Hace ya un tiempo que saltó a los medios una noticia que en un principio, resultó curiosa. El príncipe William y su esposa Kate, los duques de Cambridge, tienen una costumbre con su hijo George que ha llamado la atención de todo el mundo. Ambos padres se inclinan a la altura del niño para dirigirse a él.
No importa que estén en un acto público, ni que la vigilante reina de Inglaterra les indique de modo amenazante que se levanten y que dejen de romper el protocolo. Ambos lo hacen, ambos se agachan para mirar a los ojos al niño y dirigirse a él de forma más cercana. Más íntima. Tanto es así, que incluso durante la visita de Barack Obama a Reino Unido, el presidente de Estados Unidos no dudó en doblar las rodillas para dirigirse al pequeño.
Muchos lo ven como una falta de respeto hacia las instituciones, como un modo de romper el protocolo. Sin embargo, esta pareja entiende que de esta forma, a quien están confiriendo auténtico respeto es a su hijo. De hecho, es sobradamente conocido que los duques de Cambridge se preocupan por ofrecer una adecuada educación a sus hijos, donde el respeto al propio niño sea siempre la base.
A día de hoy, el príncipe George acude incluso a una escuela basada en el método Montessori. No obstante, lo que nos interesa en este caso es esa actitud cercana, el inclinarse a la altura de los niños. Lo creas o no este gesto tiene nombre: escucha activa.
Ponerse a la altura de un niño: el poder de la escucha activa
Pensemos por un momento en cómo avanza la vida de un niño desde los 0 hasta los 5 años. Un buen día, deja de estar en nuestros brazos para caminar, para abrirse paso con autonomía más o menos efectiva. Ese “salto” evolutivo hace que, de algún modo, pierda cierta cercanía con nosotros.
Cuando él o ella se comunica con los adultos debe alzar su cabeza y su mirada. Los padres somos ya esa figura lejana a la que deben tirar del pantalón o la manga de la camisa para atraer su atención. Para ellos, resulta sin duda muy complicado y hasta frustrante el hacerse entender.
Ahora bien, algo tan sencillo como doblar las rodillas y situarnos a su altura consigue grandes cosas. Te las explicamos.
Tienes toda mi atención
Pongámonos en el lugar de un niño. Tener de pronto el rostro, la mirada de nuestros padres ante nosotros es un gran triunfo. Sentimos su cercanía y la confianza para comunicarnos, para hablar y ser atendidos.
- Cuando nuestras miradas se sitúan a una misma altura ya no hay una diferencia de poder, ya no hay miedos. Podemos sincerarnos, podemos hablar de cualquier cosa sabiendo que somos amados. Que todo lo que digamos va ser entendido.
¿Puede haber una sensación más fabulosa?
Hasta los 12 años se hallan en un mundo sensorial diferente
El término “escucha activa” no procede precisamente del campo de la educación o la crianza. Tiene su raíces en un enfoque psicológico humanista surgido en los años 60. Fue Carl Rogers quien puso las bases. Aunque más tarde, otros autores aplicaron esta estrategia como una técnica eficaz para los padres y las madres.
- Ahora bien, muchos psicólogos defienden la escucha activa como una actitud ante la vida. Es un acto de cercanía, de reconocimiento al otro.
- Generar este tipo de escucha activa en los niños desde que son pequeños, tiene increíbles beneficios.
- Un aspecto que debemos entender es que hasta los 12 años, el mundo sensorial de un niño es diferente.
- Necesita de una interacción más cercana para integrar ese mundo que lo rodea. No basta con darles las manos, no basta tampoco con estar sentados a su lado.
- Necesitan que “estemos presentes”. Que nuestra conversación no se limite a ofrecerles simples refuerzos positivos. Debemos implicarnos, y la escucha activa es la mejor herramienta para establecer esa unión en un período esencial como son esos primeros 12 años.
La escucha activa va acompañada de los “límites”
Lo que muchos critican erróneamente de los duques de Cambridge es que quizá, estén criando a unos niños consentidos que tienen la atención de sus padres en todo momento. Incluso en los actos públicos.
- Ahora bien, la escucha activa no tiene nada que ver con malcriar o con una educación permisiva. De hecho, va vinculada a las reglas y a la aplicación de límites. Un niño debe saber dónde están las fronteras de lo permitido y dónde empieza lo prohibido.
- Saberlo de antemano aporta confianza y seguridad. Si además el niño tiene el acceso a comunicarse con sus padres en todo momento, desarrollará una actitud más reflexiva, más responsable e incluso más empática.
Pensemos ahora en cómo recordará el príncipe George a sus padres. A esa pareja real que descendía a su altura sin importarles nada más. Solo él y sus emociones, sus preocupaciones.
Es un recuerdo valioso que le acompañará siempre, no hay duda.
Bibliografía
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