Cuando pensamos en cuáles son los peligros de consentir demasiado a los niños, uno de los primeros aspectos que se nos viene a la cabeza es que no sepan comportarse y vivan haciendo escenas desagradables en público y en privado.
Nuestra imagen mental de un niño demasiado consentido es uno que hace berrinches, que grita muchísimo, que no para de llorar y con quien no se puede razonar ni conversar porque está llorando descontroladamente.
Los berrinches forman parte de una etapa en la que el niño está descubriendo su independencia, en la que está descubriendo al mundo, en la que quiere hacer ciertas tareas o actividades por sí mismo, pero sin la experiencia suficiente y, cuando se da cuenta de que no puede se frustra y llora, patalea, grita… Y nos hace perder la paciencia.
La idea es que tú no pierdas la paciencia, que lo observes, lo comprendas, lo calmes y le expliques qué sucede para que él pueda, por sus propios medios, lograr sus objetivos.
Esa etapa, la de los berrinches, surge, según explica la psicóloga Rosa Jove, alrededor de los 2 años de edad y se va superando poco a poco. Luego de esa edad, tú hijo irá lidiando con la frustración y manejando qué puede hacer o no. Lo descubrirá a medida de que va descubriendo herramientas y destrezas que emplea para resolver los problemas prácticos y emocionales de su día a día.
Entonces esa es una etapa crucial en la que le debes comprender y enseñar. Lo ideal es que eso ocurra en medio de un proceso muy delicado en el que debe haber ternura y firmeza.
El bendito punto es encontrar el equilibrio entre algunos aspectos que nos parecen contrarios, ¿cómo se puede ser dulce y firme? No lo sabemos muy bien, y ahí está el trabajo que debemos emprender. La firmeza no necesariamente debe ser brusca, áspera y, por otro lado, la dulzura no debería ser blandengue ni complaciente.
¿Consentir demasiado o consentir poco?
Estamos confundidos, no queremos maltratar a nuestros hijos pero tampoco queremos “consentirlos demasiado”, porque eso significa malcriarlos.
Como primer punto, me permito desentrañar algunas palabras: Malcriado, la misma palabra lo dice, ¿no? Mal criado, lo criaste mal. Hay bastante responsabilidad allí, porque te das cuenta de que quienes crían mal somos los padres.
Como segundo punto, hurgo en la confusión, quizá no sabemos qué hacer. Sabemos o intuimos que estamos haciendo algo mal pero no hemos identificado qué y no sabemos cómo mejorarlo.
Propongo entonces cambiar el modelo de crianza, poner en perspectiva lo que hemos aprendido de nuestros padres, lo que hemos leído, lo que hemos descubierto por nuestros propios medios y sacar lo bueno.
No tengamos miedo, ¿cuál es el peligro de amar a tu hijo? Ninguno. ¿Cuáles son los peligros de consentir demasiado a los niños? Pues, bueno ahí debemos hacer el ejercicio de desentrañar otra palabra y nuestras acciones con el propósito descubrir cuándo estamos consintiendo algo indebido o poco beneficioso para nuestros hijos.
Ese ejercicio de autoobservación debe servir para cambiarnos a nosotros mismos y al mundo que creamos a partir de nuestros actos.
El punto es el equilibrio
Vamos con la palabra. Según el diccionario de la Real Academia Española consentir es: Permitir algo o condescender en que se haga. Hay otra definición, que explica que consentir es mimar a los hijos, ser muy indulgente con los niños o con los inferiores.
Ahora que sé esto, y luego de cavilar los argumentos, para mí el secreto está en cuestionar qué estamos consintiendo. Si se trata de aspectos negativos de la personalidad de nuestros hijos, pues los estamos malcriando y si son actividades que resultan perjudiciales para ellos, también lo estamos malcriando, así de claro.
El peligro de esa actitud es que nuestro hijo no madure emocionalmente, que no sepa diferenciar qué le hace bien y qué no. Para mí no hay mayor peligro que una persona que haga cosas en contra de sí misma sin darse cuenta, que actúe de manera inconsciente. A veces nos sucede porque no aprendimos a gestionar nuestras emociones.
Que nuestro hijo llore y haga berrinches es el resultado de que aún no sabe gestionar sus emociones, el comportamiento es un indicativo exterior de ese problema. Que nuestro hijo conteste mal o no haga sus deberes también es una consecuencia de ser complaciente, de no haberle inculcado disciplina, constancia, valores. Y podríamos cansarnos de enumerar rasgos negativos derivados de haber “consentido demasiado a nuestros hijos”.
El proceso de crianza debe ser una tarea diaria que enriquezca nuestra vida, que nos haga ser mejores. No hay fórmulas mágicas, las irás descubriendo poco a poco, pero ten en cuenta que a veces será difícil, que ameritará ser sincero contigo mismo, y que requerirá cambios de tu personalidad y acciones.
Bibliografía
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