Niñofobia: ¿Discriminación, intolerancia o marketing?

La niñofobia es una tendencia que en la actualidad se encuentra en boga a nivel mundial. Esta suerte de movimiento social surgió en respuesta a las quejas de diversos clientes que evidentemente no entienden en qué consiste la infancia.

Peor aún, tales consumidores o usuarios parecen haber olvidado que en algún momento fueron chicos. Sea como fuere, lo cierto es que esta iniciativa comenzó a implementarse en bares, restaurantes y cines en los que se impuso la prohibición de ingreso a menores de edad.
Posteriormente, esta medida tuvo réplicas en hoteles, transportes y otro tipo de establecimientos dedicados al ocio de manera exclusiva. De este modo, se han ampliado de forma considerable los espacios libres de niños.

Ahora bien, cabe preguntarse: ¿la niñofobia es un problema de discriminación, intolerancia o simplemente una estrategia de marketing?

Niñofobia, otro tipo de discriminación e intolerancia

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Los niños son niños: corren, gritan, lloran, ensucian. Para disgusto de muchos adultos con poca tolerancia, se trata de algo normal e incluso beneficioso durante la infancia. Pues niño que juega e interactúa, es un niño feliz y pleno.

¿De dónde surgió esa errada idea o absurda preferencia por bebés silenciosos y niños pasivos que atienden, callan y sonríen? Es hora de que el mundo lo sepa y entienda: esos modelos no existen más que en la ficción. 

Quienes denotan cierto aire de discriminación en la niñofobia, saben que apartar a los niños por el simple hecho de ser pequeños no es lo correcto.

Aunque cada día se señala la importancia de la inclusión, aún existen personas que no cooperan con ello. Paradójicamente, en un mundo donde se están comenzando a conquistar derechos hasta entonces negados, muchos deciden desoír y violar los derechos de los niños. Allí mismo donde todos enarbolan la bandera de la tolerancia, muestran a las claras todo lo contrario.

Así, apuntando a cuestiones eminentemente de índole social, arribamos sin escala a cierta deshumanización de la sociedad. Civilización no tolerante con el germen mismo de la sociedad: la infancia. En suma, desde esta visión, comienzan a trastocarse los valores familiares.

Niñofobia, solo un nicho de mercado

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Claramente, la niñofobia es una tendencia de marketing. Esto se debe a que esta disciplina ha encontrado allí un nuevo nicho del mercado. El público en algún momento lo demandó. Y como bien sabemos, el mercado se rige por la ley de la oferta y la demanda.

De esta manera, los establecimientos prohíben la entrada a familias con bebés y niños pequeños. Lo hacen argumentando que estos segmentos del mercado se constituyen en la vía ideal para poder elevar la calidad de los servicios prestados.
El fin último consiste sin más en respetar el derecho a un ambiente pacífico y armónico de los consumidores. Pues claro, el cliente siempre tiene la razón, ¿o no?  De esta manera, se apunta a los niños por su comportamiento y modales. Incluso, de algún modo, se señala a los padres por la crianza.

Sin embargo, un detalle no se puede escapar de nuestros ojos. Hablamos de lugares abiertos al público pero que son empresas privadas. De modo tal que estas sociedades comerciales se reservan el derecho de admisión y permanencia.

Así es como estos comercios apuestan -no de forma ingenua- por un usuario más exclusivo, para lo cual le ofrecen la tranquilidad que tanto busca. En consecuencia, queda claro que desde un punto de vista meramente comercial, para ellos no se trata de una cuestión social, sino de negocios.

Por suerte, hay alternativas. De seguro, ¡mejores!

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Así como algunos sitios prohíben la entrada de pequeños, hay muchos otros establecimientos pensados y diseñados para ellos. Lugares para disfrutar en familia donde no se ponen muros al futuro.

Sin embargo, lo interesante de este nuevo planteamiento que surge de una sociedad moderna no son las opiniones divididas. Esto quizás sirva para reflexionar como padres frente a este problema que bien puede ser de tolerancia, pero también de modales.

Es cierto que algunos padres son demasiado permisivos con sus hijos. El problema real viene a ser ese, la falta de límites y la falta de educación en valores. De allí se desprende la falta de una noción de convivencia, basada en la importancia de los buenos modales.

Ahora bien, debemos ser realistas. Así como a algunos niños que no aprendieron normas de convivencia y respeto, muchos adultos carecen de ello también. Prueba de ello es, ni más ni menos, la niñofobia.

Esta medida deja a las claras cierta debilidad en la tolerancia. ¿La solución es extirpar a los más pequeños de nuestras vidas? La respuesta está entonces en olvidar aquello que alguna vez fuimos, y juzgar. Porque, claro, primero uno y su ombligo, y después el resto del mundo que se arregle como pueda.

Bibliografía

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