Lo has hecho: desde que has llegado has vuelto mi vida al revés, dando un giro de 180º a mi corazón hacia la felicidad más intensa, la más enriquecedora. Me has quitado horas de sueño, no hay duda, pero me has regalado también un porvenir de ilusiones. Ahora sonrío más, ahora no solo respiro, ahora vivo de un modo más intenso, más lúcido y con más colores.
Estamos seguros de que muchas mamás y muchos papás recién estrenados en el mundo de la crianza, experimentarán esto mismo. Es como si alguien se guardara en secreto esos pequeños matices que acompañan a la llegada de un hijo, ahí donde la falta de sueño, los miedos, la lactancia, los cólicos y los llantos del bebé fueran la letra pequeña que uno no lee cuando decide tener un hijo.
“El niño reconoce a la madre por la sonrisa”
-León Tolstói-
Sin embargo, nada de esto importa. En realidad, se trata solo de asumir que no todo es fácil de entender, que habrá días más fáciles y otros más complejos. Lo importante es saber leer las necesidades del recién nacido y ante todo… disfrutarlo. Esto mismo es lo que nos explican por ejemplo en el interesante libro “El concepto del continuum” de Jean Liedloff.
Cuando el bebé llega al mundo hay muchos padres que tienen su propio esquema prefijado sobre lo que es criar a un hijo. Sin embargo, en la crianza no hay esquemas, esas reglas que nos han sugerido nuestros padres, hermanos o amigos no siempre sirven para nuestros propios hijos. Se trata solo de vivir el día a día y el momento con el bebé y saber responder del mejor modo, con nuestro instinto.
Asimismo, nunca está de más recordar que en esos primeros años de vida de nuestro hijo lo que hay en realidad es un “continuum” como nos explica la doctora Liedloff. Una continuidad entre el cuerpo de la mamá y su bebé, ahí donde lo único que cuenta es la cercanía, el contacto, la piel, las caricias, las miradas…
Y sí, puede ser agotador, muy agotador, pero también tremendamente satisfactorio.
Sonrío porque sé que lo estoy haciendo bien
A veces, sonrío al ver ese rostro que se refleja en el espejo y que apenas reconozco… ¿Soy yo? ¿De verdad esa mujer soy yo? ¿Esas ojeras inmensas son mías? ¿Cuánto tiempo hace que no me peino? ¿Desde cuándo descuido tanto mi aspecto físico?
Después de pensar todo esto cada vez que tropiezas de casualidad con tu imagen cuando vas al baño, dejas escapar un largo suspiro, recogiendo después ese mechón suelto de cabello que te cae por el rostro para colocarlo de nuevo tras la oreja. ¿Y qué más da? -te dices- ¿Qué más dará mi aspecto si mi bebé está bien, si lo estoy haciendo realmente bien?…
La madre orgullosa de su bebé no es consciente del profundo cansancio que acumula
En ocasiones sucede. La llegada de un hijo enciende unos mecanismos de alarma en el cerebro de la madre donde a menudo, ni siquiera es consciente de sus propias necesidades físicas.
- Es un mecanismo natural con el que garantizar sin duda la correcta atención y cuidado del bebé, sin embargo, no conviene descuidarnos, no conviene llegar al límite de nuestras fuerzas.
- Cuando el cuerpo y la mente acumula muchas horas de vigilia y atención sostenida, podemos caer en ocasiones en un estado de estrés no percibido que puede afectar seriamente a nuestra salud.
- Es necesario por tanto que repartamos tareas. El padre también cría, el padre puede cumplir exactamente las mismas tareas que una mujer a excepción, claro está, de dar el pecho.
- Disfrutemos al máximo de la crianza repartiendo responsabilidades y también cansancios. Dejemos que las ojeras nos afecten a ambos, permitamos que se combine por igual la felicidad con las horas de sueño, las sonrisas con las preocupaciones.
Por tanto, recuerda, lo estás haciendo maravillosamente bien con tu bebé, no hay duda, y eso es motivo de alegría, pero nunca te descuides a ti misma…
Desde que estás conmigo las emociones positivas me acompañan
Ser madre, ser padre, cambia ciertas estructuras de nuestro cerebro, lo sabemos. Esa dosis extra de oxitocina no solo nos hace ser mucho más protectores, más sensibles a las necesidades del niño, sino que además, potencia esas dimensiones que nos hacen ser mejores, como puede ser la empatía, la capacidad de logro, la resiliencia, las ilusiones e incluso la necesidad de cultivar determinados valores que hacen un poco mejor este mundo.
“Nunca te olvides de sonreír, porque el día que no sonrías será un día perdido”
-Charles Chaplin-
Por otro lado, desde que tienes a tu hijo en brazos has hecho de tus debilidades tus fortalezas. Basta con cogerlo en brazos para que casi de forma automática, dibujes una sonrisa. Asimismo, no lo olvides, porque esa sonrisa no solo es reflejo de tu bienestar interior.
Es también el faro que guía a tu hijo, es un gesto emocional cargado de significados con el cual guiarlo hacia la sociabilidad, hacia la comunicación, hacia el cariño a los suyos para construir un vínculo que nace del amor y del reconocimiento inscrito en tu bella sonrisa.