La importancia de la inteligencia emocional en los adolescentes es conocida desde hace tiempo. Ya desde 1920, ciertos autores vienen reclamando la existencia de un concepto más amplio de inteligencia que el que comúnmente manejamos. Una inteligencia que implica la habilidad de comprender los sentimientos propios y ajenos, y saber actuar frente a ellos.
Fue a partir de 1995, con la publicación de la famosa obra de Daniel Goleman, Inteligencia emocional, que este término comenzó a popularizarse. Y en general, a cobrar fuerza dentro del imaginario colectivo.
El cerebro emocional y el cerebro racional
La inteligencia emocional puede comprenderse mejor echando un vistazo al sustrato biológico de nuestro cerebro. Podemos observar que el cerebro emocional se desarrolló millones de años antes de que, a partir del mismo, surgiera el neocórtex o cerebro racional.
Esto explica que, a pesar de estar guiados por impulsos emocionales primarios, tengamos la capacidad de hacer un procesamiento más profundo y preciso de las situaciones. Lo que nos permite elaborar y emitir respuestas más refinadas y razonadas, una habilidad que constituye el núcleo central de la inteligencia emocional.
En infantes y niños pequeños es socialmente aceptada la “explosión” emocional. Pero, a medida que vamos creciendo y en particular en el ámbito escolar se nos exige un mayor autocontrol. Es decir, que el manejo de nuestros estados internos es una habilidad susceptible de ser aprendida y entrenada.
Inteligencia emocional en la adolescencia
La adolescencia es una etapa crítica de nuestra vida que presenta enormes retos para nuestro desarrollo personal. En estos años comenzamos a reclamar y construir nuestra independencia, nuestros referentes dejan de ser los padres para pasar a ser el grupo de pares.
A todo este complejo proceso de cambio se suma la vorágine emocional que experimentamos a nivel subjetivo. Ese sube y baja de emociones intensas y desconocidas que muchas veces no sabemos abordar puede complicarnos el tránsito por este periodo vital.
¿Cómo desarrollar la inteligencia emocional en los adolescentes?
Si queremos ayudar a nuestros adolescentes a desarrollar esta valiosa habilidad, debemos centrarnos en cuatro puntos clave:
Autoconocimiento: entender qué siento
El punto de partida para una buena gestión emocional es saber identificar la emoción que estamos experimentando y ser capaces de ponerle nombre. Contar con un vocabulario emocional rico y variado nos permitirá comprender mejor los matices del sentimiento concreto que nos aborda.
Para llevar a cabo esta tarea de inteligencia emocional con los adolescentes, podemos contar con recursos tales como el emocionario. O bien, cualquier otro similar que los ayude a ordenar y poner en palabras su mundo interior.
Empatía: entender qué siente el otro
Un aspecto imprescindible a desarrollar, es la capacidad de ponerse en el lugar del otro y comprender qué sentimientos o motivaciones le mueven. Es importante en este paso recordar la teoría de la atribución de Heider.
Según esta teoría, al juzgar los actos de los demás, tendemos a pensar que son causados por su personalidad y no tenemos en cuenta el contexto. Así, podemos afirmar que “yo te grité porque estaba enfadado”.
Sin embargo, cuando se trata del otro, asumimos que “él me gritó porque es una persona mala”. Debemos alentar a los adolescentes a realizar un análisis más profundo y reflexionar sobre qué mueve por dentro a la otra persona.
Autocontrol: decidir cómo actúo ante mis emociones
Hay que recalcar en este punto la palabra decidir, pues no se trata de reprimir la emoción, si no de ser capaz de actuar en lugar de reaccionar. No hay emociones buenas ni malas, solo útiles e inútiles en función de sus consecuencias.
Por tanto, debemos alentar a los jóvenes a que sean capaces de sobrepasar el impulso primario y sopesar las consecuencias antes de pasar a la acción. De este modo, les enseñamos a usar sus estados emocionales como guías de actuación y a ser responsables de sus decisiones.
Habilidades sociales: decidir cómo actúo ante las emociones ajenas
Por último, para ayudar a forjar una buena inteligencia emocional en nuestros adolescentes, hemos de fomentar en ellos el uso de la comunicación asertiva.
Dicha comunicación les permitirá expresarse libre y respetuosamente y defender sus derechos sin pisar los del otro. También será la clave para aprender a gestionar conflictos y buscar soluciones de un modo pacífico y beneficioso para ambas partes.
Beneficios de la inteligencia emocional
La inteligencia emocional aporta beneficios en áreas tan sensibles e importantes como la salud física y mental y el consumo de drogas. También, en las que atañen a las relaciones interpersonales y el control conductual.
Los estudios indican mejoras significativas en síntomas físicos, en los niveles de ansiedad, depresión, somatización y estrés. La inteligencia emocional ofrece estrategias para afrontar de buen ánimo los problemas.
En este sentido, afirman investigadores que las personas con elevados índices de habilidad emocional tienden a afrontar los problemas en vez de evitarlos. Y esto es porque “perciben que su solución no depende de causas externas a ellos, sino que son atribuibles a un locus de control estable e interno.”
Para cerrar, conoce otros tipos de inteligencia
La inteligencia en general se puede definir a partir de la combinación de distintas inteligencias. El psicólogo Howard Gadrner las clasificó en 8:
- Lingüística. La capacidad para comprender el orden y el significado de las palabras en la lectura y la escritura, compo también a la hora de hablar y escribir.
- Musical. La capacidad para escuchar, cantar y tocar instrumentos, además de crear y analizar la música.
- Lógico-matemática. Capacidad para calcular, formular y verificar hipótesis, y en todo lo que implica el uso de los métodos científicos, y el razonamiento inductivo y deductivo.
- Espacial. Capacidad para presentar ideas visualmente y proyectar imágenes mentales.
- Corporal-kinésica. La que implica el uso del cuerpo en actividades que requieren fuerza, habilidad de manos, piernas y demás partes.
- Intrapersonal. La capacidad de meditar, de desarrollar disciplina, conservar la calma y poner empeño y dedicación a las cosas.
- Naturalista-pictórica. La capacidad de observar y estudiar la naturaleza.
Bibliografía
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