Existen 3 elementos básicos que hacen que un madre sea buena: instinto maternal, ternura e inteligencia emocional. La tenencia de estas 3 variables interdependientes permite lograr exitosamente todo aquello que nos propongamos durante la etapa de la maternidad. Definitivamente ser madre es todo un desafío, pues requiere lo mejor de nosotras.
A pesar de que nos refiramos a la maternidad como una carrera cuesta arriba, sabemos que en el fondo, no se trata de otra cosa sino de un ejercicio de autosuperación constante que al final nos brinda la oportunidad de alcanzar la mejor versión de nosotras mismas. Sí, en definitiva, la maternidad nos beneficia a la hora de convertirnos en seres humanos íntegros.
A continuación, analizaremos estos 3 elementos básicos en la maternidad para que puedas comprobar por ti misma que ser madre es mucho más enriquecedor de lo que habías imaginado.
La ternura y otros valores que empoderan
En todo ser humano, existen una serie de valores que nos empoderan. A través del desarrollo asertivo de los valores, logramos potenciar nuestras cualidades y aptitudes sociales y así, crecemos como personas. En lo que respecta a la maternidad, estos son los valores que mejor se desarrollan o se repotencian, según sea el caso:
- Amor.
- Respeto.
- Empatía.
- Paciencia.
- Ternura.
- Valentía.
- Confianza.
- Aceptación.
- Solidaridad.
- Generosidad.
- Consideración.
En conjunto, estos valores actúan como aquello que popularmente se conoce como ”ser una buena madre” o ”tener instinto maternal”. No obstante, tal y como nos dicen muchos expertos en psicología clínica, el instinto maternal (entendido como como algo innato, que nos impulsa a tener hijos y saber cómo cuidar de ellos) no existe. Aunque sí existe una predisposición biológica por garantizar la continuación de nuestra especie.
Garantizar el bienestar y la seguridad de nuestros hijos, se traduce como un llamado primigenio a la supervivencia.
Como madres, somos agentes emocionales que garantizan el bienestar físico y psico emocional de nuestros hijos. Protegemos, cuidamos y educamos con ternura, paciencia y amor infinito porque sabemos que así nos haremos entender mejor y que nuestra labor trascenderá en el tiempo.
¿Cuántas veces nos hemos despertamos de improviso, a mitad de la noche, preguntándonos si nuestro hijo está bien, si tiene frío, hambre o le duele algo? Seguramente más de una vez. Y ¿qué decir de la costumbre de de asomarnos a la cuna solo para comprobar que el bebé respira y que todo está bien? Estas expresiones de preocupación, forman parte del lado dulce y tierno de la maternidad.
En absoluto se trata de un comportamiento exagerado o de un estado de alarma permanente. Se trata de que al ser madres, no hay otra prioridad en nuestra mente que asegurar el bienestar al completo de nuestros hijos. Esto quiere decir que no solo hablamos de la integridad física del pequeño. También nos preocupa es su bienestar emocional.
Sin apenas notarlo, nuestros valores nos orientan a poner en práctica toda una serie de rituales, estrategias y conductas que persiguen el bienestar completo de nuestros hijos.
Las pruebas fisiológicas
Si bien todo esto parece provenir del mundo emocional, en realidad, no es así del todo. Hay una hormona que guía todo el comportamiento maternal. Sí, existe una sustancia denominada ”oxitocina” que nos induce a obedecer el llamado primigenio de asegurar la supervivencia de la especie, a la vez que nos reafirma como seres sociales que necesitan tanto dar como recibir afecto y atenciones.
Recordemos qué es lo que provoca la oxitocina en el organismo femenino:
- Induce el parto a través de las contracciones uterinas.
- Propicia la producción de leche materna al actuar directamente sobre las glándulas mamarias.
- Aumenta la confianza, puesto que disminuye el miedo social.
- Potencia los lazos afectivos al estimular la empatía.
¿Quiere decir esto que estamos supeditadas por completo a la química orgánica? ¿Que son nuestros neurotransmisores los que articulan cada reacción y cada una de nuestras conductas? No del todo. Si bien la oxitocina media en muchos procesos, es gracias a su conexión con el sistema límbico que se potencian muchas de nuestras conductas.
La oxitocina, hormona del contacto
Cuando hablamos de oxitocina es necesario hacer referencia a alguien en particular: Kerstin Uvnäs. Esta profesora y fisióloga fue quien habló por primera vez de todas las implicaciones biológicas, psicológicas y sociales que tiene esta hormona.
Soy madre de 4 niños. Me di cuenta que durante el embarazo, la lactancia y el estrecho contacto con los niños, experimenté un estado diametralmente opuesto al del estrés. Mis condiciones psicofisiológicas eran más fuertes, me sentía más segura y a la vez necesitada de ofrecer ternura a los míos.
–Kerstin Uvnäs–
¿Qué hace esta hormona en nuestro organismo durante la maternidad? Uvnäs explica que la oxitocina es la sustancia que permite la creación de lazos maternales, el contacto físico afectivo, la generosidad, la confianza.
- La oxitocina reduce los niveles de estrés y cortisol en sangre. Tiene un efecto ansiolítico. Gracias a ello estamos mucho más calmadas, centradas y seguras de nosotras mismas. En otras palabras, gracias a ella gozamos de una mayor autoestima.
- Facilita el aprendizaje, puesto que nos mantiene alertas. De esta forma estamos más receptivas a recibir nuevas informaciones.
- Reduce la sensación de dolor y disminuye las posibilidades de depresión.
- Potencia nuestras emociones y sentimientos sociales.
Gracias a la oxitocina, damos valor a los gestos emocionales y al lenguaje de la ternura porque sabemos que, de este modo, se edifican vínculos más fuertes y seguros.
Más allá del mundo de los neurotransmisores y el universo de nuestras hormonas ¿qué nos queda? Nos queda nuestra experiencia y nuestros objetivos como madres. Al educar a nuestros hijos con ternura, empatía e inteligencia emocional, apostamos por la crianza positiva. Construimos un vínculo cercano y seguro.
Como madres, criamos muchas veces a partir del lenguaje de las emociones, porque sabemos que son estas las que potencian el correcto desarrollo cerebral de nuestros hijos. Por otra parte, entendemos que nada tiene más poder que las caricias emocionales, el calor de un abrazo, las miradas que atienden y el corazón que colma a manos llenas cualquier necesidad que surja en nuestros pequeños.
Asimismo, sabes que educar con empatía, ternura e inteligencia emocional es invertir en calidad de vida de todos aquellos seres a tu alrededor. Al propiciar los cimientos de una personalidad más sensible, asertiva y empática con otros, lograrás que se convierta en un ser humano íntegro. Confía en tus sentidos, escucha tu voz interior y lo lograrás.
Bibliografía
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