Cuando somos adultos nos damos cuenta de lo beneficioso que resulta mantener el equilibrio emocional en todos los ámbitos de nuestras vidas, pero ¿cuándo aprendimos esto? Ahora que somos padres podemos apreciar la importancia de darles a los hijos, desde la infancia, las herramientas necesarias para que aprendan a gestionar sus emocionas y, sobre todo, canalizar la ira de la mejor manera posible.
¿Qué es la ira?
La ira es una fuerza interna que brota, como si de un volcán se tratase, y que sirve para responder ante situaciones que no nos gustan. Está clasificada como una de las emociones primarias en los seres humanos y la necesitamos para darnos cuenta de que algo nos está molestando. Esto es gracias a sus manifestaciones internas, es decir, el aumento de adrenalina y de presión sanguínea hace que nos demos cuenta de que algo no va bien.
El niño siente estas sensaciones internamente y si no sabe cómo gestionarlas su forma de expresarlo será gritar, romper cosas, insultar, dar portazos… entonces, ¿cómo podemos ayudar a nuestros a canalizar esta emoción?
Descubre: La caja de la rabia: una herramienta para controlar las rabietas
Pautas para ayudar a los niños a canalizar la ira
Como ya habréis comprobado en alguna ocasión el decirles “no grites”, “no pegues” o “no llores” no funciona con las manifestaciones de ira. Por lo que debemos plantearnos una estrategia diferente.
- Mantener la calma. Somos un espejo para nuestros hijos, y si nosotros no somos capaces de controlarnos cuando nos enfadamos ¿cómo van a aprender ellos un modelo de serenidad? Ante un ataque de ira es esencial hablarles en un tono bajo pero firme, puesto que si nuestra respuesta es agresiva lo más probable es que el niño responda todavía con más furia.
- No permitirle bajo ningún concepto actitudes violentas: romper objetos, pegarnos, autolesionarse, gritos o insultos. Respetamos la emoción, pero no respetaremos cualquier expresión de la misma. Debemos tener claro lo que no vamos a tolerar, y poner un límite claro cuando se den.
Canalizar la ira no consiste en reprimirla tajantemente. Al contrario, consiste en dejarla aflorar, pero de una forma que no dañe ni al niño ni a otros.
- Acompañarle en la emoción. Tu hijo no sabe cómo gestionar esa emoción tan desagradable que está experimentando. Ya sea miedo, enfado o frustración, su única forma de expresarlas es a través de la ira en muchas ocasiones. Podemos calmarle y tratar de que baje el nivel de intensidad de la emoción sugiriéndole ir a su cuarto unos minutos, y simplemente sentándonos a su lado hasta que se tranquilice.
- Ayudarle a reconocer el sentimiento de ira. Una vez se pasada la tempestad es el momento de hablar sobre lo que ha ocurrido, que el niño tenga la oportunidad de reflexionar sobre por qué ha reaccionado de esa forma y cómo se siente después.
- Ofrecerle alternativas para expresar la ira. Es normal sentirnos enfadados a veces, pero debemos tener otros recursos para desahogarnos. Darle la oportunidad de hablar de ello, enseñarle alguna técnica de relajación básica, animarle a dibujar lo que ha sentido, y también enseñarle a buscar soluciones al “problema” o situación que ha provocado la ira.
- Elogiar el comportamiento post-ataque. Elogiar al niño cuando recobre la compostura y cuando exprese sus sentimientos de forma verbal y calmada.
- Utilizar sistemas de avisos. Muchas veces las explosiones vienen sin que los niños se den cuenta de que se están enfadando. Si les damos un aviso cuando empezamos a ver las primeras manifestaciones de ira como inquietud o tensión muscular les ayudaremos a identificarlas. Uno de ellos es la técnica del semáforo.
- Ayudarle a encontrar actividades incompatibles con la tensión. El deporte o las técnicas de relajación como yoga o mindfulness contribuyen a tener una sensación de bienestar contraria a la que genera el sentimiento de ira.
Te puede interesar: El lenguaje del núcleo familiar
En conclusión
La autorregulación emocional es un proceso madurativo largo que, como padres, debemos guiar. No se trata de una cuestión que pueda darse de la noche a la mañana. Debemos procurar ayudarles en este camino de una forma amorosa, pero firme. Después de todo, si no aprenden a autorregularse adecuadamente y expresar sus emociones de una forma acertada, pueden llegar a tener diversos problemas a lo largo de su vida.
Ciertamente, para algunos niños resulta más fácil gestionar sus emociones, mientras que para otros algo menos. Cada quien tiene su ritmo y hay que tener en cuenta que, no por el hecho de que un niño parezca no tener demasiadas dificultades, no quiere decir que no necesite cierta guía. En definitiva, acompañar es una actitud clave.