No existe relación tan particular y compleja como la que existe entre madres e hijas. A priori, podría decirse que es un vínculo signado por los vaivenes emocionales, aunque el afecto lejos de menguar, crece. Un lazo singular en donde la confianza es el ingrediente principal para fortalecerla.
Lo cierto es que madres e hijas están unidas por hilos de complicidad y fortaleza. Más allá de los choques y enfrentamientos que pueda llegar a haber a lo largo de sus vidas, el amor es mucho más fuerte. A estas dos generaciones las une la comprensión y la empatía.
Madres e hijas, una relación indefinible
El vínculo entre madres e hijas es sin dudas indefinible, inalienable. Se trata de un vínculo –sin limitaciones– que sin dudas se encuentra casi siempre en los extremos. Ciertamente, si bien es uno de los lazos más maravillosos, no todo es color de rosas.
Es que, como bien se dice, puede que los opuestos se atraigan aún más que los iguales. Ese parecido (o no) puede ser físico o emocional pero lo cierto es que está presente y las encuentra, para bien y para no tan bien. Asimismo, tiene una clara tendencia a cambiar y por ende, a evolucionar.
Sí, este lazo está en plena transformación constante. Tiene altos y bajos. Varía, rota, se mece, vuelve otra vez. Pero siempre hay un factor común: tanto la progenitora como ese pedacito de cielo vuelven, una y otra vez. Tan sólo por ese inmenso e incondicional amor que las une.
Esa complicidad y compañerismo particular entre confidentes y casi amigas. El entenderse con una sola mirada son cosas que delatan la relación entre madre e hija. Interpretar muecas y sonrisas, saber leer ojos y brillos. Además de decodificar gestos, movimientos y actitudes. Empatizar sin medidas, compartir, vivir, construir y derrumbar. A veces incluso, toca barrer un poco.
Lo cierto es que nadie más te ama y te entiende mejor que tu madre en este mundo.
Un amor indómito
Indómito, infinito, inigualable. Un amor verdaderamente difícil de etiquetar y que no entiende ni permite disecciones. Funciona como un todo o nada. No desaparece del todo jamás.
Entre madres e hijas es muy común que un instante puedan pasar del amor más perfecto al odio más visceral. Esto incluso lo vemos en la gran pantalla en películas animadas y en todos los géneros cinematográficos existentes. ¿Cómo olvidar la relación tan bien retratada de la reina y su hija Mérida en BRAVE -Valiente-?
Incluso, una madre puede sentirse como una enemiga cuando no la entendemos del todo. A la vez, podemos ser sus admiradoras número uno. Entre madres e hijas lo importante es el reconocimiento y la valoración de todas las cosas, de lo micro a lo macro. Muchas veces no entendemos que algo puede ser simplemente la máxima expresión de amor, incluso cuando no nos gusta.
Una verdadera montaña rusa emocional, madres e hijas juntas son ni más ni menos que dinamita pura.
Así de imposible parece, pero resulta tangible. Pasar de un día soleado a las más grandes tormentas en tan solo un abrir y cerrar de ojos. Incluso, de ese estado, resulta factible volver con posterioridad a ver el más bonito de todos los arcoiris posibles.
Empatía femenina: Un bien necesario
El vínculo madres e hijas puede ser complejo pero verdaderamente es hermoso y no hay palabras para definirlo. No se ve ni se explica, solamente se siente, se experimenta y se vive intensamente. Es compartir los mismos códigos y entender como madres los cambios de paradigma, los cambios generacionales que suelen ser abismales.
Por eso mismo es más que importante fomentar tanto en nosotras como en nuestra propia descendencia la empatía femenina. Hablamos de un tesoro en nuestra relación, un bien más que necesario y vital en nuestra vida cotidiana compartida.
Ser mamá de una niña es ganar una cómplice, una amiga y una compañera para toda la vida.
Por otro lado, como hijas, debemos entender que nuestras madres son humanas, de carne y hueso. Por eso, más allá de su fortaleza, son frágiles y perfectamente imperfectas. No podemos juzgarlas porque probablemente acarreen sobre sus espaldas una infancia mucho más dura y compleja. Por eso, no debemos idealizar, desprestigiar ni minimizar.
Entonces, lo importante es humanizarnos y entender los tiempos que corren –y los que ya corrieron– es vital para vivir de la mejor manera esa unión mágica. Es imprescindible ponerse en el lugar del otro y, sobre todo, perdonar errores, equivocaciones y hasta heridas emocionales.
Madres e hijas: un amor sin límites ni condiciones
La relación entre madres e hijas esconde de fondo un amor sin límites ni condiciones. Se trata de aceptar y respetar. Vivir la vida como se desea, pero también dejarla vivir como quiera. Amarse, aceptarse, valorarse y respetarse tal y como son. Porque es mucho lo que las une.
Ciertamente la relación entre madre e hija puede ser hermosa y maravillosa.
Disfruta cada segundo de esta magia en la que hay mucho en común y aún más para compartir. Aún siendo uno de las más intensas, profundas y complejas, vale sobradamente la pena, la alegría y la risa. Incluso, los secretos entre ambas. ¡Por más momentos sagrados, de complicidad y fortaleza, salud!
Bibliografía
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