6 claves para poner límites a los adolescentes

Poner límites a los adolescentes les aporta recursos para resolver de la mejor manera posible una situación difícil. Además, garantiza una mejor convivencia.

Quizás te parezca que las palabras “límite” y “adolescencia” no van de la mano y te imagines envuelto en una pelea con tu hijo. Sin embargo, ni la adolescencia es todo eso que dicen, ni los límites no son un imposible.

El propósito de poner límites a los adolescentes no es el castigo ni el conflicto, sino todo lo contrario. Se trata de poder indicar que los actos tienen consecuencias, simplemente porque vivimos junto a otras personas que también tienen derechos. De modo que los límites deben orientarse hacia los valores, hacia aquello que aporta y no a lo que impide.

Esta etapa es una época marcada por ciertos conflictos esperables y propios de la edad, ya que hay ciertos desafíos a los que se enfrentan los jóvenes. Pero mucho de cómo se desenvuelvan tiene que ver con los límites ya aprehendidos desde la infancia. Por ello, lo mejor es poner reglas desde la calma, sin perder la cabeza y desde temprano. Esto no solo evitará varios conflictos, sino que permitirá establecer una buena base de confianza. Veamos algunas claves.

6 claves para poner límites a los adolescentes

Poner límites, ¿desde cuándo? Desde siempre. Estos deben establecerse a edades tempranas por múltiples motivos. Uno de ellos tiene que ver con las conexiones cerebrales que se refuerzan o debilitan cada vez que se repite o se evita una conducta. Poner límites es saludable porque enseñamos a los adolescentes a respetar los derechos de los otros y a hacer respetar los propios.

Algunas recomendaciones para establecer límites a los adolescentes son las siguientes:

1. Poner los límites a tiempo

Cuando se presenta la oportunidad, hay que establecer un límite. No hay que esperar a que se enfríe la situación, porque luego es difícil comprender el sentido. Esto no quiere decir que sea válido actuar desde el mal modo o desde la ira, sino que se refiere al timing en que hacemos notar lo que es correcto o incorrecto de una acción determinada.

Se debe explicar a los jóvenes qué es lo correcto y qué no, así como deben aprender a respetar a los demás. De todas formas, se trata de hacerlo en calma y evitar actuar desde el enojo.

2. Ser consecuentes

No se pueden crear reglas que luego se rompen o se cambian al día siguiente. Hay ciertas actuaciones que no son negociables y así debe ser siempre. Cuando las normas se hacen y se deshacen, enviamos mensajes confusos. Asimismo, como adultos, debemos ser los primeros en respetar esas normas.

3. Explicar que las normas tienen un sentido

Las reglas no se ponen porque sí ni por capricho. Son normas que facilitan la convivencia, que evitan el peligro y que nos convierte en mejores personas. Es decir, se trata de que explicitar cuáles son los valores que están detrás del comportamiento deseado o indeseado.

4. Hacerlo con seguridad

Al poner límites, es preciso hacerlo con firmeza, transmitir la confianza de que sabemos lo que hacemos y que tiene una buena finalidad. Pero ten en cuenta que firmeza no quiere decir violencia, gritos ni humillaciones. Este tipo de actuaciones están lejos de promover un aprendizaje positivo y asertivo.

5. Dar instrucciones sencillas y evitar los dobles mensajes  

A la hora de establecer los límites, debemos ser claros con lo que deben hacer y con lo que esperamos de ellos. Otro punto a tener en cuenta es que ambos progenitores se pongan de acuerdo entre lo que es importante para la educación del adolescente y que no haya contradicciones.

6. Cambiar las frases negativas por otras positivas

El cerebro entiende mejor cuando le indicamos el camino a seguir, en lugar de decirle qué camino evitar. Por eso, es conveniente expresarse mediante afirmaciones. Por ejemplo, podemos decir “prefiero que hagas tal cosa” en reemplazo de “no hagas esto”.

Poner límites a los adolescentes les permitirá aprender a respetar a los demás y a autorregularse. También es un recurso para que puedan resolver situaciones por sí mismos de la mejor manera. Para eso, es clave una buena comunicación.

¿Qué ganamos poniendo límites?

Al poner límites, se logra que los jóvenes aprendan a respetar a los demás, a autorregularse y a detenerse a tiempo. De ese modo, evitamos problemas de conducta a futuro. También, poner normas es darles recursos para que resuelvan situaciones de la mejor manera posible.

Aprender a gestionar las propias emociones

Existe un cierto temor, que es lógico y esperable en los progenitores, al momento de poner límites. ¿Cuál es la mejor forma? ¿Cuándo es suficiente y cuándo nos extralimitamos? Para poder educar desde el respeto, también hace falta un momento de reflexión y de aprender a reconocer y a gestionar las propias emociones.

Convivimos con los problemas propios del día a día y llegar a casa y recibir un llamado de atención de la escuela puede parecer muy grave. Sin embargo, si lo pensamos con la cabeza un poco más fresca y dialogamos con ese joven, tal vez podamos entender el porqué de su conducta y sentar las bases para que no se vuelva a repetir. En la adolescencia, se valora mucho la comunicación y el interés por comprender qué les sucede.

Además, también es importante clarificar las expectativas que tenemos sobre nuestro hijo. Muchas veces, reaccionamos contra ellos por una idea construida sobre ellos que poco tiene que ver con la realidad.

Por último, sincerarnos con respecto a dichas expectativas será un buen punto de partida para comprender desde dónde actuamos y qué es lo que debemos mejorar. Al fin y al cabo, criar a los hijos también es un aprendizaje de los propios límites.

Bibliografía

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