Con autoridad no se educa, se adiestra

Imponer, amenazar u obligar a los niños a algo solo genera obediencia, mas no aprendizaje. No les estaremos transmitiendo valores ni otorgando herramientas.
Con autoridad no se educa, se adiestra
Elena Sanz Martín

Escrito y verificado por la psicóloga Elena Sanz Martín.

Última actualización: 02 junio, 2020

Educar a un niño es una tarea complicada. Es normal que se comentan errores y que, en ocasiones, no se tenga claro el mejor modo de proceder. Sin embargo, debemos entender que, si nuestro objetivo es educar a niños emocionalmente sanos y autónomos, la autoridad no es la mejor opción.

Con frecuencia, estamos más centrados en el resultado que en el proceso. Queremos niños perfectos, obedientes, respetuosos, ordenados y estudiosos. Pero inculcar valores requiere tiempo, paciencia, diálogo y mucho amor.

Si nos enfocamos tanto en el resultado, olvidaremos que lo verdaderamente relevante es plantar las semillas de las que nacerá un ser humano maravilloso y feliz. Semillas que necesitan tiempo para germinar.

Con autoridad se adiestra, mas no se educa

Es sencillo recurrir a la autoridad cuando deseamos que nuestros hijos hagan algo porque esta es efectiva a corto plazo. Efectivamente, si amenazamos a un niño, probablemente terminará cediendo ante nuestras órdenes. Si le ofrecemos un premio, lograremos que actúe como queremos. Sin embargo, ¿cuál es el aprendizaje?

Padres jugando con su hija y educándola sin autoridad.

Sin castigos

Imagina que a tu hijo le encanta el chocolate y quiere comerse una tableta entera. Tú le dices que, si lo hace, lo castigarás sin ver la televisión. O impones tu voluntad escondiendo el chocolate en un lugar alto sin dar más explicaciones que un “porque lo digo yo”.

Lo que logramos con este tipo de conductas es que, en el momento en el que el niño alcance el chocolate y sepa que tú no lo ves, volverá a comérselo todo. Pues simplemente se mueve para evitar los castigos, pero no ha aprendido nada. Sería mucho más beneficioso tomarnos el tiempo para explicarle al pequeño que comer demasiado puede hacerle daño a su salud y, por ello, es mejor tomar solo una pequeña porción.

Evidentemente, esta opción conlleva más tiempo; el niño no aceptará de inmediato, cuestionará e insistirá. No obstante, si repetimos los argumentos con amor y firmeza, el mensaje terminará calando.

Es cierto, habremos tardado más en llegar al objetivo, pero no solo habremos logrado que deje el chocolate, sino que, además, le habremos enseñado sobre salud y autocuidado.

Asimismo, es importante recordar que los castigos, amenazas e imposiciones dañan el vínculo entre padres e hijos. El niño puede desarrollar rencor, rabia o ira contra los padres, pues no se siente escuchado ni respetado por ellos, solo intimidado. Si optamos por el diálogo, la confianza y los lazos afectivos se fortalecerán.

Sin premios

Aunque pueda parecer que los premios son una buena alternativa educativa, estos también tienen inconvenientes. Y es que, tal y como sucede en el caso de los castigos, actuar por lograr una recompensa tampoco genera un aprendizaje significativo.

Varios estudios han demostrado que la motivación intrínseca es mucho más potente que la extrínseca a la hora de generar comportamientos. Es decir, es más sencillo que los niños actúen con base en argumentos y valores sólidos que han interiorizado, que en busca de premios materiales que se les proporcionan desde fuera.

Padres haciéndole cosquillas a su hija en el sofá.

Para los niños más pequeños, la atención de sus padres es el mayor refuerzo que existe. Por ello, las sonrisas, las alabanzas o las palabras de aliento son la mejor alternativa. Ellos desean agradar a sus padres; hacerlos sentir orgullosos les genera una motivación mayor y más saludable que cualquier juguete o chuchería.

Aun así, es importante siempre aportarles argumentos sólidos y convincentes cuando les pedimos que hagan algo. Fórmulas como “si haces la cama todos los días, el domingo te compro un regalo”, no son las más adecuadas. Pues, implícitamente, les transmitimos que hacer la cama es una obligación, algo negativo que deben soportar por obtener la recompensa.

En realidad, es preferible invitarles a hacer la cama como un acto de responsabilidad y cuidado de sus espacios. De este modo, se refuerza su autonomía, se sienten más capaces, seguros de sí mismos y van desarrollando su independencia. Hacer la cama será, entonces, un acto cotidiano que tendrá un propósito por sí mismo, sin necesidad de algo externo.

La autoridad es un sprint, pero educar es una carrera de fondo

En suma, los premios y castigos pueden lograr efectos rápidos, pero no duraderos ni saludables. No debemos buscar que los niños obedezcan, sino que aprendan, que adquieran las herramientas y valores que les servirán de por vida. Educar es una carrera de fondo; con autoridad no se educa.


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