Las emociones que no aceptas se reflejan en tus hijos

Muchos de los comportamientos y enfermedades de los niños son solo un reflejo de las emociones mal gestionadas de sus padres. Si tú cambias, él mejorará.
Las emociones que no aceptas se reflejan en tus hijos
Elena Sanz Martín

Escrito y verificado por la psicóloga Elena Sanz Martín.

Última actualización: 01 marzo, 2023

Lo mejor que una madre puede hacer por su hijo es cuidar de sí misma. No podemos amar a otros si no nos amamos primero a nosotros. Es por eso que aquellas emociones que no aceptas y no trabajas en ti terminan reflejándose en tus niños.

En este artículo, exploraremos cómo se reflejan las emociones en nuestros hijos, qué hacer para mejorar esta situación y cómo ayudarlos a gestionar esas emociones que nosotras hemos reflejado en ellos. Profundicemos.

Las emociones que no aceptas

Ser madre no es un trabajo fácil. Debemos ejecutar muchos roles distintos cada día y ocuparnos de un millón de cosas. Somos seres humanos, nos cansamos, nos frustramos y, en ocasiones, nos sentimos solas o agotadas.

Muchas veces negamos esos sentimientos, los escondemos, puesto que no queremos mostrar debilidad, no queremos preocupar a nuestros hijos. Tratamos de mantener la fachada de mujer todoterreno.

Sepultamos en nuestro interior esos miedos, angustias, cargas y culpas. ¿Por qué? Porque es lo que hemos aprendido desde pequeñas, porque de manera inconsciente sentimos que no tenemos derecho a quejarnos, porque es una conducta automática de la que apenas nos damos cuenta.



Las emociones que no aceptas se reflejan en tus hijos.

Sin embargo, las emociones que no aceptas te persiguen y continúan buscando formas de salir a la luz. Así, es probable que estas emociones reprimidas se transformen en llanto incontrolable, cansancio e incluso enfermedades o síntomas físicos.

Tus hijos son tu espejo

En su afán por salir a la superficie, estas emociones pueden reflejarse en el más amoroso espejo que tenemos en nuestra vida: los hijos. Durante la gestación, la conexión emocional madre-hijo es absoluta; no existe separación entre ellos. Este vínculo se extiende de forma profunda hasta los tres años de edad, sintiendo el niño todas las emociones de la madre como propias.

Los seres humanos somos imitadores por excelencia. Observar, imitar y aprender ha sido clave en nuestra evolución. Por eso, no es nada raro que los niños terminen copiando nuestras emociones. Como seres sociales, tendemos a alinear los que sentimos con lo que experimentan los demás. Nos contagiamos afectivamente.

Hay investigaciones que señalan que los estados afectivos de las madres pueden ser «atrapados» por sus bebés, y que el tacto puede desempeñar un papel relevante en el contagio del estrés. La relación madre-hijo es un sistema en el que cada uno de sus elementos se afectan de manera mutua.

Artículos publicados en Developmental review y en Monographs of the Society for Research in Child Development, nos permiten observar que los estados afectivos que comparten las madres y sus hijos son fundamentales para la relación entre ambos, ya que los niños aprenden a regularse, en parte, gracias a la sincronización afectiva y conductual que tienen con sus cuidadores.  

Con respecto a la influencia de las emociones sobre la capacidad de autorregulación de los niños, una investigación halló que los estados de ánimo negativos de las madres afectan la expresión y regulación de las emociones de los niños. 

Por su parte, algunos estudios también han señalado que las madres y sus hijos pequeños tienen una sincronía neuronal en las regiones implicadas en la expresión y regulación de las emociones. Esto podría explicar, hasta cierto punto, porqué las madres que no saben gestionar sus emociones tienen hijos que tampoco saben cómo hacerlo.

Otro mecanismo por el que se sincronizan las madres y sus hijos es el tacto. No es un secreto que la manera en la que nos tocamos transmite lo que sentimos. No es lo mismo una caricia que un golpe; un abrazo que un empujón. Tal como señala un artículo publicado en Emotion, podemos comunicar numerosas emociones con el tacto. Nuestros hijos perciben lo que sentimos cuando los tocamos. 

Nuestros niños son el espejo que proyecta aquello que nos negamos a aceptar en nosotros mismos. Sus síntomas siempre nos hablan, nos dan pistas de aquello que no se está gestionando de una forma adecuada.

¿Qué podemos hacer como madres?

Este punto de vista no está encaminado a buscar culpables, sino a hacernos responsables. A tomar conciencia de que nosotras podemos evitar el malestar de nuestros pequeños.

Las emociones que no aceptas se reflejan en tus hijos.

En primer lugar, hemos de familiarizarnos con estar en contacto con nuestras emociones. Ser capaces de pararnos a pensar qué sentimos en cada momento, cómo nos afectan las situaciones y aceptar esos sentimientos negativos. Verlos, integrarlos y abrazarlos, sin tratar de negarlos. Están ahí para enseñarnos algo, para ayudarnos a cambiar nuestro enfoque de la vida.

Hemos de estar dispuestas a hacer autocrítica y a modificar patrones de pensamiento y conducta que tenemos muy arraigados. Quizá debamos aprender a perdonar más rápido o a preocuparnos menos. Sea lo que sea, tu cambio marcará la diferencia en la salud de tus hijos.

A continuación, hemos de tener el firme propósito de dedicarnos tiempo a nosotras mismas. Encontrar momentos para estar a solas y realizar las actividades que nos hagan sentir bien. Recuerda, siempre serás una mejor madre si eres una mujer feliz.

