Frente a una situación de impacto, quizás imaginas que vas a reaccionar de una determinada manera. Sin embargo, cuando ese momento llega, es posible que te sorprendas de tu propia respuesta. Sucede que a veces la circunstancia supera tu capacidad de actuar en una dirección. Así es como funcionan los mecanismos de defensa. A continuación, puedes encontrar información sobre el modo en que funciona la disociación en niños y adolescentes.
En qué consiste la disociación en niños y adolescentes
En términos generales, la disociación se refiere a la separación o desconexión de la realidad. Suele asociarse con situaciones de trauma y de gran estrés, por lo cual se pone en marcha como un mecanismo de defensa. En este sentido, los niños y adolescentes se ven expuestos a una experiencia que no pueden tolerar o resolver. De este modo, para protegerse, el cuerpo y la mente se desconectan y se distancian del hecho.
¿Qué situaciones pueden llevar a la disociación en niños y adolescentes?
Algunas de ellas podrían ser las siguientes:
- Ser víctima o testigo de violencia.
- Situaciones de abuso.
- Experiencias de negligencia y abandono.
- Crianza basada en el miedo y la amenaza.
- Evento traumático, como un accidente (ser testigo o víctima), entre otros.
- Bullying o acoso escolar crónico.
Síntomas de la disociación
Algunos de los signos más frecuentes de la disociación en niños y adolescentes son los siguientes:
- Amnesias: hay lagunas mentales sobre ciertos episodios. El niño o adolescente no recuerda haber estado presente y no se reconoce como parte o protagonista de un evento en donde otras personas si lo refieren.
- «Quedarse en blanco»: muy similar el punto anterior, cuando un niño vivió un episodio de violencia, quizás lo bloqueó. Es como estar en el lugar, pero sin estarlo. En ese momento, ese «quedarse en blanco» le resultó funcional y defensivo. Sin embargo, la disociación también puede entrometerse en otros ámbitos de la vida y puede llevarlo a desconectar de otras situaciones. Sin dudas que esto afecta su participación, su disfrute y también su aprendizaje y rendimiento.
- Emociones ajenas o sin un por qué: muchas veces, sucede que los niños o adolescentes refieren sentirse tristes o con una gran angustia, pero no logran identificar el origen.
- Embotamiento emocional: ninguna situación dispara una emoción.
- Expresiones psicosomáticas: muchas veces, esa represión u ocultamiento del trauma lleva a «apagar» la mente. Sin embargo, ese malestar persiste y busca la forma de manifestarse o transformarse. ¿Cómo lo hace? Por ejemplo, a través de manchas o alergias en la piel. También, mediante conductas regresivas (los niños vuelven a hacerse pis en la cama por la noche o se chupan el dedo, entre otras cosas).
- Pesadillas o dificultades vinculadas con el sueño: por ejemplo, puede que los adolescentes se despierten a mitad de la noche asustados por un mal sueño. O también que no se puedan volver a dormir. En el caso de los niños, también puede haber pesadillas y temor a dormir con la luz apagada, entre otras.
- Comportamientos de riesgo: especialmente en adolescentes. Puede presentarse a través de relaciones sexuales sin protección, abuso de drogas, conducir a alta velocidad y otras.
¿Cómo actuar ante la disociación en niños y adolescentes?
Más allá de los signos de la disociación, siempre es importante tener en cuenta la historia y el contexto del niño o adolescente. Allí están las claves para entender qué les sucede, cuándo se trata de una conducta por un trauma o de un comportamiento pasajero y esperable en su etapa evolutiva. Conocer a ese menor es lo que nos permitirá sopesar y entenderlo.
Algunas de las recomendaciones a tener en cuenta con la disociación en niños y adolescentes son las siguientes:
- Crear un espacio de diálogo respetuoso y cuidado. Procura ofrecer un ambiente afectuoso, de escucha activa y empatía. Permítele que piense, sienta y exprese sus emociones.
- Validar las emociones. Frente a situaciones complejas, no existe una forma universal de resolverlas. Cada quien hace lo que puede con los recursos que tiene. Muchos niños y adolescentes no se reconocen a sí mismos y no entienden qué es lo que les pasa. Como adulto, debes ser capaz de ayudar a ponerle un nombre y sostener en el camino que implica el descubrimiento.
- Ayudar a conectar con el aquí y ahora. Las técnicas de relajación y el mindfulness, adaptadas a distintas edades, resultan muy útiles. Estas sirven para ayudar a los niños y adolescentes a conectar, a estar presentes, a focalizar su atención y a «evitar que su cabeza se vaya lejos».
- Pedir ayuda a un profesional. En ocasiones, el dolor de un niño o adolescente ante una situación traumática es mucho más de lo que un adulto puede abordar sin las herramientas adecuadas.
Aceptar para seguir adelante
Con el tiempo y con ayuda, los niños y adolescentes deben ser capaces de convertir su dolor en resiliencia. De esta manera, podrán resultar fortalecidos de la adversidad. Así, es posible crear nuevas condiciones, como también lo es el poder aceptar, perdonar y sanar. Para ello, será necesaria una red de contención que los acompañe y sirva de sostén. Esa red debe ser capaz de ofrecer cuidado y una visión de aprendizaje y optimismo de la vida.
Bibliografía
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