Las mamás son aquellos seres más nobles y enteros de este mundo. Sobran las cosas que debemos agradecer a esas valientes y abnegadas mujeres. Del mismo modo, abundan las razones para honrar a las madres cada día de nuestras vidas.
En este artículo de Eres Mamá, un humilde homenaje a todas aquellas señoras que trajeron vida a este mundo. A las portadoras de un amor único e invaluable. Aquellos seres humanos tallados por la paciencia y el sacrificio. Las que aprendieron como nadie a dar todo a cambio de nada.
Los motivos para honrar a las madres
Nacidas fisiológicamente perfectas. Porque nuestro vientre es capaz de gestar vida y nuestros pechos de dar alimento a nuestros pequeños. Porque los hombros de toda mamá pueden no solo consolar, sino también cargar la mochila social. Aquella plagada de prejuicios y normativas que aún hoy nos duelen.
Debemos honrar a las madres también por soportar lo que el sexo opuesto desconoce. Cólicos menstruales, inmenso dolor provocado por las contracciones y el mismísimo parto. Porque a pesar del constante cuestionamiento de sus capacidades, ellas consiguen lo que quieren con sangre sudor y lágrimas.
Las mamitas de todo el mundo son aquellas cuyo silencio grita lo que sus efectivas palabras quieren callar. Honrar a las madres que lucen orgullosas sus heridas maternales. Porque ellas saben que un dolor puede cambiar la vida, materializando así el fruto del amor.
Sus trofeos de guerra los lleva tatuados en su piel, en forma de cicatrices y estrías. Honrar a las madres por su falta de sueño, que es proporcional al amor que sienten por sus hijos. La paciencia, también es proporcional al afecto, por eso es infinita y eterna.
Gracias a esa fuerza y paciencia que llevan en sus cuerpos, tienen la capacidad de aguantar tanto a sus espaldas. Llantos, cólicos, gripes, dermatitis de pañal, las primeras papillas. Y qué decir de superar el terror de los primeros porrazos con el aprender a caminar. Y las peleas con las papillas.
Honrar a las madres por mucho más
Seres multitasking por excelencia. Que el trabajo fuera de casa, que la comida, el orden y el aseo del hogar, que los niños y la parva de ropa. Sobreviven al dolor de espaldas de cargar pequeños y a los juguetes regados por el piso. Pero hay mayores dolores que esos.
Porque los hijos son para estos ejemplos de vida la mayor felicidad. Sin embargo, el dolor de los más chicos es también su propio dolor. Sufren simplemente por las caídas ajenas. Pinchazos, golpes, desilusiones infantiles calan hondo en las mamás.
Tanto como el despedirse. No hay adiós más doloroso para una mujer que el dicho a su propio hijo. Cada despedida es una agonía. Pero vale la pena, porque al regresar del trabajo o de la escuela encontrar a ese ser que es su debilidad, y que les da toda esa fuerza para salir adelante día a día.
Es allí donde comprenden que todo lo que se cuestiona de la maternidad vale la pena. Vale la vida, y la alegría que ello conlleva. Y es que, sin dudas, toda esa entrega y dedicación tiene la más dulce recompensa. Se paga en los besos más dulces, las miradas más tiernos y los más reconfortantes abrazos.
Ese mismo terremoto de pocos centímetros de longitud purifica almas. Esos pequeños soles vienen a devolver con creces todo esfuerzo materno, son la mejor paga que pudieran tener. Su magia está en la belleza y simpleza de las cosas simples.
Honrar a las madres cada día
Nada más justo que honrar a las madres cada día de nuestras vidas. Es menester. Porque sin ellas hoy no estaríamos aquí, resaltando su inmensa grandeza. Porque no seríamos quienes somos si no fuera por su gran legado. Porque tienen el don de pasar por un doble tamiz todo lo que pasa a su alrededor.
Poseedoras de una sensibilidad única, tienen una de las mayores bendiciones en manos. La de presenciar y hacer posible el milagro de la vida. La de convertirse en el camino de otro ser, modelar vidas. Por eso, hoy decidimos, una vez más, honrar a las madres tal como lo merecen. ¡Gracias por todo, mamis!
Bibliografía
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