Diferencias entre educar a un niño y a un adolescente

Más allá de que existen diferencias en la educación de un niño y un adolescente que son propias a cada etapa, la empatía, el respeto y el afecto son claves para poder conectar en ambos casos.
Diferencias entre educar a un niño y a un adolescente
Maria Fátima Seppi Vinuales

Escrito y verificado por la psicóloga Maria Fátima Seppi Vinuales.

Última actualización: 30 marzo, 2023

La niñez y la adolescencia plantean sus propios desafíos al momento de educar. La necesidad de un niño de estar próximo a sus padres es muy distinta, y a veces hasta contraria, que la que experimenta un adolescente. Veamos un poco más sobre estas diferencias.

Sobre el cerebro del niño y del adolescente

Álvaro Bilbao, en su libro «El cerebro del niño explicado a los padres» refiere que tenemos tres tipos de cerebros, cada uno con su característica y aporte particular. Estos son los siguientes:

  1. Reptiliano: es el más primitivo y se ocupa de nuestra supervivencia.
  2. Emocional: es aquel que nos ayuda a buscar emociones agradables y a evitar o resolver las que resultan desagradables. También, nos permite distinguir esas emociones entre sí.
  3. Racional: es el que nos permite tomar decisiones, organizarnos y razonar, entre otras funciones.

El desafío con los niños, según Siegel y Payne Bryson en su libro «El cerebro del niño», es la integración: es decir, acompañarlos en aquel proceso que los lleva a emplear los tres cerebros. Esto es así, ya que, a temprana edad, ellos emplean más el cerebro reptiliano y el emocional.

En el caso de los adolescentes, vale la pena destacar que los jóvenes ya desarrollaron y aprendieron normas, reglas de convivencia y límites. Es decir, ya son «de cerebro pleno», al decir de Siegel y Payne Bryson. Sin embargo, será también una etapa de desafíos, de desandar algunos caminos y de empezar a ejercitar su autonomía. Es en este punto en donde muchas veces confrontan con sus padres, ya que necesitan construir su propia identidad.



Si bien hay coincidencias con respecto a los niños, por ejemplo, los adolescentes también viven desde la intensidad emocional, pero cuentan con otros recursos para entender qué les sucede, además de adquirir otros nuevos.

¿Qué diferencias existen entre educar a un niño y a un adolescente?

Algunas de las diferencias que podemos establecer son las siguientes:

La demanda de atención es diferente

La experiencia de los progenitores indica que los niños demandan mucha atención en actividades bastante predecibles y repetitivas. Por ejemplo, la higiene (cambiar pañales o el cepillado de dientes), la alimentación y el juego, entre otras. También, necesitan de la cercanía y el contacto físico junto con las muestras de afecto.

Por su parte, los adolescentes ya son más independientes y no requieren que les brindemos asistencia en actividades como las mencionadas. Sin embargo, sí necesitan que tengamos otras alertas encendidas. A saber: primeras experiencias sexuales, contacto con sustancias como alcohol o drogas o el uso que hacen de internet y las redes, entre otras.

De ninguna manera quiere decir que los adolescentes no necesiten cariño. Sin embargo, la educación con los jóvenes requiere de un equilibrio medido entre la proximidad y la distancia. Es decir, ser cercanos pero no invadir.

Los intereses y las preocupaciones

Está claro que en cada etapa de la vida, nuestro cerebro cambia y ampliamos nuestra experiencia. Por lo tanto, algunas cosas nos llaman más la atención que otras, al tiempo que nos desencantamos de otras tantas.

Por ejemplo, es esperable que, entre el primer y segundo año de vida, los niños experimenten miedo y angustia al separarse de sus padres. En cambio, esto a un adolescente le puede suceder en escasas circunstancias, como por ejemplo, si tiene que separarse por una cirugía o por un viaje prolongado.

En el caso del joven, puede empezar a preocuparse por su aspecto físico, su imagen corporal o lo que piensan sus amigos. También, surgen algunos temas existenciales, como quién soy y qué hago en este mundo.

Las personas de referencia

Cuando los niños son pequeños, la familia y los adultos cercanos son sus figuras de referencia. Ese grupo luego se amplía, especialmente cuando el niño empieza a concurrir a otros espacios, como la guardería o la escuela.

En la adolescencia, se produce la «desidealización» de los padres: es decir, los progenitores se convierten en personas de carne y hueso, con sus defectos y virtudes. En este sentido, ahora es el grupo de pares el que se convierte en una figura de confianza y de referencia para el joven. En este momento, empiezan a pasar más momentos con los amigos que en familia y a estar más tiempo fuera de casa.

No hay dudas de que los padres son las figuras de referencia de los niños. Sin embargo, en el caso de los adolescentes, también cuentan con su grupo de pares.

Algunas recomendaciones sobre la educación en niños y adolescentes

Más allá de las diferencias, entre las claves que podemos tener en cuenta para acompañar la educación de niños y adolescentes, encontramos las siguientes:

  • Establecer límites. Esto implica, en el caso de los niños, explicar por qué es importante respetar ciertas normas (los protege o les evita un dolor, entre otras). En el caso de los adolescentes, los «si y no» ya están más claros, pero debemos flexibilizar y negociar nuevas normas, como los horarios, las salidas y los permisos.
  • Mostrarnos receptivos y abiertos, dispuestos a escuchar y estar presentes. En el caso de los adolescentes, a pesar de que marquen distancia, es importante que nos acerquemos a ellos, nos interesemos por sus actividades y les preguntemos cómo están.
  • Ser un ejemplo. Los menores siempre observan cómo actuamos, lo que decimos y hacemos.


Darle a cada etapa lo que necesita

Es importante conocer cuáles son las características y diferencias de cada etapa vital para poder actuar desde una educación respetuosa. En caso contrario, corremos el riesgo de acelerar los procesos, de presionar y de no dar el tiempo que requiere cada aprendizaje.

Poder comprender la diferencia entre educar a un niño y a un adolescente nos permite brindar respuestas más adecuadas y empáticas. También, elegir mejores estrategias. A su vez, no se trata de comparar si criar a un pequeño o a un joven es mejor o peor, sino que simplemente es diferente.

Por último, no hay que confundirse y creer que los adolescentes ya no nos necesitan como padres o adultos. El afecto y la atención deben estar siempre presentes, solo que mutan y se transforman en la medida en que también cambiamos las personas y cambian las relaciones.


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  • Bilbao, Alvaro (2015) El cerebro del niño explicado a los padres.Plataforma Actual.
  • Siegel D. y Payne Bryson T. (2020). El cerebro del niño. Alba Editorial.

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