¿Te ha pasado alguna vez algo como esto: tu hijo hace algo que no debe, le dices calmada y con buenas palabras que eso no se hace y luego te das cuenta de que lo vuelve a hacer? Se lo vuelves a decir, otra vez por las buenas, te miran y vuelven a hacer todo lo contrario a lo que le indicaste. Pruebas de otra forma, ya con gesto serio y ceño fruncido, tono firme, a ver si esta vez entiende y no, resulta que lo sigue haciendo, te está llevando la contraria.
Te comienzas a molestar, y cosas como un tono de voz más brusco no funcionan. Pierdes la calma y empiezas a adentrarte en el ámbito de los castigos. Si, ese territorio que no quieres pisar porque has decidido dirigir tu camino por la senda de la crianza respetuosa. Así que te asaltan las dudas. ¿Qué pasa? ¿Por qué no funciona? ¿Por qué sigue repitiéndolo a pesar de que le digo que no?
Los bebés no tienen capacidad de autocontrol, así que si sienten un impulso, las probabilidades de que se controle a sí mismo son mínimas, por no decir que nulas. Ese impulso puede venir de muchas situaciones, puede que sea por frustración, o incluso por alegría. Las causas pueden ser muy variadas, pero una vez que le decimos que eso no se hace, ¿por qué lo repite?
La causa de llevar la contraria varía según la edad del niño
Los bebés son pequeños científicos y tienen el cerebro programado para aprender el máximo de cosas posibles en el menor tiempo posible. Ese aprendizaje requiere explorar y eso implica a menudo ir en contra de tus deseos.
Su cerebro lo impulsa una y otra vez a descubrir cosas, no es que no quiera hacerte caso, es que entre hacerte caso y descubrir cosas, su cerebro siempre se inclina por descubrir.
Básicamente esto significa que los niños utilizan a los padres y a familiares cercanos como banco de prueba para descubrir el mundo que les rodea.
Si haces algo que le resulte interesante, el niño va a intentar causarlo de nuevo para poder volverlo a observar e intentar, y así sacar sus conclusiones. Si la reacción la han provocado ellos, les resultará doblemente fascinante, porque descubrir que pueden tener efecto sobre nosotros es una sensación muy poderosa para el niño.
Mientras más interesante y curiosa sea nuestra reacción para el niño, más posibilidades hay para que vuelva a hacerlo y si tu respuesta va cambiando constantemente, más le va a costar entender lo que pasa y sentirá más necesidad de repetirlo para intentar sacar una conclusión. En casos así, lo ideal es una reacción firme pero muy neutra, casi aburrida y siempre la misma.
Un reciente estudio publicado por médicos pediatras habla sobre la diferencia que hay entre la edad en la que los padres piensan que los niños pueden controlar sus actos y la edad en la que neurológicamente desarrollan esa capacidad.
Según este estudio, la mayoría de padres creen que los niños deberían ser capaces de controlar sus impulsos en torno a los dos años, cuando los científicos dicen que ese control apenas comienza a desarrollarse entre los 3 y 4 años, y se va desarrollando paulatinamente hasta madurar por completo entrada la veintena.
Esta disparidad entre tus expectativas y la realidad del niño provoca muchas veces que pienses que te lleva la contraria a propósito, cuando no es así. Entender esta realidad muestra lo absurdo de castigar o penalizar a niños por comportamientos que son totalmente apropiados para su nivel madurativo y que en realidad están fuera de su control.
Promueve la inteligencia emocional
Los seres humanos somos especialmente emocionales. A pesar de que durante muchos años nos hayan enseñado a sido reprimir las emociones, la ciencia está diciendo que reprimir las emociones es una tendencia muy negativa.
Es importante enseñar a los niños a gestionar las emociones, a permitirles sentirlas y expresarlas de manera sana y aprender también a escucharlas y aceptarlas sin juzgar.
Un niño que aprende a identificar y nombrar sus emociones, que confía en que sus padres o sus adultos de referencia las van a validar y a respetar y que tiene la seguridad de que sus emociones son normales, es más probable que se convierta en un adolescente que se comunique mejor.
Y ese factor de utilizar el comportamiento para comunicar necesidades o emociones con las que no se sienten cómodos, o que les da miedo, se va a ver disminuido.
Todas las etapas de desarrollo tienen años de transición en los que las emociones, las sensaciones y las dudas producen inseguridad y miedo. Son estos años de transición los que resultan más difíciles durante la crianza.
Pero si sigues adelante con un estilo de crianza que promueva la inteligencia emocional, la cual atienda a la causa antes que al comportamiento en sí, conseguirás que el niño se familiarice con esas emociones antes, y que por lo tanto ese período de transición sea más corto y un poco más fácil.