La palabra maternidad debería significar amor a primera vista porque no hay ninguna otra emoción que se parezca más a lo que una siente cuando ve a su criatura por primera vez. Maternidad es entrega, cariño desinteresado, pasión, devoción por alguien que en primera instancia apenas sabe que existes.
Si es el amor el sentimiento más puro, es la maternidad su arquetipo más fiel. No hay nada en el mundo que se compare con ella; ni el éxito profesional, el deseo de la carne, el hacer fortuna, alcanzar una meta deseada, ver terminada una gran obra… cualquier logro es pequeño ante el acontecimiento de parir y ver cómo sacan a otro ser humano de tu vientre; amamantar, criar, sostener en brazos, mimar, hacer dormir…
Aquella vez, cuando salí embarazada
Aquella vez, cuando salí embarazada, creía que había vivido los mejores momentos que iba a tener. Hasta ese entonces había gozado de una existencia plena. Estudié la carrera de mis sueños y estaba trabajando precisamente en la empresa en la cual pensé en la universidad. Estaba casada con mi novio de hacía años, no el hombre perfecto, pero sí el que yo amaba.
A toda mi vida de ensueño podía sumarle una buena salud, solvencia económica y una familia unida. Por eso consideraba que lo tenía todo.
Entonces salí embarazada y vinieron los muchos sinsabores que una mujer puede pasar en ese período. Tuve abundantes vómitos durante los 3 primeros meses, debí guardar reposo por un sangramiento al inicio del embarazo, luego llegó la diabetes gestacional que tantas preocupaciones me trajo… y así, con los dolores en la espalda, las inflamaciones de las piernas, el entumecimiento de las manos, el bello facial y el exceso de peso que cada vez me ponía más torpe, lenta y fea, por lo menos ante mis ojos, llegó mi fecha de parto.
Como mi embarazo no había sido de los mejores no podía decir que mi vida era tan placentera como antes, por eso decía que lo mejor ya me había pasado. A partir de ahí todo iba a ser preocupación, trabajo, sacrificio y malas noches. Yo, quien nunca había deseado ser madre, a quien no le llamaba la atención los hijos de los otros no podía más que pensar y sentir de esa manera.
Aquella vez, cuando me convertí en madre
Aquella vez, cuando me convertí en madre me cambió la vida. La mujer competitiva, ambiciosa y egocéntrica que vivía en mí murió en el parto. Apenas vi aquella criatura embarrada de sebo y sangre que lloraba a más no poder, con las nalguitas blancas y los piecitos escuálidos, me enamoré de ella y se me transformó el mundo.
El día que Elena nació en mi corazón floreció una nueva mujer: sentimental, temerosa de todos los peligros, recelosa, protectora y madre, madre, sobre todas las cosas; sobre todas mis antiguas ambiciones, la necesidad de seguir escalando profesionalmente y el interés de ser más solvente para aumentar mi patrimonio.
No es que de la noche a la mañana hubiera decidido renunciar a mi vida, sino que mi vida, ahora, era mi hija.
Maternidad: amor a primera vista
Hoy Elena está cumpliendo 3 años y todavía sigo enamorada. Ese amor a primera vista, ese sentimiento platónico que siento por ella, no ha cesado ni lo hará nunca.
Junto a ella he pasado momentos de sacrificio, preocupaciones, trabajo y malas noches tal y como creía cuando estaba embarazada; pero por más que lo intente no logro recordar ninguno de esos instantes. Solo atesoro las muchas horas de felicidad que ella me ha dado, lo bien que lo hemos pasado juntas.
Con el paso del tiempo he vuelto a retomar mi vida profesional y diariamente me esfuerzo, pero, más que por mis antiguos intereses personales, por darle una vida mejor.
Intento ser su ejemplo, la madre que trabaja y tiene tiempo para llevarla al parque de diversiones, la que le inculca disciplina y la requiere cuando tiene que hacerlo.
Soy esa que la abraza, la guía, le aconseja y la protege, quien no se cansa de decirle lo mucho que la quiere y le habla sobre ese amor a primera vista que una tarde de verano nació.
Bibliografía
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