Con mi hijo gané todo aquello que necesitaba para sentirme plena y ser completamente feliz. Él me da las fuerzas que se necesito para enfrentar nuestro día a día. Pone color a cada noche y perfuma mis mañanas con su amor infinito.
Su pureza, frescura e inocencia inundan mi alma. Es mi bastón, el motor que me empuja a seguir. Mi sol cuando despierto, mi pensamiento fijo las 24 horas de cada día.
Con ese chiquillo ruidoso, revoltoso e inquieto he conseguido más de lo que dejé de lado. Puedo decir que arriesgué, pero no perdí nada. Con mi hijo gané una risa más fuerte, una sonrisa muchísimo más brillante y, sobre todo, una vida mucho mejor. ¡Te amo, mi eterno bebé!
Con mi hijo gané una risa más fuerte
Con mi hijo gané una risa más fuerte. Cada tarde jugando sus con muñecos o simplemente con nuestra imaginación, sus ocurrencias hacían que me riera como nunca.
Los baños, las primeras palabras e incluso esos porrazos durante los primeros pasos sacaron las más sentidas risas. Sus declaraciones, las más importantes y aquellas más simples. Las frases sin sentido o el uso de palabras sumamente sofisticadas, aunque mal empleadas, hacían que no pudiera parar de reír.
La casa era un alboroto y yo, en vez de preocuparme o disgustarme, solo atinaba a reír. Le veía con la cara llena de puré y, lejos de ponerme a pensar en la suciedad y el aseo, no podía evitar soltar una carcajada. No era para menos, si tenía al lado al secreto de mi felicidad y plenitud en mi vida. Mi mayor obra de arte, todo mi orgullo.
El mejor legado de unos padres a sus hijos es un poco de su tiempo cada día
-O.A. Battisto-
Junto a mi niño, mi sonrisa es más brillante
Y así pasaban los días a su lado. Un idilio soñado por el que cada noche le pedía a Dios que jamás se terminara. Nuestra vida, con pros y contras, era realmente un paraíso. Cada minuto con él era mejor que tocar el mismísimo cielo.
Junto a mi niño, mi sonrisa se fue tornando no solo más visible, sino sobre todo más brillante. Comencé a sonreír con cierta satisfacción de saber mi misión cumplida. Alegría, pero una alegría infinita, inquebrantable, indestructible. Eterna, infinita.
Contagiabas vida a cada segundo. Y te vi con tu delantal ese primer día en la escuela. Entendí que yo también sería tu maestra desde el momento en que llegaste a mi vida. Además comprendí que en realidad eras tú quien venía a llenar mi cotidianeidad de las más profundas lecciones.
Llegaba el momento de dejarte, por más que fuera un solo rato. Nos separábamos después de tanto tiempo compartido. Mi alma lloraba pero mi corazón, como mi aún enamorado rostro, sonreían. Lucía una sonrisa de oreja a oreja, como cuando te vi con la bandera por primera vez, como siempre en realidad.
Una vida mejor, junto a él
Más allá de determinadas circunstancias que no son más que malos recuerdos, junto a él forjé una vida mejor. Me nutrí de todo lo que tenía para dar. Caminé su camino y aprendí de cada una de sus lecciones. Le regalé su tiempo y recibí a cambio el más profundo amor.
Me acostaba cada noche con esa inexplicable sensación de ser alguien única y especial para ese chiquillo que me consideraba su mundo. Jamás había sido tan importante y esencial en la vida de otra persona. De la misma manera, lo sentía a él, desde el día que un simple test anunciaba mediante un “positivo” el comienzo de una nueva era.
Desde que supe que albergaba vida agitándose en mi interior, entendí que lo más valioso que tenemos en esta vida es tiempo. Que en definitiva no somos más que instantes. Y es que, al final y al cabo, al ser la vida una sola, merece ser vivida como si fuera la última.
Eso lo entendí con todas mis fuerzas a medida que el tiempo, sin goma para borrar, pasaba. No había vuelta atrás. El tiempo a tu lado era solo presente, debía disfrutar a mi pequeño en el aquí y el ahora. Aproveché para brindarte todo lo que necesitabas y todo lo que yo tenía. Entregué mi corazón y mi vida.
Bibliografía
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