Casi en todos los hogares con hijos adolescentes se libran las mismas batallas y una de ellas es causada por el desorden de la habitación, de la mesa de estudio o de los objetos personales. Pero el problema va mucho más allá de algunos papeles sueltos o de unos zapatos en medio del pasillo. A veces, el desorden de tu hijo puede decir mucho de él. Veamos de qué se trata y qué se puede hacer al respecto.
Qué entender sobre el desorden de tu hijo y su personalidad
En primer lugar, vale la pena aclarar que el desorden en sí mismo no representa ninguna patología o problema mental.
Asimismo, hay que tener en cuenta la edad de nuestro hijo y la etapa en la que se encuentra a la hora de evaluar las implicancias de este hábito.
En tercer lugar, es necesario entender las diferencias en la personalidad de cada uno: hay personas que son más detallistas, meticulosas y que necesitan del orden para sentirse a gusto, mientras que otras logran abstraerse del entorno y transitar por “la selva” del desorden sin mayores inconveniente.
Finalmente, hay que considerar el contexto, ya que el desorden no se manifiesta en todos los ámbitos de la misma manera. Por ejemplo, una persona puede ser muy desordenada en su habitación, pero muy cumplidora y organizada en su rutina.
El desorden y la conducta
Dicho todo esto, también hay que admitir que el desorden puede indicar cierta rebeldía u oposición de los hijos en determinado momento o circunstancia de la vida. Un ejemplo claro es la adolescencia.
En esta misma etapa, la falta de orden puede ser el reflejo del estado anímico. Es decir, que puede resultar de la confusión que provocan las distintas emociones, las crisis vitales o formar parte de la búsqueda de la identidad y de la autonomía.
Orden afuera, orden adentro
Más allá de todas las consideraciones previas, no debemos olvidar que el orden es un facilitador del desarrollo y una vía de adquisición de ciertas habilidades.
Por ejemplo, a edades tempranas, el orden resulta muy significativo para darle seguridad al niño a la hora de explorar y también, para consolidar la propiocepción, que es el reconocimiento y el manejo del cuerpo en el espacio.
Entonces, el orden es mucho más que un deleite estético. Significa previsibilidad y seguridad.
¿Cuándo deberías preocuparte por el desorden de tu hijo?
Para responder a esta pregunta debemos considerar el momento actual del menor, su edad y sus antecedentes.
En el caso de los adolescentes, el desorden que se acompaña de dejadez persistente, falta de higiene y de cuidados personales y un estado emocional de angustia o de inhibición debe encender las alarmas. Si este rasgo se prolonga en el tiempo, puede ser conveniente acercarse a conversar con el joven y averiguar si algo lo afecta.
También es preciso ponerse en alerta cuando el desorden se origina a partir de la acumulación excesiva de objetos de todo tipo (no en el coleccionismo) y de una reacción exagerada al sugerir regalar o deshacerse de algunos de ellos.
Finalmente, los niños y los adolescentes con trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) pueden mostrar dificultades a la hora de llevar adelante la limpieza y el orden. Al estar comprometidas las funciones ejecutivas que sirven para la organización y la planificación, es posible que no logren empezar y terminar una tarea como esta.
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Cómo ayudar a mejorar el desorden de tu hijo
Existen algunas acciones que se pueden implementar para ayudar a los hijos a ser más ordenados. Toma nota de las más importantes:
- Establece las normas de convivencia. Puede que a tus hijos el desorden no les moleste, pero a ti sí y en la casa conviven todos juntos. De esta manera, es importante encontrar un punto de comodidad para el grupo familiar entero y establecer reglas. También, puedes explicarles y demostrarles cuáles son los beneficios de conservar el orden en todos los espacios.
- Haz pedidos concretos y claros. En relación al punto anterior, debes informarle a tus hijos qué es lo que esperas en relación al cuidado y al mantenimiento de la habitación o de los espacios comunes. No puedes pretender que vean las cosas con tus mismos ojos. Por eso, a fin de evitar las ambigüedades dales pautas bien específicas: “las toallas mojadas deben ir tendidas, las zapatillas en su lugar y no deben quedar paltos sucios sobre la mesa”.
- No lo hagas por ellos. Es cansador pedir las mismas cosas una y otra vez, pero no debes hacerlas tú misma por resignación. Pues el mensaje que les das es que si hacen caso omiso a los pedidos, finalmente alguien más los completa.
- Facilita las condiciones para el orden. La organización y la desorganización son hábitos que se aprenden. Así, si tu hijo encuentra muy difícil ordenar porque todos los lugares de guardado están fuera de su altura, se frustrará más rápido y dejará de intentarlo. Por eso, para inculcar el orden como rutina a temprana edad, busca elementos que le resulten accesibles, como canastos, cajas, o estanterías bajas. Por otro lado, es importante que los adultos de la casa den el ejemplo todos los días.
- Evita las etiquetas. El cerebro es muy receptivo a ciertos mensajes, sobre todo a los calificativos. Si le dices a tu hijo “eres desordenado”, se quedará con esa idea. Y eso no solo generará un concepto equivocado de sí mismo, sino también un rechazo al cambio.
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¿Es para tanto el desorden?
Antes de llamar la atención sobre el desorden de la habitación, es importante pensar si realmente es para tanto. No todos entendemos lo mismo por orden y desorden.
Que haya quedado la ropa de fútbol sobre la silla una semana entera quizás no sea comparable con tener una habitación de la cual salen platos, vasos, ropa y mucho más. A veces, será cuestión de negociar y de aceptar que no todo debe hacerse ya mismo. No obstante, la clave está en intervenir a tiempo y en no esperar que todo se desborde.
Bibliografía
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