Pocas situaciones existen tan frustrantes y dolorosas como percibir que a nuestros hijos les están haciendo daño y que no podemos hacer nada. Compañeros que les traicionan, que les dejan de lado o que les mienten pueden despertar en nosotros una necesidad de actuar en defensa de nuestros pequeños. Sin embargo, queremos explicarte por qué no debes intervenir en los conflictos entre tu hijo y sus amigos, por mucha tentación que sientas.
Es indudable que una de las principales tareas de los padres es guiar y orientar a los menores cuando se enfrentan a un dilema o a una situación complicada. Como adultos, la experiencia de los años nos proporciona una sabiduría que podría evitar que nuestros hijos cometan los mismos errores en los que nosotros caímos.
Sin embargo, como afirma el dicho popular, “nadie escarmienta en cabeza ajena”, por lo que en ocasiones es preferible mantenerse al margen.
¿Sientes la necesidad de intervenir en los conflictos entre tu hijo y sus amigos?
Todo progenitor desea mantener a sus hijos a salvo y protegerlos de cualquier daño físico o emocional. Por ello, no es sencillo contemplar cómo, a medida que crecen, se van alejando de la seguridad del hogar y se enfrentan a la vida real. Los conflictos pueden comenzar a surgir en el momento en el que empiezan a interactuar con sus iguales, generalmente en la etapa escolar.
Estos años les permiten hacer sus primeras amistades, disfrutar y compartir con ellas; pero también suponen el inicio de todas las dificultades que las relaciones humanas conllevan. Así, es posible que el mejor amigo de tu hijo lo reemplace por otro compañero de clase, puede que lo trate mal o tú percibas que se está aprovechando de él.
Es normal que en todas estas situaciones sientas el deseo de intervenir. Probablemente querrás increpar a ese amigo y enfrentarte a él, o incluso convencer a tu hijo de que ese otro niño no merece su amistad. No obstante, antes de hacerlo has de tener en cuenta las posibles consecuencias de tus actos.
¿Por qué no debes intervenir en los conflictos entre tu hijo y sus amigos?
Puedes empeorar la situación
En primer lugar, hay que intentar ver la situación de un modo objetivo. Cuando sentimos que nuestro hijo está en peligro, podemos llegar a magnificar los hechos. Así, puede que tal vez solo haya tenido una pequeña pelea o desencuentro con su amigo y en poco tiempo hagan las paces. No obstante, si tú intervienes, estarás prolongando y agravando un conflicto que podría haberse solucionado naturalmente.
Además, si los niños solucionan sus diferencias, habrás creado una situación incómoda al haber atacado al que ahora vuelve a ser amigo de tu hijo. Incluso es probable que los padres del otro menor terminen interviniendo también y el problema se extienda mucho más allá de lo necesario.
Tu hijo debe aprender a ser resolutivo
Por otro lado, ten presente que a lo largo de la vida tu hijo enfrentará numerosos dilemas y conflictos y tú no podrás estar siempre allí para resolverlos por él. Debe aprender a hacerlo por sí mismo, ha de adquirir las habilidades necesarias y practicarlas en este tipo de situaciones menores que se van presentando.
Entonces, permite que él decida cómo actuar, cómo resolver el conflicto. Deja que sea él quien se comunique con sus amigos y tome las decisiones oportunas. Dependiendo de las consecuencias, irá adquiriendo esa experiencia que le permitirá escoger mejores caminos en el futuro. Los momentos difíciles son los que más pueden ayudarle a crecer emocionalmente, a fortalecerse y desarrollar sus habilidades.
¿Cuándo intervenir?
Por norma general, es más recomendable escuchar, aconsejar y guiar que intervenir en los conflictos entre tu hijo y sus amigos. Nada positivo le aportará que sus progenitores regañen o increpen a su compañero o que hablen constantemente mal de él. Es el menor quien debe observar, sacar sus conclusiones y decidir cómo actuar, aunque cuente con la orientación de los adultos.
Sin embargo, cuando el daño generado por otros sea grave o cuando el niño sea incapaz de afrontarlo o actuar sobre él, es importante intervenir. Por ejemplo, ante situaciones de acoso escolar, resulta imprescindible que los adultos competentes (padres y profesores) tomen cartas en el asunto. Hemos de distinguir cuándo se trata de “asuntos de niños” y cuándo realmente se está generando un daño moral, emocional o físico que el menor no puede resolver por sí mismo.
Bibliografía
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