Lo anterior nos ayudará a tener equilibrio emocional y a afrontar las dificultades de una forma calmada y consciente. Esto es, tener la capacidad de decidir cómo quiero sentirme ante una situación. Ser capaz de gestionarla de forma madura y no reaccionar como si me arrastrase una corriente.

Pero, si a pesar de ello tu niño se enferma, pregúntate: «¿Qué pasó en mis emociones en los últimos días?»  ¿Qué situaciones me desbordaron, me molestaron o me hirieron?». Cuando tomes conciencia del conflicto y comiences a trabajarlo en ti, tu hijo no tendrá necesidad de reflejártelo y con tu ayuda, poco a poco, podrá soltar esas emociones.



¿Cómo podemos ayudar a nuestros hijos?

Ahora que ya sabemos qué hacer con nosotras, vamos a ver unas recomendaciones para ayudar a nuestros hijos a gestionar esas emociones desagradables que pueden estar reflejando. Para ello, nos basaremos en las pautas para gestionar las emociones que Rafael Guerrero ofrece en su libro Educación emocional y apego.

Fase 1: Conocer las emociones básicas y sus funciones

Tenemos que enseñarle qué son las emociones y para qué sirven. Esto le permitirá familiarizarse con lo que siente, con lo cual reduciremos la incertidumbre que debe estar experimentado. Saber que las emociones existen y que tienen una función, es esencial para que él pueda procesar y regular sus sentimientos. Si no sabes qué son y qué función cumplen las emociones, ingresa a esta guía donde podrás profundizar en los diferentes aspectos de cada una de ellas.

Fase 2: Reconocer las emociones en nosotros mismos y en los demás

Ahora que el niño sabe cuáles son las emociones, debemos ayudarle a reconocerlas, es decir, que diferencie una de otras. El reconocimiento le permitirá saber qué emoción está experimentando y darle nombre a eso que siente. Para que el niño pueda decir: «mamá estoy triste», debe primero conocer qué es la tristeza. Por eso es tan importante que le dediquemos tiempo a enseñarle qué son, cuáles son y para qué sirven las emociones (Fase 1).

Fase 3: Legitimar las emociones

En palabras de Rafael Guerrero, en su libro Educación Emocional y Apego: «Cuando hablamos de legitimar las emociones nos referimos a aceptar y permitir la expresión de dicha emoción. Por lo tanto, legitimar las emociones consiste en justificarlas, aceptarlas como verdaderas y auténticas en la persona que las está viviendo o expresando».

Legitimar las emociones no quiere decir que dejemos que se comporte de manera inadecuada, como tirar los juguetes, gritar o agredir verbal o físicamente a otra persona. No confundamos legitimar las emociones con ser permisivas, sobre todo, si su respuesta conductual es dañina tanto para él como para los demás.

Fase 4: Aprender a regular las emociones

La regulación emocional es la capacidad de orientar las conductas de manera autónoma sin acceder a una descarga emocional desmedida. Así pues, tal como señala Rafa Guerrero, uno de los aspectos esenciales de la regulación emocional es el control.

Una estrategia que podemos brindarle a nuestro hijo para que gestione lo que está sintiendo es la autoinstrucción. Esta consiste en enseñarle a guiar su conducta teniendo en cuenta lo que tiene que hacer y cómo lo tiene que hacer.

Vale la pena aclarar que no debemos esperar que el niño se autoinstruya de un día para otro, tenemos que empezar por darle la instrucción, es decir, heterorregularlo. Con el tiempo, él empezará a autorregularse sin que estemos ahí presente diciéndole qué hacer.

Fase 5: Reflexionar sobre la emoción que estoy sintiendo

Invitar al niño a pensar la emoción puede ayudarlo no solo a conocerla mejor, sino a regularla. Hay que acompañarlo en este proceso de autoobservación, preguntarle qué piensa, qué está sintiendo, en qué parte de su cuerpo lo experimenta. Permitirle reflexionar sobre lo que quiere hacer como consecuencia de su emoción: correr, llorar, reír…

A todo ese proceso de reflexionar y observar sobre lo que uno piensa, siente y hace se le conoce cómo mentalización. Según Rafa Guerrero, una manera de trabajar la mentalización es mediante los cuentos. «Cuando está contando o le estamos leyendo una historia, el niño está constantemente infiriendo lo que los personajes del cuento sienten, notan, piensan y hacen».

Fase 6: Actuar las emociones de manera adaptativa

Los niños aprenden mucho mediante la observación y nos toman como ejemplo a seguir para hacer lo que se espera de ellos. Por eso, para que nuestro hijo sepa cómo actuar ante una emoción que lo desborda, debemos mostrarle cómo hacerlo.

Fase 7: Establecer una historia o una narrativa

Las historias les permiten a los niños entender mejor lo que han vivido. Intentemos explicarles, usando un lenguaje claro y sencillo, lo que ha pasado, cómo ha sucedido, qué ha sentido, qué ha pensado y cómo ha respondido ante la situación. Toda narrativa debe incluir sensaciones, emociones, pensamientos y acciones.

Reflejar cosas buenas en los niños

Hemos visto cómo las mamás podemos transmitirle emociones desagradables a nuestros hijos. Sin embargo, no todo es tan malo como parece y podemos darle la vuelta a la situación. Así como el espejo puede reflejar lo malo, también puede hacerlo con lo bueno.

Procuremos que nuestros niños reciban lo mejor de nosotras, esa felicidad de ser sus madres y de compartir nuestra vida al lado de la suya. Habrá momentos malos, pero podemos usarlos para enseñarles cómo afrontarlos: con determinación, resiliencia y valor. Así reflejaremos lo mejor de nosotras en ellos.


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