Las emociones secundarias y su manifestación en los niños

Detectar las emociones puede ser fácil en algunas ocasiones. Sin embargo, hay otras menos evidentes con las que debemos agudizar la percepción. Se trata de las emociones secundarias, cuya extensión en el tiempo puede tener consecuencias negativas.
Las emociones secundarias y su manifestación en los niños
María Alejandra Castro Arbeláez

Revisado y aprobado por la psicóloga María Alejandra Castro Arbeláez.

Escrito por Fernando Clementin

Última actualización: 11 marzo, 2022

Las emociones pueden clasificarse en dos tipos: primarias y secundarias. Las primeras son aquellas con las que respondemos a estímulos de nuestro entorno o de los seres que participan en él. Por ejemplo, si alguien nos insulta o golpea, sentiremos ira. Las emociones secundarias, en tanto, no son innatas y se adquieren a medida que crecemos.

De acuerdo con la clasificación elaborada por el psicólogo Paul Ekman, las emociones primarias son: alegría, tristeza, ira, miedo, asco y sorpresa. Una característica esencial de este tipo de emociones es que son universales y están prefijadas genéticamente. Es decir, las conocemos desde que nacemos.

A esto William James y Carl Lange añadieron la idea de que las emociones dependen de dos factores: los cambios físicos que suceden en nuestro organismo ante un estímulo y la posterior interpretación que hagamos de ellos.

Sobre esta teoría, Stanley Schacter y Jerome Singer construyeron la suya, que plantea que, además, nuestros pensamientos pueden desencadenar también una respuesta orgánica y la posterior liberación de una serie de neurotransmisores que activarán una emoción determinada.

¿Cuáles son las emociones secundarias?

A diferencia de las expresadas con anterioridad, las emociones secundarias son algo más complejas. Según Ekman, estas son las que se producen como resultado de nuestro crecimiento, la interacción con los demás y la combinación de varias de las emociones primarias.

Además, no se identifican tan fácilmente como las más básicas. Esto quiere decir que no siempre las expresamos mediante gestos como una sonrisa o el arqueo de cejas, como es el caso de la alegría o el enojo.

Ekman, en los años noventa, distinguió las siguientes emociones secundarias:

  • Culpa.
  • Bochorno.
  • Desprecio.
  • Complacencia.
  • Entusiasmo.
  • Orgullo.
  • Placer.
  • Satisfacción.
  • Vergüenza.

Una característica saliente de estas emociones secundarias es que son aprendidas, mentales y no cumplen una función biológica adaptativa.

Las emociones secundarias no siempre se expresan tan claramente como las primarias.

Conexión entre las emociones secundarias y las primarias

Un interesante análisis realizado por la psicóloga venezolana Graciela Baugher sostiene que las emociones secundarias expresan un problema de la mente que debemos eliminar para no sufrir consecuencias.

“Las emociones secundarias son resultado de nuestro crecimiento, la interacción con los demás y la combinación de varias de las emociones primarias”

Estas actúan como prolongaciones mentales de las emociones primarias, que a la larga nos pueden hacer enfermar. Por ejemplo, Baugher plantea que el miedo nos protege en determinados momentos, pero extendido en el tiempo causa ansiedad, fobias y pánico. Lo mismo con la tristeza, que nos permite iniciar una recuperación tras una situación traumática, pero si se extiende genera depresión y tendencias autodestructivas.

Finalmente, detalla Baugher, algo parecido ocurre con la alegría, que puede causar apego o placer; y la ira, que puede llegar a ser origen de odio o resentimiento.

¿Cómo se manifiestan en los niños?

El primer paso para que un niño pueda manifestar una emoción, algo que es importantísimo en su desarrollo emocional, es aprender a identificarlas.

En ese sentido, la estimulación de la inteligencia emocional es un paso fundamental en el que los padres deben colaborar. ¿Cómo? Mediante ejercicios o prácticas para ayudarlos a comprender sus emociones, como pueden ser juegos, dibujos o incluso aplicaciones para móviles.

El trabajo de Ekman se basó en el estudio de las expresiones faciales. Esta es la primera vía por la que podemos detectar una de las emociones secundarias planteadas en un niño.

Una vez percibida determinada emoción en el niño, o si sospechamos de la presencia de alguna de ellas, es sumamente recomendable que lo invitemos a hablar de ella. La palabra, tanto para niños como para adultos, es una de las mejores maneras de exteriorizar las emociones.

La expresión de las emociones es fundamental para el desarrollo de los niños.

De hecho, no hacerlo puede ser más peligroso de lo que se cree. Reprimir las emociones puede ser causante de debilidad emocional y mental, baja autoestima, falta de empatía y autenticidad y problemas conductuales.

“La estimulación de la inteligencia emocional es un paso fundamental en el que los padres deben colaborar”

Las emociones y la mala conducta

La mala conducta, justamente, constituye otra forma de expresar las emociones secundarias en los niños. ¿Por qué? Porque si bien la mala conducta de un niño puede estar determinada genéticamente por su carácter innato, también es consecuencia directa de la educación que recibió, inclusive en el plano emocional.

Un niño que se guarda los sentimientos negativos o, peor aún, uno que intenta exteriorizarlos pero no encuentra el apoyo y la atención que merece, acabará teniendo sentimientos de resentimiento y negatividad.

Queda claro, entonces, que los padres cumplen un rol muy importante en la detección de las emociones de sus hijos, su comprensión y la posterior elaboración de respuestas frente a ellas.


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