El aislamiento social en adolescentes

El aislamiento social en adolescentes de manera prolongada puede traer problemas vinculados con el ánimo: tristeza, soledad, angustia e irritabilidad.

En una etapa en donde los jóvenes buscan reafirmar su identidad y personalidad, a veces los adultos les soltamos demasiado rápido las manos. Así es como pasamos a naturalizar el aislamiento social de los adolescentes. Pero, ¿cuándo debe llamarnos la atención? ¿Cuándo se convierte en un factor de riesgo? Veamos algunas claves.

Qué debemos saber sobre el aislamiento social en adolescentes

En primer lugar, es importante que intentemos entender qué es la adolescencia. Se trata de una etapa de desarrollo en donde la identidad y la autonomía son los principales aspectos en juego. ¿Quién soy? ¿Cómo soy? ¿Cómo quiero ser? Estas son algunas de las preguntas que rondan en la cabeza de los adolescentes. A continuación, te contamos algunas de las causas que ayudan a explicarlo.

Cambios físicos y emocionales

Como nos sucede a los adultos, los adolescentes a veces optan por el aislamiento ante el torbellino emocional que atraviesan. Muchas veces, se sienten felices, tristes, poderosos e ínfimos en cuestión de horas. Lidiar con estos cambios es complejo, por lo cual prefieren recluirse en su mundo, en general en su habitación, en donde se sienten seguros.

En general, al atravesar una etapa llena de cambios, incertidumbre e inseguridad, la respuesta de los adolescentes es el aislamiento.

Problemas en sus relaciones

Por otro lado, la decisión de aislarse a veces tiene que ver con algo que sucede en sus relaciones. Por ejemplo, no se siente a gusto con su grupo porque lo desafían con comportamientos, es víctima de bullying en el colegio o vive una ruptura amorosa, entre otras. Algunas de estas situaciones merecen algún tipo de intervención, mientras que otras tienen que ver más con dejar pasar el tiempo y ofrecerse a hablar si lo necesitan.

Baja autoestima

En otros casos, el aislamiento también tiene que ver con el autoconcepto del adolescente, es decir, con el modo en que se siente consigo mismo. La adolescencia es también una época marcada por muchos cambios físicos notorios que pueden afectar la seguridad y la autoestima.

Virtualidad

Por último, hay un factor social que influye cada vez más en los hábitos de los adolescentes: el uso de la tecnología y las nuevas relaciones que se moldean a partir de ella. Si bien puede ser una aliada, también puede dificultar el encuentro cara a cara, ya que los adolescentes resuelven muchas actividades de manera virtual.

Esto puede llevar a que muchas veces no se sientan cómodos o seguros de cómo deben relacionarse en los encuentros presenciales. Los códigos digitales suelen ser muy distintos de los reales. Sin dudas, es una consecuencia esperada, puesto que las habilidades sociales también se aprenden, se entrenan y requieren de ser puestas a prueba.

Qué podemos hacer con el aislamiento social en adolescentes

Las situaciones prolongadas de aislamiento en los adolescentes se consideran un factor de riesgo. Es decir, pueden derivar en ansiedad, angustia, malestar o depresión, por lo que es importante hacer un seguimiento de la situación.

Vale la pena destacar que el aislamiento no tiene por qué ser siempre un problema. Antes de definirlo como tal, es conveniente observar hasta qué punto se trata de algo temporal o de una situación que provoca malestar en el adolescente.

En este sentido, no es lo mismo advertir que el joven quisiera relacionarse, pero no lo hace porque siente timidez a notar que prefiere estar solo porque necesita relajarse. En todo caso, antes de entenderlo como una alarma, será mejor hacer un seguimiento. Algunas medidas que podemos tener en cuenta son las siguientes:

  • Identificar las causas y reconocer si es una situación deseada o no. En este sentido, debemos ampliar nuestro campo de observación. No se trata solo de ver cómo se comporta en casa, sino también qué puede ocurrir en la escuela u otros ámbitos.
  • Proponer al adolescente la participación en diferentes actividades. Por ejemplo, concurrir a un club deportivo, tomar clases de idioma o formar parte de un voluntariado. Si tiene dificultades al momento de socializar, podemos sugerirle que invite a un amigo o primo a participar de la propuesta. Si aun así resulta difícil avanzar, podemos ser nosotros mismos quienes lo acompañemos al menos las primeras veces.
  • Conversar con ellos. Acercarse, compartir, preguntarles por sus emociones y contarles nuestras experiencias como adolescentes es una buena opción. A pesar de que muchas veces creemos que huyen de nosotros, no dejamos de ser sus principales figuras de apoyo. Lo mejor es dejar esa puerta abierta para el diálogo y la escucha.
  • Evitar los cuestionamientos y las dinámicas persecutorias. De ese modo, lejos de generar un clima para la confianza, los adolescentes sienten que los invadimos.

Las relaciones virtuales no compensan las relaciones reales

La adolescencia también se caracteriza por la fuerte presencia de la tecnología. Los jóvenes se refugian durante mucho tiempo en las redes sociales, en los videos y en los streamings de sus personajes favoritos. Incluso, a veces tienen una vida social muy activa, pero en el formato 2.0.

Sin embargo, no debemos perder de vista que las relaciones virtuales se resuelven en un plano diferente del cara a cara. En las interacciones presenciales, se ponen en juego otras habilidades y se desarrollan competencias interpersonales y psicosociales que terminan por definir nuestra identidad y autoestima, entre otras cosas.

Por eso, es importante que sepamos que la tecnología debe tener un tiempo y un espacio. No debemos enemistarnos con ella, pero sí es conveniente que regulemos su uso.

Bibliografía

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