cualquier pequeño detalle.
En este tiempo de contemplación el padre es, sin duda, un gran promotor del bienestar y de la paciencia.
La segunda etapa: el bebé cuando deja de serlo
En el momento en el que el bebé cumple los dos años se avecinan una serie de cambios que, en cierto modo, desconciertan a la unidad familiar. El pequeño comienza a ser una personita en la medida en la que se comunica hábilmente y transforma sus procesos de pensamiento más allá de su ego.
Comienzan a manifestar su identidad, su personalidad y sus intereses. Los hacen valer y adoran su independencia. Por eso es esencial que los padres favorezcan ese proceso de desvinculación del cuerpo a cuerpo que hasta entonces marcaba el día a día de madre y retoño.
En esta etapa ya no es adecuado dormir con ellos y, por proponer una situación ejemplificante, hay que comenzar a fomentar que el niño adquiera las habilidades necesarias para comer o vestirse solo.
Esta transición que podemos llamar “de bebé a niño”, supone muchas veces un nostálgico cambio en el que los padres y las madres tienen que reaprender a serlo para potenciar la autonomía del pequeño. Así, aunque se perciba en la mujer un papel principal a nivel fisiológico por cuestiones obvias, en el plano emocional la crianza conjunta se hace especialmente patente y necesaria en este momento.
Este momento marca un antes y un después en el papel del padre, momento en el que las necesidades del hijo se pueden satisfacer a partes iguales.
Cada uno, en función de la dinámica familiar, toma las riendas de aquellos aspectos en los que más hábil sea, favoreciendo así un espacio único y compartido por una tríada que está inundada de amor y de ansias por conocerse plenamente en cada etapa.
Bibliografía
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- Maldonado-Durán, M., & Lecannelier, F. (2008). El padre en la etapa perinatal. Perinatología y Reproducción Humana, 22(2), 145-154. https://www.medigraphic.com/cgi-bin/new/resumenI.cgi?IDARTICULO=21219
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