Érase una vez una mano diminuta, un puño cerrado cubierto de vérnix caseoso, de esa textura blanca con la que los recién nacidos llegan al mundo. Érase una vez una vida que llegó en medio de llantos, de miedos y ansiedades y que al poco, se agarró con inmensa fuerza a un dedo familiar. Era la mano de mamá, que recibía emocionada la impronta de esa energía de su pequeño, de ese instinto natural hacia su mayor figura de apego, de amor infinito..
A menudo suele decirse que son las cosas más diminutas las que construyen el mágico tejido de nuestra vida y ese refugio de nuestra memoria al que tanto nos gusta volver. El ser humano es un nostálgico irremediable, y si hay un momento imposible de dejar ir a la deriva del olvido es ese en que nuestro hijo coge nuestro dedo por primera vez para prensarlo con fuerza entre su diminuta mano.
La infancia se mide por los sonidos, las sensaciones, las caricias…
-John Betjeman-
Con ese gesto instintivo para ellos, uno queda cautivo para siempre, para toda la vida. Es un inicio que ningún padre olvida, que emociona y que palpita para siempre en su interior. Es como si el bebé nos reconociera como parte de su vida, como un “ya te tengo, ya eres mía mamá, ya eres mío papá” donde uno no puede más que rendirse a la evidencia: el vínculo ya se ha creado y no podrá romperse jamás…
Érase una vez una mano diminuta…
Érase una vez la fuerza, la vida y el miedo contenidos en una pequeña mano que busca refugio. Basta con colocar nuestro dedo en la palma del recién nacido para que este lo aferre al instante, con rapidez y necesidad para calmarse, para sentirse seguro. Somos parte de él y ese precioso ser diminuto es parte de nosotros…
El reflejo de prensión en el bebé
No quitaremos emotividad a este gesto si decimos que este acto que tanto nos gusta de los bebés responde en exclusiva a un reflejo natural, a un acto instintivo heredado de nuestros antepasados. De este modo, con esta respuesta rápida a aferrarse a todo aquello que toque sus manos, el bebé queda sujeto y seguro, de hecho, lo hace con tanta fuerza que podemos incluso incorporarlos o levantarlos mientras ellos están cogidos a nuestros dedos.
- Es algo natural y que los propios médicos exploran en los recién nacidos junto al resto de reflejos, necesarios sin duda para su correcto desarrollo.
- De hecho, este reflejo desaparece en poco tiempo a medida que el cerebro del bebé madura para permitirle manipular y coger cosas ya con intencionalidad y mayor presteza.
Coger la mano de tu bebé durante esos primeros meses es muy recomendable
Es muy común que mientras la mamá da al pecho a su bebé, coja la mano del pequeño dejando que él prense con fuerza su dedo. Durante el primer mes de vida del niño es común verlos siempre con el puño cerrado. Sin embargo, poco a poco notaremos cambios asombrosos, como el hecho de que ya no apriete tanto o incluso que nos zarandee o que agite algún juguete que le damos.
Esa estimulación continua, esa costumbre tan hermosa de coger las manitas de los bebés, de acariciarlos mientras los alimentamos o los bañamos hará sin duda que den esos maravillosos saltos madurativos que favorecen su correcto desarrollo.
En el octavo mes el bebé ya tiene conciencia de sus manos
Gracias a esa sofisticada coordinación mano-ojo, notaremos cómo al llegar al octavo o noveno mes, tu bebé ya no va a dejar sus manos quietas. Es cuando más notamos sus tirones de pelo, cuando de pronto quieren tocarnos la cara o coger todo aquello que pasa ante ellos y que atrae su interés.
En esta época no solo hallan placer con el simple hecho de coger cosas, les encanta que esas cosas hagan ruido, o que si papá o mamá le cogen la mano se comuniquen con él, le canten, le susurren… Es un momento excepcional donde el niño es receptivo a muchos más estímulos, y donde dentro de poco, afinará aún más el mecanismo de prensión con “la pinza” es decir, la unión de pulgar y el índice para desarrollar mucho más su psicomotricidad fina.
Las manos son un canal para nuestras emociones, un tipo de lenguaje mágico
Sentir la mano de nuestra pareja ofreciéndonos apoyo, afecto, complicidad, cariño… Dar la mano a nuestros abuelos para ayudarlos a desplazarse o mientras hablamos con ellos para demostrarles cercanía, todo ello nos confiere una serie de emociones positivas que refuerza vínculos, que erige relaciones significativas a la vez que un sentido de humanidad donde nos reconocemos y nos cuidamos los unos a los otros.
La mejor forma de hacer buenos a los niños es hacerlos felices
-Oscar Wilde-
Tocar es sentir, tocar a las personas que nos son importantes es validarlas en afectos y es también reconocerlas como seres especiales en nuestro corazón. Por tanto, no descuidemos nunca la importancia de favorecer este lenguaje con nuestros hijos.
La que empezó siendo una historia de magia y cariño inmenso al sentir esa mano cogiendo con fuerza nuestro dedo por primera vez, no debe quedarse solo ahí. Es solo el principio, ahí donde luego deben llegar las caricias, las atenciones, los juegos, el pasar las hojas de un libro, el pasear de la mano…
Disfrutemos y valoremos esos momentos que sin duda, no tienen precio.
Imágenes cortesía de Lullabilly
Bibliografía
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