Conocí una mejor vida cuando tú llegaste a ella

Sí, es mucho por lo que debo agradecerte, mi pequeño y brillante sol. Es que hubo un punto de ruptura claro en mi vida. Desde luego, para bien. Porque hoy comprendo que conocí una mejor vida cuando tu llegaste a ella. Irrumpiste en este mundo cuando menos te esperaba, pero ciertamente llegaste cuando más te necesitaba.

No, no te conocí como a cualquiera. Te observé por primera vez en aquella cita a ciegas que habíamos pactado con nueve meses de antelación. Quizás ese primer encontronazo no fue como lo imaginamos. Muchas cosas se nos salieron de las manos, pero ahí estábamos muriendo de amor el uno por el otro.

Como salidos de un cuento de hadas, con príncipes y princesas. Envueltos en una emoción inexplicable, llenos de vida y de magia. Atravesando un mis de sentimientos y sensaciones. Transitando dudas y temores, con la única certeza de que llegabas para traer una mejor vida.

Y así lo fue. Conforme fueron pasando los días, ayudaste a redescubrirme. Me puliste como ser humano, como mujer y como madre también. Sacaste a relucir lo mejor de mí. Redefiniste conceptos como felicidad y amor. Me enseñaste a amar lo simple por su inmensa riqueza.

Una mejor vida a tu lado

Descubrí que una mirada y una sonrisa se pueden convertir en mi mundo con facilidad. Entendí que me había transformado en el mundo de mi pequeño ser. Me asumí un ser especial, importante, imprescindible. Entendí el significado del verdadero amor puro, real, profundo, sentido.

Me zambullí en las aguas de un amor que no conoce de límites ni condiciones. Descubrí la generosidad y solidaridad en mi ser signado por el sacrificio, la entrega y la dedicación. Te ofrecí lo más valioso que podía entregarte: mi tiempo. Todo, a cambio de nada. O mejor dicho, como parte de pago de una mejor vida, a tu lado.

Encontré en ti aquello que sanaba mis heridas provocadas por la indiferencia del mundo. Tu frescura, sinceridad e inocencia me hicieron fuerte. Qué ironía, una debilidad capaz de fortalecerme. Y así fue, ni más ni menos. Por tu grandeza, mi pequeño gigante, terminé amándote como a nadie.

Encontré en cada “te amo, mami” la respuesta a mi vida. En cada beso, en cada abrazo, una razón más para levantarme y seguir viviendo a tu estilo: honrando la vida. Viviéndola intensamente, que es como merece ser transitada.

Conocí una mejor vida gracias a tu existencia

Sí, mi amor. Conocí una mejor vida gracias a tu existencia. Tu esencia siempre ha sido pureza, ternura y dulzura. Eres la cura para las almas rotas, la sanación de todo corazón herido. Pones color a cada uno de los días grises, así como musicalizas esas sórdidas jornadas que parece mejor olvidar.

Todo en mi día a día me remite a tu aroma, gestos y mañas. Tu picardía talla mi sentido del humor y del amor. Te adueñaste de mi corazón, reinarás por siempre en mi alma. Instalaste un reino de mariposas en mi vientre y tus suaves caricias en mi ser.

Las mejores ocurrencias y los más espeluznantes sueños. Una parva de secretos profundamente escondidos y mil canciones. Miro al cielo y otorgo a cada estrella una razón para agradecerte, admirarte y adorarte tanto. El firmamento me termina quedando corto, como estas humildes pero sentidas palabras.

Hijo mío, como te elegí entre miedos aquel día, volvería a elegirte una y mil veces. Porque definitivamente cambiaste por completo mi manera de sentir, de pensar y de amar. Ya no soy la misma que antes ni miro las cosas igual que antes.

Te escogería nuevamente porque entendí muchas cosas. Vales la pena, los riesgos y, fundamentalmente, la vida. Las risas, los más lindos momentos y las anécdotas de este eterno cuento. Gracias por ser mi pedacito de cielo y alegrarme siempre con la luz de tu inmenso amor.

Bibliografía

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