Mi primer objetivo después de ser mamá fue y es mi hijo, su salud, su felicidad, su bienestar… no hay nada más en el mundo que me mueva y me impulse a luchar más que mi pequeño. Aun cuando los contratiempos del destino, no pocas veces, me impidan avanzar y atenten contra mis fuerzas, físicas y emocionales, no hay puntal al que no me sujete, ni arma que no pueda blandir, cuando se trata de reponerme, batallar y seguir hacia adelante.
La misión de mi vida se centra en labrar un camino por el cuál mi hijo transite seguro, poner a su disposición lo mejor que pueda darle y educarlo como un hombre íntegro.
Mi estrategia radica en brindarle mi amor, protegerlo y ayudarlo cada vez que me necesite.
Después que me convertí en mamá no consigo tener otras prioridades; y más que mi mente de opciones, bolsa, Wall Street, empresa, inversión, economía y dinero, me pueden las hormonas, los genes, la química que me hace aferrarme con un lazo indestructible a alguien que apenas voy conociendo, pero por el cual me sometería a cualquier sacrificio.
Mis dos objetivos más importantes
El primer objetivo después de ser mamá ya la he comentado: mi hijo y todo lo que tenga que ver con su bienestar emocional y físico.
El segundo: yo, pero no yo como persona independiente y egocéntrica en sí, sino yo como madre y toda la necesidad de transformar aquellos defectos que me caracterizan. Tengo el objetivo de evitar que mi hijo pueda copiarlos, o sufrirlos en carne propia durante nuestra convivencia.
Mi regla número dos radica en cultivarme intelectualmente y adquirir los conocimientos necesarios para cuando llegue el momento de ayudarlo a responder sus preguntas más singulares.
En esta norma ubico también mi superación personal y emocional.
Ser la mujer que sepa conducirse con modestia y desinterés, sin la apatía y la competitividad que esta vida de éxito y negocio me ha traído.
Necesito aprender a no mirar a los otros por encima del hombro, ni a considerar como iguales solo a aquellos que me superan.
Debo hacer míos modales más humanos: escuchar con atención a mis interlocutores, no querer imponer mi criterio, mostrar los desacuerdos con respeto, y menos tener la mira siempre apuntando a la desacreditación de quienes me rodean para destacarme por encima del grupo.
Quiero aprender a no mentir, envidiar, y perdonar. Me es preciso sacar de mí los malos pensamientos y esta mentalidad negativa que siempre me impulsa a pensar mal de los demás, dormir con un ojo abierto, y esperar la traición hasta de quien se sienta en mi mesa.
Por ello, tengo que prepararme desde ahora. Son muchos los años que voy a necesitar para hacer de mí una mejor persona, la madre que mi hijo merece.
Mi tercer objetivo después de ser mamá
Después de ser mamá todo se me hizo más complicado. Si antes del alumbramiento pensaba que estaba preparada para soportar los dolores del parto y pujar lo suficiente para traer a mi hijo al mundo, después de su nacimiento, supe que lo menos eran aquellas pocas horas de contracciones y dolor.
El camino duro, el esfuerzo, la constancia, son las directrices que marcan en verdad la carrera de madre y solo se presentan después que nace un hijo.
Ahora bien, después que me convertí en mamá, así como el sacrificio, conocí lo que era el amor a primera vista y la entrega total a alguien que apenas sabe quién eres.
Por eso mi tercera y última regla es lograr que ese pequeño que lacto, acaricio, aseo, mimo y cuido, sepa que soy mamá y, que, en mí, como en nadie más en todo el planeta, encontrará una mano tendida, un hombro dispuesto, un halago para enaltecerlo, el perdón, el aliento para seguir adelante, y todo lo que necesite sin importar escenario o momento en el que se presente.
Nadie en el mundo hará que cambie de parecer o varíe la ruta que me he trazado porque a mis tres principales propósitos destino empeño, corazón y valentía.
Mi primera, segunda y tercera regla es defender a capa y espada, contra viento y marea, la relación que comenzamos, mi hijo y yo, aquella cálida tarde.
Bibliografía
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