El síndrome del plato vacío o limpio: ¿realmente funciona?

En ocasiones se produce un sentimiento negativo si se desperdicia la comida que sobra en el plato, lo que lleva a una situación de sobrealimentación que condiciona la salud.
El síndrome del plato vacío o limpio: ¿realmente funciona?
Saúl Sánchez Arias

Escrito y verificado por el nutricionista Saúl Sánchez Arias.

Última actualización: 14 mayo, 2021

Se conoce como síndrome del plato vacío a la necesidad de acabar toda la comida que se ha servido, incluso cuando ya ha desaparecido la sensación de apetito. Es un problema que se relaciona con una sobreingesta y, por lo tanto, con el sobrepeso y la obesidad. Los expertos sugieren tratarlo.

Hay que tener en cuenta que en condiciones normales el mecanismo de la saciedad funciona de forma correcta. Esto quiere decir que cuando el apetito se suprime es óptimo dejar de comer, ya que el organismo ya cuenta con la cantidad de energía necesaria para desarrollar sus funciones.

Síndrome del plato vacío y obesidad

Uno de los preceptos que condicionan la puesta en marcha del síndrome del plato vacío es la excesiva concienciación acerca de necesidad de evitar desperdiciar comida. El hecho de que en muchas partes del mundo se pase hambre genera un conflicto ético a la hora de no acabar todo lo que se ha servido en el plato.

Los niños deben comer legumbres porque son muy beneficiosas.

Sin embargo, existe siempre la posibilidad de guardar estas sobras para otro momento. No hay una obligación explícita de terminar todos los alimentos, incluso sin sensación de apetito. De hecho, este acto se considera contraproducente.

Forzar al organismo a comer más, por la causa que sea, podría alterar el mecanismo del hambre y la saciedad, que en condiciones normales funciona de forma óptima. En esta situación se incrementa el riesgo de aumentar de peso. Hay que tener en cuenta que este cambio en la composición corporal genera un peor estado de salud, según un estudio publicado en Circulation Research .

El mecanismo de la saciedad

Es importante entender cómo se genera la sensación de saciedad, ya que es un proceso complejo. Por una parte, puede inducirse a partir de la distensión estomacal, por lo que un incremento del volumen de los alimentos ingeridos es determinante.

Asimismo, existe la opción de que sea la entrada de azúcar en sangre la que provoque que el hipotálamo envíe señales conforme es necesario cesar la ingesta. Está indicando que el aporte energético ya es suficiente, por lo que comer más podría ser contraproducente.

Por último, el trabajo digestivo a nivel estomacal también provoca una reducción del apetito. Cuanto más tardan los alimentos en salir del estómago, más tarde aparecerá el hambre. En este sentido, tanto las proteínas como las grasas han demostrado ser capaces de inducir saciedad por más tiempo. Así lo evidencia una investigación publicada en Journal of Obesity & Metabolic Syndrome.

Utilizar el síndrome del plato vacío para generar hábitos saludables

A pesar de lo comentado, es posible utilizar el síndrome del plato vacío para generar hábitos dietéticos saludables. Una opción sería servir la comida en platos de postre. Estos son más pequeños, por lo que la cantidad total consumida va a ser siempre menor. De este modo, se ejerce un control sobre la densidad energética de la dieta.

No obstante, siempre es conveniente realizar una cierta terapia al respecto, incidiendo mucho en la educación nutricional. Sobre todo en los niños, es importante enseñar cuál es una cantidad de comida adecuada, así como ofrecer información práctica y visual sobre el tamaño de las raciones.

Niño comiéndose toda la comida del plato.

Es importante concienciar acerca de la necesidad de evitar desperdiciar y ser respetuosos con el medio ambiente, pero no a costa de la salud propia. Como norma general, se debe dejar de comer en el momento en el que el apetito cesa, ya que es una señal indicativa del organismo.

El síndrome del plato vacío, un problema de conducta nutricional

Según lo comentado, el síndrome del plato vacío es un problema de conducta a nivel nutricional que puede desembocar en una alteración de la composición corporal. Esto genera un mayor riesgo de enfermar a medio y a largo plazo.

A pesar de que existen estrategias para aprovechar el problema a favor, jugando con la percepción para ofrecer tamaños de ración óptimos, lo adecuado es priorizar la educación nutricional. Hay que aprovechar que los niños tienen una mayor capacidad de interiorizar estos conceptos. Sentar buenos hábitos en esta etapa de la vida asegura buenas conductas futuras.

Por último, hay que tener en cuenta que el mecanismo de la saciedad funciona de forma óptima generalmente. Aun así, puede descontrolarse, pero es entrenable y educable. Con las herramientas adecuadas se puede volver a asegurar su eficiencia.


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